Cuanto más nos encierran, más fuertes nos hacemos

Por Narges Mohammadi

Mohammadi es activista en defensa de los derechos humanos y autora de White Torture.

The New York Times

El viernes, Narges Mohammadi fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz por “por su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y su lucha para promover los derechos humanos y la libertad para todos”, declaró el Comité Noruego del Nobel. Este ensayo lo escribió el mes pasado.

Mis compañeras reclusas y yo nos habíamos juntado una noche en el pabellón de mujeres de la prisión de Evin de Teherán cuando vimos por televisión la noticia de la muerte de Mahsa Amini. El 16 de septiembre se cumplió un año desde que murió tras ser puesta bajo custodia de la policía de la moral de Irán por, presuntamente, no ponerse un hiyab adecuado. Su muerte desencadenó un levantamiento inmediato y general —encabezado por las mujeres— que sacudió al país.

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En el pabellón de mujeres, nos invadió la pena, pero también la indignación. Utilizamos nuestras breves llamadas telefónicas para recabar información. Por la noche, nos reuníamos para intercambiar las noticias que habíamos oído. Estábamos atrapadas allí dentro, pero hicimos lo que pudimos por alzar nuestras voces contra el régimen. La rabia alcanzó su punto más alto unas semanas después, cuando un incendio arrasó parte de Evin el 15 de octubre. Coreamos “Muerte a la República Islámica” en medio de los disparos de las fuerzas de seguridad, las explosiones y las llamas. Murieron al menos ocho personas.

Miles de personas que protestaron por la muerte de muerte de Amid fueron detenidas en los meses posteriores. Conforme se aproximaba el aniversario de su muerte, los dirigentes iraníes se afanaron en reprimir la disidencia. He estado encarcelada en Evin tres veces desde 2012 por mi trabajo como defensora de los derechos humanos, pero nunca había visto tantos nuevos ingresos en el pabellón de mujeres como en los últimos meses.

Otros pabellones de mujeres también se llenaron. A través de unas amigas que están en la cárcel de Qarchak, al sureste de Teherán, me enteré de que había unas 1400 detenidas nuevas allí. Otras mujeres habían sido enviadas a pabellones de alta seguridad, como la Sección 209 de Evin, gestionada por el Ministerio de Inteligencia. Una detenida que fue trasladada a Evin desde la prisión de Adelabad en Shiraz nos contó que había cientos de nuevas mujeres detenidas allí.

Lo que quizá no entienda el gobierno es que, cuantas más seamos las que encierran, más fuertes nos hacemos.

La moral entre las nuevas presas está alta. Algunas decían con extraña tranquilidad que habían redactado sus testamentos antes de salir a las calles a pedir el cambio. Todas ellas, al margen de las circunstancias de su detención, pedían una sola cosa: derrocar el régimen de la República Islámica.

En los últimos meses, he conocido a muchas presas que han recibido palizas, que están magulladas y con los huesos rotos, y que han sufrido agresiones sexuales. He hecho todo lo posible por documentar y divulgar esa información.

Aun así, seguimos alzando la voz. Hemos publicado comunicados y organizado concentraciones y mitines generales a raíz de las noticias de las manifestaciones masivas, las muertes en las calles y las ejecuciones. Las instituciones de seguridad y judiciales han intentado intimidarnos y silenciarnos al privarnos de nuestras llamadas telefónicas y de los encuentros semanales con la familia, o al presentar nuevas causas judiciales contra nosotras. En los últimos meses, abrieron seis nuevas causas penales por mis actividades en la cárcel en defensa de los derechos humanos, y añadido dos años y tres meses a mi sentencia, que ahora es de diez años y nueve meses.

Empecé a hacer campaña en Irán hace 32 años, cuando era estudiante. Mi objetivo entonces era combatir la tiranía religiosa que, junto con la tradición y las costumbres sociales, ha conducido a la profunda represión de las mujeres en este país. Ese sigue siendo mi objetivo. Ahora, al ver los esfuerzos pioneros de las jóvenes y las niñas durante este movimiento revolucionario, siento que mis sueños y objetivos feministas están cerca de hacerse realidad.

Las mujeres se erigieron en la vanguardia de este levantamiento y demostraron un coraje y una resistencia inmensos, incluso ante el recrudecimiento de la animadversión y agresión del régimen autoritario religioso.

Ya antes de la muerte de Amini había oído hablar de agresiones sexuales contra las mujeres en las cárceles, pero nunca había presenciado yo misma tantas palizas y lesiones potencialmente mortales, ni me había encontrado tantos testimonios de agresiones y acosos sexuales de esta magnitud.

El régimen parece estar propagando a propósito una cultura de violencia contra las mujeres. Sin embargo, no podrá intimidarlas ni coartarlas. Las mujeres no se rendirán.

Nos impulsa la voluntad de sobrevivir, estemos dentro o fuera de la cárcel. Puede que a veces la violenta y salvaje represión del gobierno aleje a la gente de las calles, pero nuestra lucha continuará hasta el día en que la luz se imponga a la oscuridad y el sol de la libertad abrace al pueblo iraní.

Narges Mohammadi es activista defensora de los derechos humanos y autora de White Torture. En la actualidad cumple una sentencia de una década en la prisión de Evin, en Irán. Fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz de este año.

The New York Times

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