La clase obrera no fue

Rosario Espinal

Los datos de preferencia de candidaturas en las elecciones de Estados Unidos mostraron que la clase obrera blanca con influencia religiosa evangélica y católica apoyaría mayoritariamente a Donald Trump. ¡Vaya paradoja!

Según la teoría marxista, en el capitalismo hay dos clases sociales antagónicas: la burguesía y el proletariado. La burguesía extrae de la clase obrera mayor riqueza de la que devuelve en salarios y, como los trabajadores no reciben una justa compensación, hay una relación de explotación que lleva a la alienación, y eventualmente a la conciencia de clase obrera para derrocar el sistema capitalista y lograr la liberación.

La historia de la primera mitad del Siglo XX en los países del capitalismo desarrollado muestra el ascenso del sindicalismo y las luchas obreras inspiradas en ideas socialistas, que llevaron a mejoras sustanciales en las condiciones de vida de los trabajadores en la posdepresión de 1929.

Desde la década de 1930 hasta la de 1970 se produjo en los países del capitalismo avanzado mayor redistribución de la riqueza, con más impuestos para los ricos y la expansión de programas sociales. Hubo reformas, no revolución, y la clase obrera mejoró sustancialmente sus condiciones de vida.

En la década de 1980, sin embargo, comenzó a producirse un declive del sindicalismo, producto de cambios en la estructura de producción a nivel mundial (muchas fábricas se mudaron a los países de menor desarrollo económico, China en particular, en busca de mano de obra más barata), y también proliferó el credo neoliberal de dejar el capital a su libre albedrío.

La clase obrera abrazó las medidas neoliberales bajo el falso argumento de que se rebajarían los impuestos a todos. La desigualdad aumentó junto con la desindustrialización.

La desprotección económica en que quedaron muchos trabajadores en la etapa posindustrial del capitalismo avanzado, unido al racismo, la xenofobia y la oposición a derechos de autonomía personal, han convertido a la clase obrera blanca en presa de los líderes populistas de ultraderecha en Estados Unidos y Europa Occidental (Trump, Le Pen, Meloni, entre los más conocidos).

Incapaz de ofrecer real mejoría económica, la ultraderecha ofrece a la clase obrera agitación contra los inmigrantes, los negros, las mujeres y la comunidad LGBT.

Y con la intervención de iglesias, sobre todo evangélicas, la ultraderecha política articula los mensajes que estructuran la ideología social de la clase obrera, lejos de las luchas de clases o liberación marxista.

Aunque este fenómeno es más evidente en los países del capitalismo desarrollado, no es exclusivo a ellos; también se produce en Rusia y Europa del Este, en países asiáticos, africanos y latinoamericanos que asumen como bandera el conservadurismo social contra las llamadas élites liberales globalistas que promueven supuestas “ideologías de género” o política “woke”.

Así, el conservadurismo político contemporáneo es un fenómeno con base social obrera, mientras las capas medias de mayor nivel educativo tienden a asumir posiciones más democráticas enfocadas en los derechos de las personas.

El marxismo ofrece, sin duda, la crítica más profunda al capitalismo, pero no pudo proyectar cómo el sistema capitalista se transformaría, produciendo novedades políticas inesperadas.

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