La expedición de Dessalines
El abogado e historiador Miguel Reyes Sánchez acaba de publicar un libro esclarecedor: La expedición de Dessalines a Santo Domingo, en el que derriba mitos y plantea lo que muchos no se han atrevido a decir.
La revolución haitiana se fundamentó en el objetivo de la abolición de la esclavitud y de la redención social, pero sus líderes carecían de las prendas necesarias para “integrarla en los cuadros de un Estado moderno”, que debía de ser uno de sus propósitos según explica el historiador haitiano Jean Price Mars.
Lejos de eso, la utilizaron para saciar la ambición de poder y de riqueza de grupos amparados en el engranaje militar, dominados por el delirio de propagación del odio racial y de la conquista o saqueo del territorio situado al este, en vez de dedicarse a establecer un orden que favoreciese el desarrollo de las fuerzas productivas.
La constitución haitiana promulgada en mayo de 1805 establece que “Ningún blanco, cual que sea su nación, pondrá los pies sobre este territorio a título de amo o propietario y no podrá en el futuro adquirir ninguna propiedad”. Y dispone que “Los haitianos solo serán conocidos a partir de ahora bajo la denominación genérica de negros”.
La nación así definida es meramente un color que discrimina a los demás , no un conjunto de seres humanos unidos por creencias, lengua, cultura y otros atributos.
Lo paradójico es que acusan a los dominicanos de racistas cuando lo cierto es que en la República Dominicana las razas conviven en armonía. Los acusan de tratarlos con desprecio y hacerles mala publicidad cuando somos el único lugar del mundo que facilita trabajo a cientos de miles, presta servicios de salud gratuitos a miles de sus parturientas y acoge en sus escuelas y universidades a miles más.
El tamaño de su ingratitud hace aún más grandes los agravios que nos infringen.
Las relaciones entre los dos pueblos quedaron dañadas como consecuencia de las atrocidades que cometieron contra los habitantes de la parte este, hoy República Dominicana, por los intentos constantes de apropiarse del terreno nuestro y por la insistencia de sus intelectuales en distorsionar la verdad histórica y dibujar a los dominicanos como agresores y racistas, calificativos que solo les sirven a ellos mismos.
Durante mucho tiempo han negado el genocidio cometido por sus tropas sobre los criollos que posteriormente se llamarían dominicanos. Reyes Sánchez publica documentos incontrovertibles como los diarios de campaña de Dessalines y de Christophe en los que se evidencia la crueldad y sadismo con que se comportaron estas hordas ahítas de sangre.
En su proclama de mayo de 1804 Dessalines dice: “Españoles, abjuren de un error que les será funesto, rompan todo pacto con mi enemigo si no quieren que su sangre se confunda con la suya”. Esos llamados españoles eran los criollos que posteriormente se conocerían como dominicanos y que incluían todos los colores, razas, condición social y económica.
En el mensaje que publicó el 12 de abril de 1805 Dessalines se jacta de que: “La ciudad de Santo Domingo, solo lugar que sobrevivió al desastre de la devastación que propagué a lo largo de la parte antes española, no puede más tiempo servir de base a nuestros enemigos, ni de instrumento a sus proyectos. Es una verdad bien constante: ningún campo, ninguno de los pueblos”. Y agrega haber ordenado que “La caballería se extendiera por todos los lados, destruyendo y quemando todo lo que encontraba a su paso y empujaran (se llevaran hacia Haití) delante de ellos el resto de los habitantes, de los animales y de las bestias”.
En su retiro, las tropas del general Henry Cristhophe degollaron en Moca con alevosía a gran parte de sus habitantes. Algunos se empeñan en negar que tal acontecimiento tuvo lugar, a pesar de que hubo testigos que lo narraron y de que las fuentes orales de mi pueblo transmitieron a su descendencia lo ocurrido con fidelidad y espanto.
Siendo yo muy pequeño escuchaba a mis abuelos explicar con paciencia el horror que sintió la comunidad ante aquella salvaje matanza. Esa imagen no se ha borrado de mi memoria.
Son otros los tiempos. Ojalá que la animadversión de paso al buen entendimiento. Para facilitarlo debe reconocerse el agravio propinado, cesar la intención de ocupar nuestro hábitat por conquista u ocupación irregular, descontinuar la práctica de acusar a los dominicanos por los males que les afligen. Esas serían bases propicias para favorecer las relaciones de cooperación con vista a superar el subdesarrollo.
Fuente Diario Libre