Institucionalidad caricaturesca
Carmen Imbert Brugal
Manitas inertes, rostros con el rictus imprudente y temprano de la muerte. Desechos de una infancia sin dolientes, innominada. Los hierbajos no pudieron esconder la vergüenza ni el horror. Asomaban entre el papel las extremidades de seis infantes que jamás recibieron una caricia y fueron importantes como basura, como bazofia de una sociedad indolente. El hallazgo provocó estupor. Los habitantes cercanos al Cementerio Cristo Salvador – Santo Domingo Este- alarmados y conmovidos, decidieron llamar al 911 y de inmediato la noticia concitó el interés nacional e internacional. La imaginación tejió decenas de fábulas desde tráfico de órganos hasta ofrendas a los difuntos. La autoridad turulata, buscando pistas en las redes, esperando las sugerencias de la plaza. El quehacer oficial detenido, acorralado por la inmediatez y los reclamos. Comenzó entonces la asignación de culpas, como aquello de una candelita por la otra esquinita. Incongruencias por doquier. Funcionarios desconocedores de su trabajo y con deseo de conseguir el minuto de gloria, decían y desdecían. La jefatura de cada uno de los hablantes callada, esperando la bajamar y apostando a la fugacidad del estremecimiento. Entonces apareció el eslabón que impediría atribuir la real responsabilidad del macabro acontecimiento: “El Grillo”. ¡Ese fue! Gritaban. Hilario Pascual, más enterrador que zacateca, es el nombre del sacrificado. Llegó a la sede de la PN escoltado por uno de los paradigmas actuales de la comunicación. No estaba prófugo sino asustado. Su confesión ratificó la sucesión de negligencias, de incumplimiento de leyes vigentes, descaro y embustes. Mintieron directoras, médicos, administradores, mintió el conductor asignado por la Funeraria para transportar los cadáveres. Las contradictorias declaraciones recordaban “Burundanga”, la guaracha del cubano Muñoz Bouffartique, con su Tongo le dio a Borondongo.
Los encargados de actuar conforme a los dictados de la ley desconocían su mandato o poco les importó acatarlos. Sus explicaciones revelan un submundo de ineficacia, la operatividad mediocre del sistema, la falta de vigilancia, la percepción y disfrute de la impunidad. Ningún procedimiento fue respetado, lo peor es que la ocurrencia permite afirmar que siempre se ha hecho de ese modo.
Otra tragedia encubrirá esta, como pasó con los 34 neonatos muertos en el Hospital Materno Infantil San Lorenzo de Los Mina en febrero -2023- y develada en abril. Los episodios trágicos se esfuman, gracias a la narrativa adánica y a la porfía del Cambio.
El desparpajo y la sinrazón continuarán para satisfacción de quienes comandan el vacilón y ahora decidieron alimentar la voracidad grotesca y ágrafa del alofokismo. El estilo permea todo, las instituciones claudican, las firmas comerciales asumen los arquetipos para seducir a la ignorancia. Es la vulgaridad como marca, la agrafía como estandarte, así es más fácil controlar electores y consumidores. Las plataformas digitales lideradas por violentos balbucientes, cada minuto ganan espacio, suman políticos, jueces, fiscales, legisladores, policías. Se impone la banalidad canallesca que atemoriza y circula por los pasillos del poder prometiendo aquietar la masa irredenta con sílabas y alucinógenos. El caso de los cadáveres profanados desaparecerá, quedarán “El Grillo” y el comunicador que lo entregó, como marcas de una nueva era.