Hay una larga historia de intentos de asesinato a presidentes en EE. UU.
Por Matthew Dallek y Robert Dallek
The New York Times
Matthew Dallek es historiador y profesor de gestión política en la Facultad de Estudios Profesionales de la Universidad George Washington. Robert Dallek es historiador presidencial. Están trabajando en un libro sobre los intentos fallidos de magnicidio y la violencia política en el siglo XX.
El sábado, horas después del intento de asesinato del expresidente Donald Trump con un rifle de asalto tipo AR-15, el presidente Joe Biden hizo una declaración con un argumento familiar: Estados Unidos, aseguró, resuelve sus diferencias de manera pacífica; la violencia política es antiestadounidense y aborrecible. “No podemos permitir que esto ocurra”, dijo. “La idea de que haya violencia política o violencia de este tipo en Estados Unidos es sencillamente inaudita”.
Los estadounidenses transfieren el poder pacíficamente de un partido a otro la mayor parte del tiempo, y la mayoría de las elecciones son justas y están libres de la mancha del derramamiento de sangre. Pero el atentado contra Trump forma parte de una lista de incidentes bastante comunes contra la vida de los presidentes, actos endémicos de la cultura política y parte de una tradición alternativa de violencia política. Esta tradición contradice a una especie de fe mítica, muy extendida entre los estadounidenses, en un sistema político que rehúye las balas y respalda los votos.
Los presidentes y expresidentes son miembros de uno de los clubes más exclusivos del mundo, y casi siempre han descrito la violencia política, en especial los ataques contra uno de los suyos, como excepciones antinaturales de un sistema político por lo demás pacífico. Después de que nacionalistas puertorriqueños intentaran asesinar al presidente Harry Truman en 1950, el expresidente Herbert Hoover le escribió una carta a Truman en la que decía que “el asesinato no forma parte del estilo de vida estadounidense”.
Ronald Reagan replicó esa idea poco después de que una bala casi acabara con su vida en 1981. Declaró que la edificante respuesta de los estadounidenses al atentado había “dado una respuesta a esas pocas voces que se alzaron para decir que lo sucedido era una prueba de que la nuestra es una sociedad enferma”.
“Las sociedades enfermas no producen jóvenes como el agente del Servicio Secreto Tim McCarthy, quien puso su cuerpo entre el mío y el hombre de la pistola solo porque sintió que eso era lo que su deber le exigía”, dijo Reagan. “Las sociedades enfermas no hacen que personas como nosotros nos sintamos tan orgullosos de ser estadounidenses y tan orgullosos de nuestros conciudadanos”.
En este momento, vale la pena hacer una pausa para recordar que, contrario a lo que aseguraba Hoover, los intentos de asesinato son en gran medida “una parte del estilo de vida estadounidense”. De los 45 hombres que han sido presidentes en la historia de Estados Unidos, cuatro han sido asesinados. Solo en el siglo XX, hubo al menos seis graves atentados contra la vida de presidentes y uno contra un expresidente. Al menos una cuarta parte de los mandatarios han muerto o han estado a punto de morir a manos de un asesino.
Y para los expertos que predicen que el intento de asesinato del fin de semana supondrá una victoria política para Trump: no todos estos intentos de asesinato generaron el tipo de simpatía que cabría esperar del público.
De 1865 a 1901, tres presidentes fueron asesinados, y el siglo XX fue posiblemente peor en términos de violencia política. John Kennedy fue asesinado. Una bala alcanzó al expresidente Teddy Roosevelt en el pecho cuando se postuló a las elecciones en 1912 (Roosevelt siguió hablando durante más de una hora mientras sangraba). El presidente electo Herbert Hoover fue objeto de un complot en Latinoamérica para poner una bomba en su tren, pero las autoridades lo frustraron por poco. Un obrero antiélites italiano disparó contra cinco personas en Miami, matando al alcalde de Chicago, Anton Cermak, y fallando por poco a su objetivo, el presidente electo Franklin Roosevelt. Truman, Richard Nixon, Gerald Ford y Reagan fueron objeto de intentos de asesinato.
Históricamente, muchos políticos han culpado a las enfermedades mentales como causa de estos atentados. Argumentan que un individuo enfermo, que actúa por voluntad propia, con fácil acceso a las armas de fuego, no es representativo de una buena sociedad. Sin embargo, Estados Unidos es la democracia industrializada más violenta desde el punto de vista político. Todos los primeros ministros de Canadá en el siglo XX sobrevivieron a sus mandatos; ninguno recibió disparos. Desde el establecimiento de Japón como democracia parlamentaria plena tras la Segunda Guerra Mundial, solo un primer ministro, Shinzo Abe, fue asesinado, después de dejar el cargo, mientras pronunciaba un discurso en apoyo de un candidato a la cámara alta del Parlamento japonés. Aunque la primera ministra Margaret Thatcher sobrevivió a un atentado del Ejército Republicano Irlandés en 1984, el Reino Unido solo ha perdido un primer ministro por asesinato, y eso ocurrió en 1812. Desde la creación de la República Federal de Alemania en 1949, ningún mandatario ha sido asesinado. Por lo tanto, en lo que respecta a los atentados contra jefes de gobierno, Estados Unidos es la primera de todas las grandes democracias.
Después de que Truman fue atacado, algunos periodistas especularon sobre si una efusión de buena voluntad impulsaría la fortuna de su partido en las elecciones intermedias de 1950. “El intento de asesinar a Truman esta semana transformará en un triunfo la entusiasta recepción con la que siempre pudo contar”, escribió Arthur Krock, destacado columnista del Times, sobre la recepción de Truman en un mitin en St. Louis, donde pronunciaba su discurso final de campaña. “Cuando el público lo contemple”, escribió Krock, “tendrá muy presente el peligro del que escapó y la calma filosófica y el valor con los que lo valoró”. Pocos días después, los demócratas fueron derrotados de manera contundente.
Que Teddy Roosevelt sobreviviera selló su reputación de torre de fortaleza, pero denunció a la prensa como la razón por la que su agresor lo odiaba: “Culpa a los periódicos salvajes del asesinato”, informó un periódico. Ese año perdió su candidatura a la Casa Blanca.
Ford nunca obtuvo mucho apoyo político, a pesar de dos atentados contra su vida. Estuvo a punto de perder la nominación republicana frente a Reagan antes de perder la reelección ante Jimmy Carter poco más de un año después de haber estado a punto de ser asesinado.
El caso de Reagan es más la excepción que la norma. Brillante creador de imagen, utilizó su supervivencia y recuperación tras unos meses en el cargo para defender la recuperación económica a través de sus políticas económicas conservadoras.
El intento de asesinato del sábado en Pensilvania ha generado empatía por Trump entre sus simpatizantes más fieles y quizás, por un tiempo, incluso entre sus críticos. Pero el ataque también puede recordar al menos a algunos estadounidenses su papel como agente del caos y la violencia, especialmente el 6 de enero de 2021.
Si no sucede nada más, es probable que el atentado contra el presidente número 45 acelere la división del país, endureciendo nuestras divisiones. Mientras el Servicio Secreto escoltaba a Trump fuera del escenario, con sangre manando de su oreja, pronunció la palabra “pelea” a sus seguidores.
The New York Times