Trump y el destino manifiesto

Guillermo Piña-Contreras

A pesar de que la orden del día en la agenda de Krupp, Siemens y Mercedes Benz, entre otras de las más importantes empresas alemanas en 1932, era apoyar a Adolf Hitler, líder del Partido Nacionalsocialista de los trabajadores alemanes (NSADP), en su vertiginosa ascensión política; de que Hindenburg, aconsejado por “preclaros” políticos teutones, le nombró Canciller para que fracasara en su gestión; de que toda Alemania conocía sus ideas expuestas en “Mein kampf” al ser liberado anticipadamente por un intento de “putsch” en 1922; de que el escritor Heinrich Mann, entre otros intelectuales, había denunciado lo que sería entregar el poder al NSADP y de que Hitler jugaba con las cartas sobre la mesa, el mundo de entonces no entró en pánico como cuando el candidato del Partido Republicano, Donald Trump, fue elegido abrumadoramente presidente de Estados Unidos en noviembre de 2024 y más aún al tomar posesión el 20 de enero de 2025.

En su discurso de rigor, Trump anunció, ante una pléyade de multimillonarios y el mundo, una serie de medidas que iban del cambio de nombre del golfo de México a la recuperación del canal de Panamá dejando entender otras medidas expansionistas de los Estados Unidos como la apropiación de Groenlandia e insinuando la anexión de Canadá y, ¿por qué no? de México, en franca violación de la doctrina de Monroe, por un lado, y asumiéndola, por otro.

Como aprovechando la ocasión se permitió insinuar aquella doctrina del “Destino manifiesto”, suerte de “Pax americana” en perfecta armonía con la antigua “Pax romana”: “Nuestra Nación [Estados Unidos]”, dejaba explícitamente claro el destino manifiesto, “es una Roma más grande y noble colocada por Dios para ser árbitro no sólo de los destinos de toda América, sino incluso de Asia y Europa… Nuestro destino manifiesto como contralor de los destinos de toda América es un hecho inevitable y lógico, hasta el punto de que sólo falta discutir los medios a emplear para establecer este control.”

El mundo de hoy no es el de los días del “destino manifiesto” ni de la famosa “doctrina de Monroe” del siglo XIX. Estados Unidos ya no es la única potencia nuclear.

Como si de súbito se diera cuenta, el presidente Trump trató de atenuar sus palabras evocando que no era partidario de la guerra. Cuando su discurso era, sin embargo, una declaración de guerra ¡Pero mundial!

Listín Diario

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