El lado oscuro de las redes sociales

Por Nelson Encarnación

En cada momento de la historia de la humanidad, las personas se hicieron dependientes emocionales de los instrumentos de modernidad que correspondieron a cada época, los cuales fueron reemplazados por otros más adelantados, y estos por otros, y así hasta que el cautiverio se ha prolongado.

Las herramientas de modernización jugaron su papel en cada etapa, instrumentalizando a las personas y convirtiéndolas en parte de un tinglado del que no pudieron escapar, sino hasta refugiarse en el otro mecanismo de dependencia.

Así, de la radio se pasó a la televisión fija y de esta a las emisiones por cable, satélite e internet, y de estos mecanismos de comunicación caímos en el más brutal de todos: el teléfono celular, dominante, cautivador y adictivo.

Sin embargo, ninguno, con toda y su brutalidad existencial, se puede comparar con las redes sociales, el ecosistema comunicacional y de interrelación más inhumano que jamás existió.

Las redes sociales son un permanente campo de batalla donde lo humano carece de importancia y lo trivial es lo que domina, aunque sea un predominio tan fugaz como el relámpago.

Nos hemos convencido de que somos importantes por la cantidad de seguidores que logremos captar o por los likes que genera nuestra exposición, aunque la “audiencia” esté conformada por cuasi humanos, cuyo pensamiento no alcanza para más de un saludo en la jerga mediática de moda.

Nuestro mundo en las redes muchas veces nos convierte en individuos tóxicos, no porque lo seamos realmente, sino porque la línea en boga nos conduce a la dinámica factual de una civilización ciberespacial que nos utiliza sin nosotros percibirlo conscientemente.

Ignoramos que no somos nosotros, sino que somos una pieza de un ajedrez cibernético que se juega en lugares que no sabemos; por mecanismos que no conocemos, aunque se ha demostrado que formamos parte utilitaria de los algoritmos que colonizan nuestras voluntades.

En las redes compartimos pensamientos ajenos, pero al estar en el momento de las tendencias, participamos porque necesitamos ser “importantes”, cuando en realidad solo provocamos que la colonización de las ideas y de las emociones sirva para activar los mecanismos invisibles que nos aprisionan.

Mientras esa implacable realidad del mundo actual es tan terriblemente avasallante, las aplicaciones que nos instrumentalizan se cotizan en miles de millones de dólares en las bolsas de valores, y sus desarrolladores se han convertido en los hombres más ricos del planeta, desplazando a quienes han hecho sus fortunas trabajando en la economía real.

Estos individuos de las plataformas y aplicaciones llegaron en el momento más que oportuno a poner en práctica una forma de encarcelamiento emocional colectivo, una nociva manera de embrujar con alucinógenos no prohibidos, embruteciendo a miles de millones de gentes que no tiene tiempo de analizar ni aun su propio entorno, mucho menos el designio de una conquista planetaria para la cual no fueron necesarios los ejércitos de la Edad Media y mucho antes.

La cosificación del individuo que procuraban las redes sociales, hijas legítimas de las plataformas y aplicaciones, se hizo más expedito en cuanto las personas asumimos que no podíamos prescindir de esos mecanismos de dominación.   

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