Pero… ¿y para qué sirve un poeta?
Pablo McKinney
En una sociedad tan poco espiritual y desalmada como la occidental, no son bien vistos los poetas, considerados históricamente como un lujo que paga la burguesía para entretener al genio en males menores, o para que este le entretenga a ella en su ocio de confort y buen vino.
El término Poeta puede incluso tener una connotación despectiva, pero sólo hasta que en nuestras vidas se presenta el momento crucial de la patria o del amor. Y así, cuando en los años de la dictadura trujillista no existíamos como patria en el mundo de los libres, fue un poeta quien anunció la existencia de ese país “colocado en el mismo trayecto del sol/ oriundo de la noche/ colocado en un inverosímil archipiélago de azúcar y alcohol.”
Y cuando el mundo comenzó a preguntar por esa patria, fue ese mismo poeta quien aconsejó al mundo: “No la busque no pregunte por ella/ no quiera saber si hay bosques, trinos, penínsulas muchísimas y ajenas/ O si hay cuatro destinos de bahías y todas extranjeras”. ¡Ah! don Pedro Mir.
Por algo sobrevive siempre la poesía sobre los manuales y los Vademécum. El “Versainograma a Santo Domingo”, de Pablo Neruda, escrito entre las prisas de indignación y rabia del poeta por la invasión a nuestro país del ejército de Estados Unidos explica nuestra historia mejor que los sesudos libros de nuestros intelectuales.
La poesía sobrevive allí donde el tiempo destruye los libros y los hechos se vuelven pasado y material de olvido. Y todo porque ella nace del sentimiento y no de la razón, o mejor, “cuando habla el corazón, es de mala educación que la razón lo interrumpa”, según Kundera. Por eso existen escuelas de Letras, pero no institutos de Poetas. En fin, aquellos que no entienden que en la poesía está la vida, la esencia del ser, lo que fuimos y seremos, tampoco entenderán los grandes porqués de la existencia.
Si usted no sabe para qué sirve la poesía, posiblemente tampoco sepa para qué sirve el amor, una patria, una flor, un beso. Quien niega la poesía está negando la vida, o sea, que el pobre hombre está muerto hace tiempo, solo que aún no ha revisado su cuenta de Twitter. Por cierto, ya es oficial. Platón tenía razón: Uno ama lo lugares donde fue feliz… tu piel, por ejemplo.
¡Feliz Navidad!