La visión de Martin Luther King es especialmente relevante ahora
Por Esau McCaulley
The New York Times
Colaborador de Opinión
El lunes se celebra el Día de Martin Luther King Jr. y también es el día en el que Donald Trump tomó posesión como 47º presidente de Estados Unidos. Podría parecer un binomio extraño, especialmente para quienes creemos que Trump ha avivado una cultura de escepticismo, negación e indiferencia ante la injusticia.
Sin embargo, si algo nos enseñó la vida de King, es que la esperanza es más útil cuando la evidencia va en sentido contrario, hacia la desesperación. En tiempos sombríos, la esperanza nos señala algo mejor.
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El ministerio de King tuvo lugar en un país marcado por la segregación, una guerra impopular en el extranjero y la generalizada privación de derechos sociales y económicos de los afroamericanos.
No estamos en 1963. Pero los tiempos turbulentos en los que muchos de nosotros nos sentimos inmersos hacen que el mensaje de King sea especialmente relevante.
La ocasión de su discurso Tengo un sueño, la Marcha sobre Washington de 1963, se produjo tras una larga temporada de violencia contra las personas negras. En mayo de ese año, las protestas contra la segregación racial en Birmingham, Alabama, que llegaron a conocerse como la Cruzada de los Niños, habían enfrentado mangueras de bomberos, perros policía y macanas. Ese mismo mes, una turba enfurecida atacó la protesta sentada que se llevó a cabo en una tienda Woolworth’s de Jackson, Misisipi. En junio, el activista de los derechos civiles Medgar Evers fue asesinado frente a su casa, también en Jackson.
Cuando King imaginó en su discurso que algún día “los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos se sentarán juntos a la mesa de la hermandad”, ese sueño sirvió como alternativa a la sangrienta y desalentadora realidad del presente.
King no huía de este mal ni negaba su realidad, pero tampoco dejaba que el desaliento tuviera la última palabra. “Me niego a aceptar la desesperación como respuesta final a las ambigüedades de la historia”, dijo durante su discurso de aceptación del Premio Nobel en 1964. “Me niego a aceptar la idea de que el hombre no es más que desechos flotando en el río de la vida, incapaz de influir en el desarrollo de los acontecimientos que lo rodean. Me niego a aceptar la opinión de que la humanidad está tan trágicamente atada a la medianoche sin estrellas del racismo y la guerra que el brillante amanecer de la paz y la fraternidad nunca podrá hacerse realidad”.
Él contempló la cruda realidad de su presente y se atrevió a desafiarla.
A King lo alentaba una visión de paz entre Dios y la humanidad esbozada por los profetas hebreos en la Biblia. La esperanza a la que recurrió se forjó en la tradición de la iglesia negra de su juventud. Esa tradición a menudo tenía que depender de la ayuda divina porque no tenía poder político ni económico.
En el mismo discurso del Premio Nobel, dijo: “Sigo creyendo que un día la humanidad se inclinará ante los altares de Dios y será coronada triunfante sobre la guerra y el derramamiento de sangre, y el bien redentor no violento proclamará el gobierno de la tierra”.
Nuestros problemas actuales en Estados Unidos no son producto de unas elecciones. La última década de la vida estadounidense ha sido testigo de un desfile interminable de tiroteos masivos, violencia generada por motivos raciales, inestabilidad económica y guerras en Israel, Gaza y Ucrania en las que civiles inocentes han sufrido.
Hablar de los problemas no es lo difícil. Mucho más difícil es encontrar la fuerza para creer que hay una esperanza más allá de nuestras jeremiadas. La desesperación nunca ha liberado a nadie.
Aún me inspira el testimonio de King, pero no creo que podamos contentarnos con tomar prestado su sueño. No basta con que alguien sentado entre los escombros de 1963 describa una visión que ayudó a crear el mundo más justo que habitamos. Necesitamos a alguien que se haya abierto camino entre la ruina parcial de los últimos años para traer una palabra nueva.
Necesitamos más personas con el valor de decir que no tenemos que ver al extranjero como una amenaza, sino como otro portador de la imagen de Dios. Ver las luchas en nuestras ciudades por lo que son, no como una manera de cambiar el tema. Y reconocer que el Estados Unidos rural es algo más que un lugar donde se pueden obtener resentimientos y votos: necesita una revitalización.
No podemos trasladar el sufrimiento hacia otros sin que vuelva a nosotros. Nuestro mundo está interconectado, queramos reconocerlo o no. No podemos construir muros lo suficientemente altos como para ocultar los problemas del mundo, pero podemos extender nuestras manos lo suficiente como para representar una la diferencia en las vidas de quien sufre.
King es un modelo por su acto mismo de esperanza. Ese es su gran regalo para nosotros. Lo honramos bien si recordamos que el tercer lunes de enero sigue siendo para aquellos que sueñan.
Esau McCaulley (@esaumccaulley) es colaborador de Opinión y autor de How Far to the Promised Land: One Black Family’s Story of Hope and Survival in the American South y del libro infantil Andy Johnson and the March for Justice. Es profesor asociado de Nuevo Testamento y teología pública en el Wheaton College.
The New York Times