Miles de niños temen ir a la escuela por las deportaciones: “Si un día no llego al bus a recogerte, no llores”

Nueva York, 1 febrero (El País) . – La conversación más seria entre Eva y su hijo de siete años fue hace una semana y es, justamente, la que nunca hubiese querido tener.

— Bebé, nosotros no tenemos papeles, no nacimos aquí y nos están agarrando. Si un día nos llega a pasar eso, bebé, si un día no llego al bus a recogerte, no llores, papito, tu tía te va a enviar a México conmigo.

A Eva el corazón se le hace un puño cuando despide al niño, que parte desde su casa en El Bronx en el bus escolar a las seis de la mañana y no regresa hasta las seis de la tarde. Su hija mayor, de 16 años y que sabe a grandes rasgos lo que son las deportaciones —es decir, que unos hombres carguen con gente como ellos y los regresen al lugar del que les costó partir hace dos años—, le ha pedido no ir a clases, que por favor le permita quedarse en casa. Eva a veces hace concesiones, dejó que sus hijos no fueran a la escuela dos días de la semana pasada.

—Cuando los mando a la escuela me la paso rezando a Dios porque no sabemos qué va a pasar. Pero les digo que tienen que ir, porque la escuela cuenta las ausencias y porque les afecta las notas. Me preguntan: ‘¿qué pasa si me agarran, mamá? ¿Qué voy a responder?’ Y yo les digo: ‘Pues no respondas, no hables’.

Nada, a simple vista, indica que Nueva York no sea la misma ciudad de hace un mes o de hace un año, con los paseantes que se detienen en la Quinta Avenida a retratar las maletas gigantes del edificio de Luis Vuitton que no caben en las cámaras de sus celulares, o el hombre desencajado que cobra cinco dólares por partida de ajedrez en Washington Square Park y que antes fue un premiado maestro, o la joven recién graduada que quiere tomarse un tiempo como mesera de un bar del Upper East Side.

Pero hay una tristeza que no se percibe fácilmente, un miedo del que no se enteran las paseantes, ni el exmaestro de ajedrez ni la joven camarera, pero que sí conocen el florero de una esquina de Bushwick, que un día te fía flores y otro te las regala, o el repartidor que despacha a diario decenas de pedidos de McDonald’s, o la señora que habla náhuatl y vende tacos dorados y chicharrones en salsa verde en una esquina de Jackson Heights.

Cómo no tener miedo si ya han visto a los oficiales de ICE y se han compartido fotos a través de Whatsapp que tomaron en el barrio de Corona, cuando un oficial federal detuvo un auto para exigir documentos, o a los agentes que divisaron recorriendo sigilosos la avenida Flatbush. Cómo no tener miedo si The New York Times dijo que un “operativo migratorio” en la ciudad de Nueva York y Long Island terminó con 39 detenciones, superando así el promedio diario de arrestos que hasta ahora hacía ICE. Cómo no tener miedo, si muchos son padres y el presidente Donald Trump dio luz verde a los funcionarios federales para hacer redadas en las escuelas, eso han oído en las noticias.

Habían pasado solo unas horas desde que Trump asumiera la presidencia cuando la secretaria en funciones del Departamento de Seguridad Nacional, Benjamine Huffman, anunció que se permitiría a los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y del Servicio de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP) aplicar las leyes de migración en las llamadas “zonas sensibles”. “Los delincuentes ya no podrán esconderse en las escuelas e iglesias de Estados Unidos para evitar ser detenidos”, aseguraba el comunicado, que dejó claro que ningún lugar que antes fuera considerado “santuario” iba a limitar el plan que tienen los republicanos de expulsar a millones de migrantes del país.

Varias ciudades han respondido con la negativa a colaborar con el Gobierno federal en este tipo de redadas. Desde Los Ángeles o Chicago las autoridades escolares se mostraron abiertamente en contra de cooperar con la persecución a estudiantes indocumentados. En Denver, las escuelas públicas insistieron en que están “comprometidas a proporcionar entornos de aprendizaje seguros para los estudiantes y el personal, independientemente de su estatus migratorio, origen nacional, raza o religión”. En todo el país, se repiten los casos de padres que tienen miedo a enviar a sus hijos a la escuela.

El Consejo Escolar de la ciudad de Nueva York —donde se han matriculado unos 48.000 estudiantes indocumentados que comenzaron a emigrar al Estado con mayor fuerza desde el verano de 2022— votó por una resolución que reafirma la protección a los estudiantes indocumentados en las escuelas, restringiendo así la colaboración para que los agentes de ICE lleguen de un momento a otro, sin una orden judicial, a irrumpir en los salones de clases. Hace unas semanas, Melissa Avilés Ramos, la canciller de las Escuelas Públicas de la Ciudad de Nueva York, se mostró decidida a proteger a los estudiantes ante todo. “Nuestras escuelas son puertos seguros para nuestros hijos y seguirán siéndolo”, dijo.

Una Guía para directores de las Escuelas Públicas sobre acciones policiales o de inmigración en las escuelas de Nueva York deja claro que los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley “que no sean locales”, incluidos los funcionarios del ICE, solo pueden obtener acceso a dichas instalaciones bajo consentimiento, con órdenes judiciales o en circunstancias “apremiantes”.

“Las escuelas son uno de los lugares más seguros para los estudiantes”

Eduardo Antonetti, director de Promoción y Defensa de la Red Internacional de Escuelas Públicas, que ayuda a gestionar 17 escuelas públicas en los cinco distritos de Nueva York, y que atiende a alumnos inmigrantes y refugiados, aseguró a EL PAÍS que “aunque el clima actual está marcado por el miedo y la incertidumbre”, los padres inmigrantes y los niños que tienen miedo de asistir a la escuela deben estar “tranquilos, porque el Departamento de Educación de la ciudad de Nueva York, y una amplia gama de organizaciones comunitarias, incluida la nuestra, se dedican a garantizar que los estudiantes estén seguros, sean bienvenidos y vengan a la escuela”.

“Las escuelas son uno de los lugares más seguros para los estudiantes”, sostuvo Antonetti, que aconsejó a los padres ponerse en contacto con el director o el coordinador de padres de la escuela de su hijo para informarse sobre los protocolos en vigor; asegurarse de que la escuela dispone de una lista actualizada de contactos de emergencia, en caso de que los padres o tutores se encuentren detenidos o no estén disponibles; considerar la posibilidad de elaborar planes de acompañamiento legal o custodia para sus hijos como medida de precaución, en caso de que las familias sean separadas; así como consultar a un abogado de inmigración cuando tengan dudas sobre su situación legal.

Hace unos días, el alcalde Eric Adams fue cuestionado en una reunión pública por el temor a que muchos niños tienen de asistir a la escuela: “Lo tenemos muy claro: los niños deben ir a la escuela. Seguiremos defendiendo a todos los neoyorquinos, documentados e indocumentados”. Aún así, el comportamiento del alcalde en los últimos tiempos —que se ha mostrado solícito a colaborar con “el zar frontera”, Tom Homan, y con las políticas migratorias de la administración republicana— ha hecho que muchos teman por su seguridad en Nueva York.

La señora P. —a quien su propia hija de 15 años le pidió que no hiciera público su nombre por temor a que las autoridades fueran tras ellos— no mandó a sus hijos a la escuela la semana pasada y lo mismo han hecho otros padres ante la avalancha de noticias sobre redes y deportados en todo el país. Aunque no existen datos de cuántos son, cifras del Departamento de Educación registran que en Nueva York el martes y el miércoles (segundo y tercer día de la llegada de Trump a la Casa Blanca) hubo una asistencia del 80%.

“Mi niño de 12 años no fue la semana pasada”, cuenta la señora P., quien tuvo que sentarse con el pequeño y su hija de 15 años para explicarles qué es lo que está sucediendo en el país. “Es inevitable no decirles lo que está pasando, les alerté de lo que iban a ver en la tele o lo que iban a escuchar de otros compañeros. Es muy triste. Mi niña entendió. Ella me respondió: ‘si nos mandan, nos vamos todos juntos’”.

Hace unos días, el hijo menor de la señora P. le confesó que tenía miedo de ir a la escuela porque uno de sus amigos de clases, que vino de Ecuador con sus padres, le dijo que “tal vez se va a ir porque no nació aquí”. Al regresar a casa, localizada en Queens, el niño le preguntó a sus padres si a ellos también les iba a pasar lo mismo, si se iban a tener que ir a Guerrero, en México, o lo que se ha convertido en su mayor miedo: que un día se vaya a la escuela y al regreso sus padres ya no estén en casa.

“Mi niño me pidió que no fuera a trabajar, dijo que Trump iba a agarrar a todos. Le dije: ‘no tengas miedo, yo voy a regresar’”, cuenta la mujer, quien llegó a la ciudad hace 19 años y desde hace nueve trabaja como babysitter de una familia neoyorkina. “Me senté con ellos, les dije que teníamos que salir a trabajar para pagar la renta y la comida”.

La señora, que cada mañana antes de que se vayan a la escuela le estampa a sus hijos la bendición en la frente, les explicó también que si un día llegan y mamá y papá no están en casa, no tengan miedo. Les ha dejado a sus jefes, con quienes tiene plena confianza, un poder para que en caso de que los deporten ellos les lleven a sus hijos a México. También les ha sugerido, como muchas organizaciones y abogados, que si se encuentran con los oficiales de ICE no firmen ningún documento. “Si los llevan o los detienen, sepan que mamá y papá harán lo posible por sacarlos de ahí”.

Publicado en el diario El País, de Madrid, España

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