CATALEJO: La humildad
Por ANULFO MATEO PEREZ
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El entorno más peligroso del que detenta el Poder, es el que le adula a cambio de sus favores. Consciente de ese riesgo fue por lo que el despiadado Calígula reaccionó de mala manera cuando uno de sus senadores le confesó lo siguiente: “Emperador, por ti daría mi vida en el circo”, a lo que éste le contestó: “¡Házlo!”. Y lomandó a vestir de gladiador para que luchara en el anfiteatro.
Américo Lugo en una carta dirigida al tirano Trujillo le señalaba: “Aunque la marcha de la humanidad sea progresiva, el hombre de Estado debe abismarse en la contemplación de lo pasado, porque éste es la raíz, tronco y savia de los frutos del presente, sin los cuales éste se marchitará y se secaría como rama arrancada del árbol”.
Los que susurran al presidente que sólo él puede gobernar, que está predestinado a mantenerse en el poder contra viento y marea, por encima de todas las adversidades, entre ellas el repudio de una buena parte de su pueblo, merecen ser vestidos de gladiadores y mandarlos a luchar en el anfiteatro.
Los profesionales del diálogo, de la lisonja, de la exaltación y la más vulgar adulonería contribuyeron a que muchos presidentes perdieran la percepción de la realidad y se convirtieran en déspotas, cercenaran la libertad de su pueblo, persiguieran tenazmente a sus adversarios, pasaran por las armas a los más firmes, hasta caer derrotados por sus propios errores.
Y mientras llevaban a cabo todas esas funestas aventuras, recibían en sus oídos de forma persistente el susurro de los lambiscones, como en los tiempos de Julio César y Marco Junio Bruto o en los del sátrapa Trujillo, alias Chapita, y uno de sus más cercanos cortesanos, que luego de leer su panegírico, lograba al fin aparar el mango que tanto tiempo esperó que goteara.