Ha ganado Javier Milei
Ricardo Nieves
Con una nación social y económicamente devastada, casi en cuidados intensivos, ha vencido Javier Milei. Arrolladoramente, se impuso con el endoso del expresidente Mauricio Macri, uno de los artífices del presente descalabro. Si habrá ganado o perdido la democracia, está por verse; mientras tanto, el proceso electoral, al estilo argentino, con amenazas de infarto político, ha sido superado sin traumas, dentro del latido democrático.
Un outsider, economista de 53 años, autoproclamado libertario; estrambótico y desembozado, se alza con la victoria aplastante como candidato “antisistema”, respaldado por el 56% de los electores convocados. Negacionista de las atrocidades de la dictadura militar (1976-1983), apostó, desde el principio, a ser más personaje mediático que real figura política. Impulsado por los grandes medios de su país, conjugó la estrategia perfecta de producto mediático y estampa ultraderechista. Elaborado y pensado para Tik Tok y redes sociales, el marketting alumbró el milagro. Allí nació, tal cual el mismo se ha concebido, el “primer presidente liberal libertario del mundo”. Anarcocapitalista, líder del movimiento La Libertad Avanza, enemigo jurado del Estado y de todo cuanto huela a justicia social.
El actual diluvio económico, que ha diezmado al gigante suramericano, parece replicar a calcos el desastre del “corralito” (2001), catalizado entonces por el peronismo y Ernesto Kirchner, que salieron victoriosos. Hoy, con condiciones muy similares, la presente coyuntura de crisis facilitó la entrada al escenario y abrió las puertas al triunfo contundente de Milei en el balotaje del pasado domingo 19 de noviembre. Aquella vez, una población hastiada y hambrienta revolvió las fichas y tumbó parte del tablero político, dándole oportunidad a la izquierda, misma que hoy, casi corrida, sale desahuciada de la Casa Rosada.
Repetición, ruptura real o eterno retorno, la hora señalada le ha tocado a la ultraderecha, que retoma y enciende, con Javier Milei al mando, la consigna de: “¡Que se vayan todos!”. Y este, antorcha en manos, no duda en su promesa de quemar nueva vez las naves antiguas de la tradición política. A la que llama, incesante y sacudidamente, la casta parasitaria y corrupta. Enfrentará un reto sin precedentes, intentará superar la que ha tipificado “era de la decadencia”. Con un arsenal indeterminado de epítetos, algunos sin respuesta de parte del oficialismo, la población compró y le creyó cada señalamiento, descargando sobre los hombros del peronismo toda la ira acumulada por la inconformidad y la impotencia. La mayoría del pueblo votante optó por concederle fe, otorgarle la banda presidencial mediante el favor enardecido del sufragio.
“La casta”, “la herencia”, “la cámpora”, fueron tan sólo rótulos minúsculos del combo de calificativos que constantemente restregó a sus adversarios. Quienes, perplejos y anonadados, quedaron sin cartuchos ni aire, de cara al estilo estridente de una campaña demoledora y tenaz, guiada por un sujeto pop que, entre frases mordaces, exhibía la dentellada acusadora de una motosierra cortante. Inflados, sentimientos de hartazgo e insatisfacción, terminaron barriendo al candidato y ministro de economía, Sergio Massa, rostro económico del impopular gobierno de Alberto Fernández. Para ganar, Milei debió agenciarse el voto de la juventud, gente de bajos y medianos ingresos, descontentos e indignados contra el “viejo ecosistema político”, responsable de una inflación interanual cercana al 150%. Así ascendió, embistió y arrasó con el kirchnerismo y la coalición gobernante Unión por la Patria. En un panorama tan inexplicable para los argentinos como para el resto del mundo: ¡Una nación sorprendentemente rica que posee un 40% de pobres, 10% de ellos en condiciones extremas!
Sin embargo, terminó la “fiesta democrática”. El festival de insultos, las horas de extravagancias. La prometida reestructuración del Estado es tarea tan ambiciosa como controvertida; riesgosa. Y Milei, que ha hablado hasta el cansancio de 100 años de decadencia argentina, deberá pasar ahora del verbo incendiario a la acción prometida, delante de una población económica y emocionalmente dolida, agotada. Exultante, casi poseído, plantea la reconstrucción del país a partir el 10 de diciembre y, según sus palabras, hacerlo sin tibiezas ni gradualismo. Habla de una decisión radical, especie de cirugía mayor o de corazón abierto, sin marcha atrás. Obviando cualquier aplazamiento, el elenco neoliberal a ultranzas lo acompañará hasta completar la mesiánica labor. Tarea que, por cierto, muchos de sus adeptos fanatizados acogen con aire místico, porque “su fuerza viene del cielo” …
Cuando se le ha cuestionado sobre cuál sería el modelo de ese complejo diseño; sin reticencias ni titubeos responde: “Estoy listo para la transición-ajuste-aplicación”. Grosso modo, el eje central de su terapia ultraliberal y anarcocapitalista, compendia: Un Estado pequeño, eliminar 11 de 19 ministerios (incluidos Salud, Educación y Obras Públicas), regresar a las privatizaciones y los recortes. Y, en modo visceral, dentro del órgano monetario y financiero, meter bisturí hasta el fondo y llegar a la sinuosa dolarización de la economía. Como si fuera poco, a ritmo de motosierra, completar la extinción definitiva del Banco Central. Inflamable y delicadísimo, a juzgar por el timbre de su verborrea, este ofrecimiento implica el “signo moral” de un compromiso irrevocable…Considera, además, romper relaciones diplomáticas con Brasil y China, socios comerciales primarios para Argentina, representantes del 21% y 14% de su comercio exterior y generadores de dos millones de empleos…
No ha explicado como lo hará. Tampoco detalla la categoría de las alternativas escogidas, puesto que, hasta ahora, le ha bastado su enconado convencimiento para colmar esperanzas y alivianar pesares, hinchando cada vez más el paquete de sus promesas. Donde toda movida va directo a derrumbar el viejo estandarte del agrietado orden político: El Estado ¿Sobre el impacto de las probables consecuencias?, advierte y barrunta apenas que el costo de todas ellas deberá ser “pagado por la casta”. Así, la moneda de cambio será la que elijan los argentinos, en libre competencia, sin reparar quizás en que su quijotesca batalla será librada en medio de una vorágine económica, para un país megaendeudado tanto en dólares americanos como en yuanes chinos y…resbalando a la hiperinflación.
Frente al candidato, fenotípicamente populista, atípico y emocionalmente levantisco, hubo muy poco margen de conjeturas para elaborarle una opinión crítica, interpretarlo con interés y basamento analítico. Hacer una proyección de su programa de gobierno fue, aún para técnicos y entendidos, un esfuerzo infructuoso y hostil. Pero electo presidente, consagrada su filípica de tierra arrasada, como nuevo testamento ultraliberal, la única respuesta pendiente que nos queda será la espera…
Esperar, más allá de cualquier especulación o deseo ideológico. Ya que, al margen de su estilo exasperante y vidrioso discurso, quedará la sensatez, esa esperanza de que, en lo adelante, Argentina encuentre camino. Sin embargo, frustrante para muchos, la razón dispone dudarlo: pues, parecería que presenciamos otra oferta pegajosa, agradable y redentora, pero construida al lado de un abismo. Y si hay algo que no debería preocupar por ahora es que dicha propuesta se presente con facha de chaqueta oscura y cabellera desaliñada. Ojalá no ocurra lo que se prevé…
Listín Diario