Kamala Harris está dando una lección de póquer del poder

Por Nate Silver

The New York Times

En los últimos años, para un nuevo libro, he pasado tiempo en una comunidad de pensadores afines que se ganan la vida asumiendo riesgos calculados. Estas personas, desde jugadores de póquer a capitalistas de riesgo —yo los llamo el Río, y proceden de Silicon Valley, Wall Street, apuestas deportivas, cripto— no toman decisiones basadas en lo que saben en el momento, sino en la esperanza matemática. Para ellos, cuando llega el momento de tomar una decisión, la pregunta es: ¿los riesgos superan las recompensas?

El Río es el rival del grupo de académicos, periodistas y expertos en política que yo llamo la Aldea. Quizá ese término te resulte más familiar: es la clase experta de la Costa Este. Harvard y Yale. The New York Times y The Washington Post. En conjunto, estas comunidades solo representan un pequeño porcentaje de la población; en pocas palabras, son élites.

La Aldea tiende a la aversión al riesgo, como demuestran su cautela durante la pandemia de covid y su creciente recelo ante la libertad de expresión (que puede tener consecuencias muy graves). Suele tomar decisiones por consenso y castiga a los disidentes con el ostracismo o, si lo prefieres, la cancelación.

El Río ha tenido una racha ganadora en cuanto a su impacto en la sociedad y en nuestra economía: sus principales industrias, la tecnología y las finanzas, crecen de manera continua como fracciones de la economía, y Las Vegas está logrando ingresos récord. No solo el béisbol, sino prácticamente todo se ha Moneyballizado, es decir, cuantificado y monetizado de alguna manera.

Mirar la política a través de la lente de las comunidades del Río y la Aldea, y sus enfoques del riesgo, puede ofrecer alguna visión interesante… y sorpresas.

Los grupos no se corresponden con nuestras instituciones políticas de la misma manera. En tiempos trumpianos, con el voto muy polarizado en función de la educación, la Aldea es abrumadoramente demócrata. La política del Río no es tan sencilla. Distantes y analíticos, preocupados por pasatiempos como el póquer, no todos los que pertenecen al Río son partidarios del Partido Republicano. De hecho, si se encuestara a las personas que considero parte del Río sobre sus candidatos presidenciales preferidos, mi opinión es que Kamala Harris obtendría más votos que Donald Trump, aunque con un gran número de votos por un tercer partido.

Sin embargo, desde que el libro entró en imprenta, ha ocurrido algo sorprendente. Hasta ahora, en las elecciones de 2024, la Aldea ha estado tomando mejores decisiones de gestión de riesgos, superando al Río. La carrera presidencial sigue siendo reñida, pero al menos por ahora parece que la Aldea va ganando.

Al menos, la Aldea acertó en la decisión más importante: sacar al presidente Joe Biden. Al hacerlo, han duplicado aproximadamente sus posibilidades de ganar, desde el 27 por ciento de posibilidades de Biden en mi modelo de previsión electoral cuando se retiró de la campaña hasta el 54 por ciento de Harris la semana de la Convención Nacional Demócrata.

Para entender por qué, ayuda saber que el Río puede ser propenso a contrariar. A medida que la Aldea se ha ido volviendo cada vez más azul, algunas comunidades del Río se han rebelado al volverse en respuesta, en mayor o menor medida, de extrema derecha. La guerra del gestor de fondos de cobertura Bill Ackman contra los presidentes de la Universidad de Pensilvania, Harvard y el MIT marcó un punto de inflexión en la guerra abierta entre el Río y la Aldea.

Pero el Río no es en absoluto un bloque, mientras que la inclinación de la Aldea por el consenso le ayudó, cuando Biden se apartó, a consolidarse rápidamente en torno a Harris. Ella aprovechó la oportunidad para asegurarse la nominación del Partido Demócrata en 48 horas.

La elección del gobernador de Minnesota, Tim Walz, como compañero de fórmula de Harris pareció, en un principio, demasiado consensuada y reacia al riesgo. El gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, tenía más posibilidades de atraer a los votantes indecisos en un estado que no está comprometido ni con Republicanos ni con Demócratas, y Pensilvania tiene alrededor de un 40 por ciento de posibilidades de ser el estado decisivo en estas elecciones según mi modelo, frente a menos del 1 por ciento de Minnesota. El jugador de póquer que hay en mí habría jugado con los porcentajes y habría asumido el riesgo calculado de Shapiro. La elección del Walz me ha convencido a medida que Harris ha mantenido su impulso en las encuestas, pero Pensilvania sigue siendo importante.

Es mucho más difícil ver el lado positivo de la elección del senador JD Vance de Ohio por parte de Trump.

Vance, un excapitalista de riesgo, es en cierto modo la quintaesencia del Río; aunque como graduado de la Escuela de Derecho de Yale, autor de un libro superventas y un intelectual que fue anti-Trump, también tiene algunos rasgos de la Aldea.

Lo que no tiene es mucho atractivo para el 98 por ciento de los estadounidenses que viven fuera de estas comunidades de élite; de hecho, tiene uno de los índices de favorabilidad más bajos de cualquier elección de vicepresidente en décadas.

El propio Trump, como magnate de los casinos (aunque no exitoso), se encuentra a caballo entre Río y Aldea, pero es más intuitivo que analítico y está obsesionado con su cobertura informativa en la Aldea. La campaña de Trump cometió dos errores clásicos con su elección de vicepresidente, aunque los conservadores de Silicon Valley lo aclamaron. Uno fue contar los pollos antes de que nacieran. Según los informes de Tim Alberta, de The Atlantic, y otros, Trump pensaba que tenía las elecciones en el bolsillo, y probablemente por eso pensó que podía apostar por un candidato que podría ser un protegido de MAGA más joven e intelectual. Pero desde que Biden renunció, la contienda está lejos de estar decidida.

El segundo error fue no practicar la empatía estratégica, es decir, la voluntad de ponerse en el lugar del oponente. Esto es algo que generalmente se le da bien a la gente del Río; es esencial en el póquer. Pero la campaña de Trump no creyó que los demócratas remplazarían a Biden, y al hacerlo, subestimaron a sus oponentes.

Hay otro término del mundo del póquer que describe la reciente toma de decisiones de Trump: puede que esté on tilt, la condición de tomar decisiones deficientes porque las emociones se interponen en el camino. Todos los jugadores de póquer lo han visto: un contrincante acumula una gran cantidad de dinero, espera regalarse una cena de bistec y presumir ante sus amigos. Pero entonces pierde una gran cantidad y, antes de que se percate, el resto de sus fichas se han esfumado mientras intenta recuperar sus pérdidas.

A los 30 minutos del discurso de aceptación de Trump en la Convención Nacional Republicana, cuando habló conmovedoramente sobre la bala que casi le cuesta la vida, estuve tentado de tirar las probabilidades por la ventana y concluir que estaba destinado a la victoria. Pero luego siguió divagando durante otra hora. Y tres días después, Biden fue convencido para que se retirara. Aunque el tilt suele asociarse con jugar mal después de perder una mano, otra forma común es el tilt del ganador, cuando un jugador se vuelve demasiado confiado después de entrar en una buena racha, como la del Río recientemente.

Ahora Trump está buscando pelea con el gobernador republicano de Georgia y acusando de manera falsa a los demócratas de usar inteligencia artificial para exagerar sus multitudes. Es una estrategia dudosa cuando hay tantas otras líneas de ataque válidas, como las persistentes preocupaciones de los votantes sobre la economía y la frontera o la campaña de primarias presidenciales de izquierda de Harris en 2019.

La campaña de Harris para las primarias de 2019 fue, de hecho, un fracaso. Pero no todo el mundo es el equivalente político de Tom Brady, aparentemente nacido para manejar la presión. Las dos primeras campañas presidenciales de Biden fueron un fracaso. Barack Obama perdió su primera candidatura al Congreso en 2000. El primer gran momento de Bill Clinton en la escena nacional —como orador principal en la Convención Nacional Demócrata de 1988— estuvo a punto de acabar con su carrera. Es útil tener algunas experiencias públicas, como viajar por el mundo y dar discursos, como ha hecho Harris en sus cuatro años como vicepresidenta.

Si, como suele ocurrir después de que un partido celebra su convención, Harris sigue subiendo en las encuestas, podría encontrarse en una nueva posición: la de favorita.

Esto puede acarrear diferentes riesgos, como la complacencia, de cara a lo que seguramente será el próximo momento crucial de la campaña: un debate el 10 de septiembre en Filadelfia. Tendrá que resistirse a la tendencia de la Aldea a la triangulación.

Las encuestas subestimaron considerablemente a Trump tanto en 2016 como en 2020, y hay algo bueno en hacer campaña como si estuvieras detrás. Pero, hasta ahora, Harris ha desafiado el estereotipo de la aldea actuando con frialdad bajo presión.

Nate Silver, fundador y antiguo editor de FiveThirtyEight y autor del libro On the Edge: the Art of Risking Everything, escribe el boletín Silver Bulletin.

The New York Times

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