¿Cuánto nos importa la democracia?
Rafael Acevedo Pérez
¿Cuánto nos importa la democracia?. En tiempos de la Restauración, cuando los caminantes, de a pie o a caballo, se encontraban después del anochecer preguntaban: “¿Quién vive? A lo que se respondía: “¡Dominicano libre!”.
Se expresaba el orgullo merecido por los triunfos de las huestes nacionales sobre los que aún conspiraban contra la libertad del pueblo dominicano. Este saludo libertario y patriótico se usó en nuestros campos aún mucho después de la ocupación militar de los norteamericanos a principios del siglo pasado.
Todas las potencias intentaron apoderarse de nuestro territorio. El orgullo del dominicano ha sido un valor auténtico, ganado en muchas luchas libertarias que reafirmaron la gran convicción de nuestros fundadores de que somos gentes diferentes a nuestros antepasados, y particularmente de nuestros vecinos haitianos, cuya diferencia de idioma nos dificulta saber qué realmente piensan ellos acerca de cosas básicas de nuestra cultura y nuestro ser nacional.
Los dominicanos, en gran parte a causa de las dictaduras, pero sobre todo debido a la falta de educación sobre los valores de una sociedad democrática, y a las falsas promesas de políticos y gobernantes; para una gran parte de nuestras gentes la libertad equivale usualmente a “hacer lo que viene en gana”. Así, nuestra democracia ha venido a ser una especie de juego al yo gano y tu pierdes, resultando muy a menudo el juego en que todos perdemos; cuando la democracia debe ser el juego en que todos ganamos, en base a que todos respetemos las reglas.
Nadie debe hacerse ilusiones con nuestra democracia, pues tenemos herencias y tendencias oligárquicas, siendo la versión de muchos poderosos: “yo gano mucho y tu acaso ganas para vivir”. Lo cual suele convertirse en el juego criminal del sistema del capitalismo subdesarrollado, en el cual el empresario nacional tiene que defenderse del competidor local, del extranjero innovador y ponedor de las reglas, y de un estado mal administrador que suele manejar con complicidades y torpezas las recaudaciones impositivas. Lo que suele convertir a nuestro capitalismo subdesarrollado en un sistema casi tan despiadado como el de los inicios del desarrollo industrial, cuando aún no existían leyes que regularan las relaciones patrón-obrero.
Pero hay un capitalismo más cruel aún, que es el de las pandemias y los tiempos guerra. El que estamos viviendo. Circunstancia que nos obliga a la máxima sensatez, porque ya no existen las “buenas intervenciones”; ni las buenas iniciativas internacionales. Vivimos tiempos de conspiraciones, entre agentes internacionales con propósitos confesos inaceptables; totalmente contrarios a nuestras costumbres y tradiciones, y al ser nacional. Democracia y libertad no son idénticas, y en muchos aspectos son recíprocamente restrictivas.
Tanto los ciudadanos como las autoridades estamos forzados a “tranquilizar “y civilizar nuestros afanes. Y aprender a jugar al “todos ganamos”. En tiempos difíciles lo primero es la producción y el orden público; lo segundo es la educación, para asegurar la continuación; y los auxiliares del bien común, las iglesias, el deporte y la recreación civilizada.
Tenemos oportunidad: Dios proveerá líderes sensatos, que se entiendan con un gobernante que escucha y conversa con las gentes.