Los duendes de nuestra estabilidad

Pablo McKinney

inguno de nuestros tres grandes partidos es progresista, liberal ni de centro izquierda sino todo lo contrario y también viceversa. Nuestros políticos son poetas del arte de lo posible sin haber intentado lo imposible.

Como algunos psiquiatras, adivinan el pasado, pronostican con certeza lo ocurrido y se quedan a esperar que les sonría el futuro, el imperio, unos señores, las remesas, por ejemplo.

Como Marx, –pero no Carlos sino Groucho Marx–, nuestra partidocracia reinante (PRM, PLD, PFP y sus partidos satélites que van y vienen) tiene principios fundacionales, pero si a las élites no les gustan… tienen otros. Son pragmáticos como un bombero, avispados como un obispo, terribles como las suegras, creativos como un vendedor de autos usados, repentistas insuperables como el genio de Cuquín Victoria.

Inexistente en nuestro país la alternativa progresista, ante tal escenario, la posibilidad de que sea firmado un Pacto Fiscal depende casi exclusivamente del grado de compromiso de nuestras élites políticas y económicas, cosa de misas y retiros, de católica “oración centrante” o budista meditación con karma.

De lo que piense nuestra partidocracia and friends; de lo que decidan nuestras viejas y nuevas élites empresariales, más la Embajada y las iglesias ultras y sus Concordatos, de todos ellos depende la firma de un Pacto Fiscal que una ley manda desde 2012.

Mientras tanto, las grandes masas nacionales van por la vida incrédulas y huérfanas, sobreviviendo en nuestros barrios carenciados bajo el control del lavado, del narco, de un teniente policial malcriado, más el colmadón, la barbería o la banca de apuesta como centro de operaciones.

Precisamente, es ese narco, son esas bandas, el dinero de las remesas, la corrupción, la prostitución, el lavado, (más un proletariado nacional haitiano indocumentado, sobreexplotado y sin derechos para quien la pobreza dominicana es un Nueva York chiquito), son ellos, ya digo, los duendes de nuestra estabilidad macroeconómica y política de los últimos 46 años.

En la bahía de Cádiz, junto a mi dilecto Joaquín Umbrales, Joaquín Sabina me contó antes de conocerlo, que Ángel González, enamorado, preguntaba una y otra vez a su amada: “Qué sería tú nombre sin ti, igual que la palabra rosa sin la rosa”; de igual modo pregunta uno, qué sería de nuestro país sin los innombrables duendes de nuestra estabilidad política y macroeconómica. En fin, “¿dónde estaba Dios cuando te fuiste, dónde estaba el sol que no salió”.

Listín Diario

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