Leer en la prisión Sarah Jollien-Fardel
Carmen Imbert Brugal
Esa canalla encerrada provocaba lástima y temor. Basura humana despreciada cuya existencia apenas desvelaba a la familia. Sin normas idóneas para asistirla, la caridad intentaba atenuar la soledad y la rabia de los condenados.
La prisión política confundió la finalidad del encarcelamiento. Más que reducación y posibilidad de reinserción social, el objetivo era convertir a los opositores en guiñapos dispuestos a claudicar por desesperación. Después del magnicidio continuó la confusión y el abandono. Coexistían los presos políticos con los delincuentes comunes y la inmundicia atrapaba a todos. El horror se denunciaba sin éxito.
La promulgación de la ley 224-84 sobre Régimen Penitenciario, marcó un antes y un después en la retórica y en la intención. La creación de la Dirección General de Prisiones, auguraba lo mejor. La aplicación de la ley fue lenta, tuvo tropiezos inconcebibles. Permitió cambio de nomenclatura, esfuerzos para la rehabilitación, pero también propició la intromisión de mercenarios que descubrieron el productivo e impune negocio carcelario. Truhanes al servicio del fariseísmo criollo, pervirtieron el objetivo de la 224. Parten, reparten y se llevan la mejor parte. Y entre poesía y abrazos retuercen el curso de las flechas.
La nueva ley que regula el sistema Penitenciario y Correccional-113-21- pretende su transformación, aunque los buitres éticos acechan su ejecución y tratan de preservar sus territorios. La socialización de su contenido ha sido tímida, mientras tanto reinventan atenciones para el colectivo en prisión. Y como ahora sucede todo tan rápido, el resquicio para la ponderación se achica. La fanfarria triunfante impide la mención de deslices y quedan en el pasado inmediato las denuncias de corrupción y las carencias en las cárceles. Sigue la marcha con y sin nueva ley. La temporada navideña y de fin de año, permitió el desfile de la mediocridad famosa, opulenta, intocable, por los recintos carcelarios, esos símbolos artísticos que repiten el mambo de la derrota y la infracción. Ninguna deidad ha querido cambiar el sonsonete de diversión que hunde, más que salva, a ese colectivo. Tantas ideas que exportamos y adaptamos, pero parece que los modelos dignificantes para la población penitenciaria no están en la agenda independiente. Quizás intuyen imposible reivindicar la lectura en los centros penitenciarios, tal y como ocurre en los centros franceses donde leer es habitual porque “el libro contribuye a preparar el camino de reinserción de los reclusos, favorecer la concentración, la confianza, la reducción de la violencia, la apertura de los imaginarios”.
La lectura fue “la gran causa nacional” de Francia el año pasado y los ministerios de Justicia y Cultura idearon, con el respaldo de la Academia Goncourt, el “Premio Goncourt de los detenidos”. Más de 500 presos leyeron, discutieron, ponderaron, los libros finalistas presentados al prestigioso concurso Goncourt y decidieron otorgar el premio a la novela de Sarah Jollien-Fardel, “Sa Preferé”.
La propuesta debería valorarse aquí para cambiar la oferta de esparcimiento. El sistema margina dos veces cuando auspicia los gritos de la salacidad inútil, las proclamas de la violencia irredenta. Es una manera de admitir el destino irremediable de la población encarcelada.