Democracia en juego

Margarita Cedeño

@Margaritacdf

La reciente toma de posesión de Nicolás Maduro en Venezuela, sin poder demostrar de manera creíble su victoria electoral, pone en evidencia una vez más la grave fragilidad de la democracia en la región. Este evento es de alto impacto en la región y abre el debate necesario sobre las amenazas que enfrentan las democracias en América Latina y cómo estas pueden sucumbir bajo el peso del populismo, la polarización y la erosión institucional.

No es un hecho aislado en la historia latinoamericana o mundial, que está llena de ejemplos que ilustran cómo el populismo, a menudo disfrazado de una supuesta conexión directa con “el pueblo,” puede desmantelar las instituciones democráticas desde dentro. Lo vivió la humanidad en la Europa de los años 30, cuando se utilizaron los mecanismos democráticos para llegar al poder, solo para desmantelarlos posteriormente. De manera similar, en América Latina hemos visto líderes que construyeron movimientos populares que, aunque inicialmente respondieron a demandas legítimas, terminaron debilitando el Estado de derecho.

Estos regímenes prosperan en contextos de desigualdad económica, desconfianza institucional y una ciudadanía desencantada. Prometen soluciones rápidas a problemas estructurales, pero con frecuencia consolida el poder en manos de unos pocos, socavando la separación de poderes, silenciando a la oposición y restringiendo las libertades fundamentales. Este ciclo no solo erosiona la democracia; también dificulta su recuperación.

Siempre hay que volver a citar a los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su influyente libro Cómo Mueren las Democracias, cuando advierten que las democracias no suelen colapsar de manera abrupta a través de golpes militares, como era común en el siglo XX. Hoy en día, la erosión democrática es más sutil. Los líderes autoritarios llegan al poder por la vía electoral, pero una vez en el gobierno, manipulan las reglas del juego para garantizar su permanencia. Esto incluye la cooptación del poder judicial, el control de los medios de comunicación, la desinformación y el uso de mecanismos legales para perseguir a opositores.

En el caso de Venezuela, esta dinámica es más que evidente. Hemos presenciado una sistemática degradación de la democracia venezolana, mientras las instituciones son transformadas en herramientas al servicio de un régimen.

Esta realidad constituye a la vez un momento crucial para América Latina, que se ha quedado sin espacios eficientes de colaboración regional. Hoy estamos más fragmentados que nunca. Si bien es cierto que países como República Dominicana, Chile, Uruguay y Costa Rica han mantenido democracias sólidas, la región en su conjunto se enfrenta a desafíos estructurales que amenazan su estabilidad democrática y que podrían ser el terreno fértil para el populismo autoritario. Les invito a leer el informe sobre Riesgos políticos en América Latina para el 2025, que precisamente aborda esta temática. Urge una ciudadanía instruida, un liderazgo responsable y libre de corrupción y una prensa libre.

El futuro de la democracia en América Latina dependerá de la capacidad de las instituciones y la ciudadanía para resistir estos embates. Es necesario fortalecer la educación cívica, promover la transparencia y la rendición de cuentas, y construir consensos que trasciendan los intereses partidistas. La historia nos enseña que la democracia puede morir no solo por el asalto de fuerzas externas, sino también por la indiferencia interna. Tenemos el desafío de construir sistemas políticos más justos, incluyentes y resilientes, que puedan resistir los embates del populismo y garantizar un futuro democrático y sostenible para las generaciones venideras.

Listín Diario

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