A 26 años de la llegada de Chávez y el descalabro de Venezuela

Por Manuel Jiménez V

Dos días antes del 2 de febrero de 1999, llegué a Caracas, Venezuela, enviado por el periódico Hoy para cubrir la visita del entonces presidente dominicano Leonel Fernández, invitado a la primera toma de posesión de Hugo Chávez Frías.

Chávez había sido elegido presidente en las elecciones de finales de 1998, y su ascenso al poder marcaba un momento histórico, no solo para Venezuela sino para toda América Latina.

Formé parte de un grupo de periodistas dominicanos acreditados para cubrir aquel evento, que generaba un enorme interés en la región y  el resto del mundo. Chávez, quien había liderado un fallido golpe de Estado contra el gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez en 1992, emergió desde la cárcel como la figura central de un movimiento revolucionario.

Prometía un cambio radical en un país cansado de décadas de gestión de los partidos tradicionales, Acción Democrática (AD) y Copei. Para muchos, su victoria simbolizaba la esperanza de un nuevo comienzo para una nación rica en petróleo pero plagada de desigualdad y mala administración.

Desde nuestra llegada a Caracas, el ambiente era de euforia. Las calles se llenaban de manifestantes ondeando banderas del Movimiento V República y el Polo Patriótico. Era evidente que la esperanza de un cambio profundo movilizaba a una gran parte de los venezolanos, quienes confiaban en revertir la precaria situación económica y social de aquel entonces.

Sin embargo, la historia que se empezó a escribir con entusiasmo en 1999 se ha transformado en una tragedia de magnitudes inimaginables.

Veintiséis años después, Venezuela está lejos de alcanzar el cambio prometido. Las políticas de estatización indiscriminada, el debilitamiento de las instituciones democráticas y la suplantación de poderes como el Congreso y el Poder Judicial han sumido al país en una crisis económica, política y social sin precedentes.

A esto se suma la represión, las detenciones arbitrarias y los encarcelamientos de líderes opositores, que han convertido a Venezuela en un país invivible para millones de sus habitantes. Actualmente, Venezuela registra niveles de inflación que han alcanzado cifras astronómicas, superando el 400% anual en 2024 según estimaciones de organismos internacionales.

Además, el desempleo afecta al 50% de la población activa, mientras que el salario mínimo se ha reducido a menos de 10 dólares mensuales, insuficiente para cubrir siquiera las necesidades básicas. Esta situación ha forzado la migración de más de siete millones de venezolanos, lo que representa cerca del 25% de su población total.

En el plano político, el gobierno de Nicolás Maduro, heredero designado por Chávez, ha consolidado un régimen autoritario que ha despojado a los ciudadanos de sus derechos fundamentales. Entre los casos más notorios se encuentran los encarcelamientos de figuras opositoras, muchas veces bajo cargos fabricados, así como el cierre de medios de comunicación independientes.

El capítulo más reciente de esta crisis se escribe este 10 de enero, cuando Nicolás Maduro busca perpetuarse en el poder por tercera vez consecutiva, ignorando los resultados de las elecciones del 28 de julio de 2024.

Según actas presentadas por la oposición, Edmundo González Urrutía obtuvo una victoria aplastante con cerca del 70% de los votos, frente al 30% de Maduro. Sin embargo, con el respaldo del Consejo Electoral y la Corte Suprema de Justicia, Maduro se proclamó vencedor sin presentar evidencia creíble de su triunfo.

Este fraude ha despertado indignación en varios sectores internacionales, pero también ha expuesto la indiferencia de algunos líderes de la región, como la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien afirmó que este era un asunto que debía ser resuelto por los venezolanos.

Este tipo de declaraciones ignora que el autoritarismo en Venezuela no solo afecta a su población, sino que también socava la legitimidad democrática de toda América Latina, debilitando la capacidad de la región para exigir respeto a los procesos electorales en otros países.

Venezuela representa un desafío crucial para la región. La consumación de un fraude como el de 2024 no solo consolida una dictadura, sino que también envía un mensaje peligroso a otros líderes con aspiraciones autoritarias. La defensa de la democracia en Venezuela es, por lo tanto, una causa que trasciende fronteras.

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