Tragedia, receta y plaza

Carmen Imbert Brugal

Terca la realidad, invade el paraíso, arriesga la majestad de sus deidades. El horror, el miedo, el pesar causado por la explosión destructora en San Cristóbal, necesitaban intervención para mantener la magia.

Y de inmediato el pañuelo para secar las lágrimas y la reiteración de la receta para contingencias que ratifica la debilidad de las instituciones. Cada episodio trágico recuerda los pendientes legendarios que los discursos no resuelven.

La imposibilidad de prevenir, obliga los urgentes remiendos, para evitar que el empañete se quiebre. Nada puede afectar el esplendor exhibido en los montajes, el desglose de logros, aunque la cotidianidad en municipios y provincias esté lejos de los fulgores oficiales que ni el culto a la personalidad ni la frivolidad compensan.

Aunque la suerte siempre ha estado al lado del Cambio, el azar compite con la exhibición de las penurias. Y como si la calamidad de San Cristóbal no fuera suficiente, el incendio en una plaza comercial en el municipio de Las Terrenas, también conspira contra la fantasía. Algunos prefieren exaltar la cooperación, las manos bienintencionadas portando cubetas de agua salada para sofocar las llamas y ayudar al cuerpo de bomberos, inhabilitado para desempeñar con eficiencia su más que loable labor.

Conmovedor el gesto, pero se trata de una localidad turística que no está preparada para enfrentar eventos como el citado.

Después de la ocurrencia siniestra en San Cristóbal, es impostergable la solidaridad con la comunidad afectada, traumatizada por las pérdidas, pero es difícil justificar la dejadez, la complicidad y la indiferencia de las autoridades municipales, rehenes del poder ejecutivo. Actitud además que avala la persistencia de esa marca criolla que permite hacer lo que yo quiera y cuando me dé la gana. Ahora revelan que en las instalaciones de la fábrica “dedicada al reciclaje y la compra y ventas de materiales plásticos”, donde supuestamente comenzó todo, hubo un incendio, en marzo. Nadie reclamó, tampoco fueron tomadas las medidas correspondientes para solucionar el problema. Así ocurrió en La Vega con el derrumbe de la mueblería construida gracias a la autonomía de los dueños.

La fórmula para enfrentar los daños en San Cristóbal es la habitual: misa, duelo nacional, declaración de emergencia para compras y contrataciones. Completa la tradición la orden para investigar y apañar. Basta recordar la devastación que produjo el incendio en Polyplas, Villas Agrícolas – 2018-. La connivencia que espera favores y teme traiciones, acalló el hecho.

Mientras tanto, entre el trajín de camillas desvencijadas, mangueras insuficientes, hidrantes inexistentes, salas de emergencias acunando el caos, ambulancias ruinosas, impericia por doquier, la buena estrella del presidente alumbra su camino. El presidencialismo en su mejor momento. Como si algo faltara, entre los escombros emergió la creatividad del director de Proyectos Estratégicos y Especiales de la Presidencia para anunciar la construcción de una Gran Plaza homenaje a las víctimas “para que personas de todo el país lo puedan visitar y hacer memoria de ese evento”. Queda evocar la advertencia de Narciso Sánchez a su hijo Francisco del Rosario Sánchez: “Desengáñate, Francisco: éste será país, pero nación nunca”.

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