Salidas honorables

Charles de Gaulle tiene una historia de leyenda

Guillermo Piña-Contreras

El general Charles de Gaulle falleció el 9 de noviembre de 1970. Hace exactamente 52 años. La historia del héroe francés de la Segunda Guerra mundial se inscribe en la leyenda. Su figura y su comportamiento durante los años difíciles de la Ocupación de Francia por la Alemania nazi impresionó incluso a sus contemporáneos. Winston Churchill decía de él que “nunca había conocido a nadie que se ocupara tanto de su propia aventura”. Y es cierto. Esa “aventura” era la historia; y todos los actos de su vida pública, luego del famoso “llamado a los franceses” el 18 de junio de 1940 hasta su renuncia como Presidente de la República en abril de 1969, los hizo con la finalidad de asegurarse un lugar en la Historia, en la leyenda y la mitología de su país.

Su salida definitiva de la vida política francesa, el 29 de abril de 1969, la hizo en defensa de su imagen de hombre de Estado. No estaba obligado a renunciar, todo el mundo sabía que su mandato expiraba en 1972, pero era consciente de que su imagen se degradaría, que todo el brillo de su carrera política comenzaría a opacarse si permanecía en el poder. Como buen militar sabía también que una retirada a tiempo era, fuera de toda metáfora, una victoria. Los acontecimientos de mayo de 1968 en París, el rechazo a la reforma del Senado y a la regionalización de Francia, le dieron la señal. En política lo que cuenta realmente es el momento oportuno. Comprendió que había llegado el momento de retirarse. Renunció a su mandato. Y esa fue su última victoria.

Gracias a esa salida honorable, Charles de Gaulle se encuentra, junto a Louis XIV y Napoleón, entre los franceses más célebres y admirados por sus compatriotas. Sin embargo, hay una diferencia extraordinaria entre de Gaulle y Louis XIV, el rey que le dio su nombre a un siglo de la historia de Francia; entre de Gaulle y Napoleón, el soldado que le dio categoría de imperio a su país en el siglo XIX. El general de Gaulle no se lanzó a la conquista de otros territorios. Todo lo contrario. Comprendió que los tiempos habían cambiado, que había llegado la hora de la descolonización. Concedió, como lo exigían las circunstancias, la independencia a una Argelia destruida por una guerra de liberación nacional y, para evitar otras, emprendió la descolonización del África negra.

La estatura histórica de Charles de Gaulle es de naturaleza diferente a la de sus predecesores Louis XIV y Napoleón. Hizo de Francia, a pesar de su conservadurismo de católico tradicional, un país moderno. Transformó sus instituciones políticas y colocó el país entre las siete potencias mundiales. Todo eso a pesar de que, según sus propias palabras, un país con tantas clases de quesos como días tiene el año, no era fácil de gobernar.

En República Dominicana, Joaquín Balaguer, quien, por elecciones, ha sido el presidente que por más tiempo gobernó República Dominicana en el siglo pasado. Como de Gaulle, Balaguer, luego de la crisis política de 1994, acortó, por medio de una reforma constitucional, su período de gobierno. Una decisión oportuna que le permitió hacer olvidar la represión, muertes y desapariciones que caracterizaron su famoso “gobierno de los doce años” y las dudas que acompañaron siempre sus victorias electorales de 1966, 70, 74, 86, 90 y 94; decisión que dio motivo al Congreso Nacional para declararle Padre de la democracia, una sugerencia de Peña Gómez luego de haberle arrebatado por malas artes las elecciones de 1994. Balaguer, recordemos, fue quien tuvo la tarea de poner en acción la Pax americana para evitar que República Dominicana se convirtiera en una segunda Cuba en las narices de Estados Unidos.

Decía que todas las elecciones presidenciales que favorecieron al candidato Joaquín Balaguer estuvieron acompañadas siempre de la sombra de una duda. En 1990 fue Bosch quien resultó derrotado por muy poco margen. En 1994, la trampa fue tan evidente que el propio Balaguer accedió a firmar aquel famoso pacto por la democracia en el que se acortaba su período a dos años, se abstenía de presentarse como candidato y se introducía el certamen electoral a dos vueltas y resultaría elegido el que obtuviera la mayoría absoluta del 50 más uno de los sufragios expresados.

Al firmar el pacto por la democracia Balaguer cerraba su dilatada carrera política y, como de Gaulle, entendió que era tiempo de hacer la reverencia para limpiar los doce años de gobierno represivo mientras ponía en ejecución la línea trazada por la Pax americana el 28 de abril de 1965 cuando la bota del ejército de Estados Unidos puso pie en el Santo Domingo sublevado y sólo se marchó en septiembre de 1966, dos meses después de la toma de posesión de Balaguer el 1 de julio de 1966. Durante los tres períodos ininterrumpidos de gobierno de Balaguer (1966-78), La izquierda dominicana, como lo quería la Pax americana, fue decapitada. Balaguer había jugado su papel. En 1994, al acortar su período presidencial, el momento le exigía una salida honorable: desistir del poder y retirarse. Nada más sabio que, como dice William Shakespeare: “Bueno es lo que bien acaba”. Lo demás no es literatura.

Gracias a esa salida honorable, Charles de Gaulle se encuentra, junto a Louis XIV y Napoleón, entre los franceses más célebres y admirados por sus compatriotas. Sin embargo, hay una diferencia extraordinaria entre De Gaulle y Louis XIV, el rey que le dio su nombre a un siglo de la historia de Francia; entre de Gaulle y Napoleón, el soldado que le dio categoría de imperio a su país en el siglo XIX. El general de Gaulle no se lanzó a la conquista de otros territorios. Todo lo contrario. Comprendió que los tiempos habían cambiado, que había llegado la hora de la descolonización. Concedió, como lo exigían las circunstancias, la independencia a una Argelia destruida por una guerra de liberación nacional y, para evitar otras, emprendió la descolonización del África negra.

Fuente Diario Libre

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