El drama venezolano

Nassef Perdomo Cordero

El reciente proceso electoral en Venezuela nos recuerda la fragilidad de los consensos democráticos latinoamericanos. A todas luces, fue una contienda desigual, con un árbitro parcializado que anuló consecutivamente dos candidaturas de la oposición y un oficialismo de discurso apocalíptico que avisaba ríos de sangre si no era favorecido con el voto popular.

Nada de esto es extraño a los dominicanos, aunque ese nivel de agresión a la oposición no lo hemos vivido desde que se anudaban pañoletas coloradas en los cañones de los fusiles. Si hemos logrado superar esos traumas se debe, en gran medida a la solidaridad que dos gobiernos venezolanos tuvieron con nuestro pueblo.

Por un lado, el de Rómulo Betancourt, cuyo laborantismo en contra de la dictadura trujillista casi le cuesta la vida.

Por el otro, el papel estelar jugado por Carlos Andrés Pérez en la defensa de la voluntad popular en 1978. Es decir, que los gobiernos venezolanos estuvieron con nosotros en momentos cruciales, brindando una colaboración necesaria para la reivindicación de la libertad de los dominicanos.

De tal forma que los dominicanos tenemos una deuda histórica con los venezolanos y ha llegado el momento de devolver parte de lo que nos aportaron. Por eso es importante que el gobierno dominicano insista en la posición que ha sostenido en los últimos días.

Da igual cómo se venda el régimen de Maduro, ni importan tampoco las nostalgias que pueda despertar en algunos los albores del chavismo. Todos los que en su momento creímos que la llamada “revolución bolivariana” podía representar un camino que llevara a una democracia integral tenemos que reconocer el fracaso del experimento.

Pero, sobre todo, tenemos que reconocer que la única opinión relevante es la del pueblo venezolano.

El Día

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