Nuestro país ante el mundo

Nassef Perdomo Cordero

Quienes recordamos la década de los años ochenta sabemos que el asomo de República Dominicana al escenario internacional es un fenómeno relativamente reciente.

En la década siguiente, la reacción de un presidente en su ocaso al cambiante escenario internacional y el impulso de un presidente muy joven fueron determinantes para que nuestro país abandonara su centenaria propensión al aislamiento.

Los primeros años del milenio, con los tratados de libre comercio que obligaban a asumir ciertas reformas, cimentaron ese proceso.

Esto nos dejó en una situación muy peculiar, porque somos la única nación de las Antillas Mayores que es de habla hispana, con independencia plena y, además, una democracia.

Dada nuestra tibia relación política con el Caribe francófono y anglófono, nos resultó difícil asegurar un espacio de liderazgo en Las Antillas.

Parecía también difícil que lo hiciéramos con una Hispanoamérica con la que teníamos una relación inconsistente.

Sin embargo, se empezó con tesón una labor de mirar hacia los demás países hispanoamericanos, y se aprovecharon espacios como las cumbres de las Américas para afianzar esa tendencia. Eduardo Latorre jugó un papel trascendental en ese proceso. Como consecuencia, cuando llegó la oportunidad estuvimos listos.

Lo digo porque debe llenarnos de orgullo el papel jugado por la diplomacia dominicana en dos crisis actuales. Por un lado, el golpe blando que aún hoy se intenta en Guatemala contra el presidente electo de ese país Bernardo Arévalo.

En las semanas finales y más agudas de ese proceso, los diplomáticos dominicanos tuvieron un rol crucial, encabezados por el canciller Roberto Álvarez y nuestro entonces representante ante la Organización de Estados Americanos (OEA), Josué Fiallo.

Luego tuvimos también un papel protagónico en la crisis de solución aún pendiente causada por el proceso electoral venezolano, a todas luces truncados por el desconocimiento de la voluntad popular y la usurpación de la Presidencia por parte de Nicolás Maduro.

Esto no es poca cosa, significa que ya la sociedad dominicana y su Estado han abandonado la pretensión de que puede vivir sin convivir.

Los dominicanos hemos aprendido a desarrollarnos en democracia, sorteando las crisis políticas y económicas sin que el agua llegue al río.

Esto es algo que debemos valorar en un contexto de debilidad del consenso democrático en el país y el mundo. Me alegra que lo hayamos convertido en nuestra carta de presentación y felicito al Gobierno por ello.

El Día

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