“Paz mediante la fuerza”… ¿la solución?
Gonzalo Marroquín Godoy
Negociar desde una posición de fuerza puede facilitar resultados de corto plazo, pero no logra construir amistades o alianzas fuertes, duraderas y sinceras. Trump mantiene agitado el cotarro global.
¿A quién le gusta negociar cuando de entrada hay una imposición de fuerza de la otra parte? ¡A nadie!, aunque es común que suceda en todo tipo de relaciones.
Sin embargo, quien tiene lo que podría llamarse “posición de privilegio” o de fuerza, puede tomar en cuenta esta realidad y llevar a cabo la negociación respetando las diferencias y, sin tratar de imponer, intentar convencer o sumar, para que el resultado tenga sustento de largo plazo. En todo caso, no es difícil entender que, lo más seguro, es que se logrará el resultado que el poderoso desea.
Entonces, es cuestión de estilo para lograr lo inmediato, lo más o lo menos.
Es imposible pensar que algún país o líder desconozca que Estados Unidos es la nación más poderosa económica y militar del mundo. Por lo tanto, todos los gobiernos saben que, cuando Washington lleva a cabo una negociación, lo hace desde una posición de poder o supremacía indiscutible, aunque ello no quiere decir que puede pasar sobre todo el mundo sin respetar las normas internacionales y la dignidad de naciones y personas.
Por eso existe el mundo diplomático, que es aquel que busca acuerdos o consensos respetando a las partes para alcanzar los objetivos de manera más respetuosa y constructiva, aun sabiendo que la parte poderosa tiene argumentos y una posición suficiente para lograr acuerdos favorables.
Al utilizar la fuerza como premisa en cualquier negociación, ciertamente se pueden alcanzar resultados inmediatos –y casi seguramente sucederá–, pero sin lograr la construcción de una alianza firme o la creación de lazos de respeto, porque queda en el ambiente la sensación de una imposición, más que de una negociación o un “acuerdo” pactado por ambas partes.
Desde el primer día en la Casa Blanca, Donald Trump ha enviado un claro mensaje: “buscaremos la paz (o acuerdos) por medio de la fuerza”. Y luego arremetió contra México, Canadá, China, los países con alto nivel de migración y, más recientemente, contra los palestinos que viven en la Franja de Gaza y hasta la Corte Penal Internacional.
En el caso de Panamá, ese discurso de fuerza ha llegado al extremo de amenazar con otra intervención militar, si no se actúa de la forma en que Washington quiere. Rubio pareció bajar el nivel del discurso de fuerza, pero poco duró ese diálogo diplomático y con cierto grado de respeto, porque se ha vuelto a elevar el tono de expresión de malestar del magnate presidente, aun antes de que el secretario estuviera de vuelta en Washington.
Ciertamente, sobre el Canal de Panamá hubo mala información o desinformación intencional desde el principio. El presidente Donald Trump dijo que había soldados chinos –sin ser cierto– y que el Canal estaba bajo control de ese país asiático. La realidad es que hay operaciones de una empresa creada en Hong Kong, la cual se dedica a operar puertos en todo el mundo y tiene operaciones en el Pacífico y Atlántico panameño, lo que, eso sí, le concede acceso a alguna información estratégica de la operación del Canal. Pero no es lo mismo que la acusación que se hizo pública internacionalmente.
Entonces llegó la amenaza del uso de la fuerza, incluso militar, si no se cambiaba esa situación y que Estados Unidos podía recuperar el control del Canal, que fue devuelto en su soberanía a Panamá en dos etapas, una cuando se firmó el Tratado Torrijos-Carter en 1977, y la otra cuando se cumplieron en 1999 todos los pasos que contemplaba el acuerdo entre EEUU y Panamá.
En buena medida se ha ido imponiendo el deseo de Trump, pero ha quedado abierta –nuevamente– una herida entre ambos países y la tensión persistirá.
En los demás países la cordialidad fue la nota destacada –más aún en El Salvador–. No se necesitaron de palabras o amenazas, pero cada uno de los mandatarios supo siempre que el interlocutor era el enviado del poderoso inquilino de la Casa Blanca, quien anunció por diversas fuentes que buscaría “la paz por medio de la fuerza”.
Ese resultado de esta gira no debe servir como ejemplo de lo que Estados Unidos puede esperar más allá de esta región de pequeños y dependientes países. En otras zonas y con algunos países, la situación puede ser muy diferente, e incluso más tensa.
Así sucedió con Canadá y México, países que respondieron al incremento de aranceles de igual a igual, obligando a que se diera una negociación que permitió un compás de espera. Claro, en el caso mexicano se aceptaron algunas de las exigencias y seguramente lo mismo sucederá con los canadienses, pero es claro que ninguno de estos vecinos y “socios” de Estados Unidos aceptará simplemente una imposición y exigirán un trato más respetuoso.
Expertos en personalidades de líderes mundiales advierten que Trump muchas veces hace más alarde de lo que está dispuesto a llevar a cabo, pero en todo caso, con palabras y acciones intimidantes, es posible que cause daño y erosione relaciones. Lo que puede lograr con mejores métodos y más respeto, se pierde o tiene consistencia frágil y menos duradera que las que pudiera lograr siendo buen vecino o aliado confiable.
Listín Diario