Espíritu del placer y entierro de valores
Miguel Guerrero
Si algo podemos aprender de nuestra propia experiencia histórica, y de la ajena, es que el declive de una nación suele tener un punto de partida, difícilmente localizable en el tiempo. Y eso hace en extremo difícil frenar la decadencia. Pasa a menudo cuando las sociedades abandonan la custodia de lo esencial, porque esa amnesia hace olvidar el justo lugar y el momento en que, emanados, tradiciones y valores se van sin que nos percatemos de ello.
Cuando el fervor patriótico se impuso sobre la tiranía e iniciamos la construcción de un estado de derecho y respeto a las libertades ciudadanas, el ruido alrededor no permitió observar que con la destrucción de símbolos de la dictadura, con cada caída de una valla, letrero, busto o emblema del viejo régimen, echábamos a rodar, sin darnos cuenta, o tal vez por negligencia, valores propios de nuestra esencia. Cosas tan sencillas y de tan alto valor en el diario y duro trajinar, como la cortesía, el respeto a los mayores, el amor a los símbolos patrios, el cuidado de la naturaleza y la observancia de las reglas que hacen posible una armónica y respetuosa convivencia.
Y lo que es peor, nada hicimos y aún no hacemos para recuperar lo que haría de nosotros una mejor sociedad y un punto firme de partida hacia el futuro que aguarda por nosotros. Así lo vimos, impasible, como si nada importara, y hoy pagamos el precio. El descuido hizo que el proceso comenzara en nuestras escuelas, luego pasara al hogar y así perdimos el control de nuestras calles.
Al observar cómo el ideal colectivo convierte en virtual adoración de altares casi confesionales a figuras populares que a diario llenan las páginas de nuestros diarios y espacios de radio y televisión, tortura pensar, como dijera el mariscal Petain de la Francia ocupada por los nazis, que estemos en camino de destruir con “el espíritu del placer” lo que tanto cuesta construir “con el espíritu del sacrificio”.
El Caribe