Trump y América Latina: Más tensiones, menos soluciones

Por Manuel Jiménez V.

En los últimos días, he escuchado a dirigentes políticos, especialmente del lado conservador, hablar de las supuestas ventajas que América Latina tendría bajo la administración de Donald Trump.

Se proyecta un cambio en la política exterior de Estados Unidos que beneficiaría a sus vecinos, pero esta visión omite la creciente tensión entre la Casa Blanca y varios países de la región. Lejos de una relación armoniosa, lo que se perfila es un escenario de confrontación, restricciones y una política de “América primero” que poco espacio deja para la cooperación real.

Desde sus primeros días en el poder, Trump ha enviado señales preocupantes. Canadá y México, sus vecinos y socios comerciales, enfrentan la amenaza de aranceles del 25% sobre sus exportaciones a Estados Unidos, lo que podría desencadenar una guerra comercial en la región.

A esto se suma la permanente insinuación de Washington de que podría retomar el control del Canal de Panamá bajo el argumento —desmentido por el gobierno panameño— de que China maneja la vía acuática. Más allá del discurso, la intención parece ser la de reafirmar la influencia estadounidense en la región sin importar las consecuencias diplomáticas.

Pero es con México donde la relación se perfila más conflictiva. La presidenta Claudia Sheinbaum ha dejado claro que no aceptará imposiciones, movilizando a su país bajo la consigna de “negociación sí, sometimiento no”.

El antecedente inmediato de la fricción fue una tensa conversación telefónica entre Trump y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, similar al polémico intercambio entre el mandatario estadounidense y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski. La Casa Blanca parece empeñada en tensionar sus relaciones con sus aliados en lugar de fortalecerlas.

La falta de una estrategia clara hacia América Latina se hace aún más evidente en otros frentes. La administración Trump ha endurecido su política de sanciones contra Venezuela, retirando la licencia de la petrolera Chevron, medida que busca debilitar a Maduro, pero impactando a la ya colapsada economía venezolana  lo que aceleraría la crisis migratoria y política en ese país.

Recordar que más de 7.7 millones de venezolanos han huido del país, desbordando las capacidades de naciones como Colombia, Ecuador y Perú, así como al propio Estados Unidos que ha optado por repatriarlos de forma masiva.

En Nicaragua, el régimen de Daniel Ortega sigue consolidando su control sin grandes repercusiones desde Washington. En Cuba, tras más de 60 años de embargo, la política de Trump se limita a endurecer restricciones, sin ofrecer incentivos reales para una transición democrática.

Centroamérica, otra de las regiones más vulnerables, ha sido golpeada por la cancelación de fondos de USAID, que financiaban proyectos de desarrollo, infraestructura y generación de empleo.

Sin estos recursos, países como Guatemala, El Salvador y Honduras enfrentan mayores dificultades para frenar la migración masiva. Sin inversión ni oportunidades, miles seguirán viendo a Estados Unidos como su única salida, alimentando el mismo flujo migratorio que la administración Trump pretende contener con muros y deportaciones.

El caso de Haití es aún más alarmante. Sumido en una crisis política, económica y de seguridad, el país necesita una intervención internacional seria. Sin embargo, la postura de Washington ha sido, en el mejor de los casos, indiferente. No hay una estrategia clara para abordar la crisis haitiana, más allá de medidas aisladas que no atacan el problema de raíz.

La gran contradicción de la administración Trump es que, mientras intenta contener la migración, toma decisiones que la agravan. Sin políticas de desarrollo, sin apoyo a la inversión y sin iniciativas concretas para fortalecer la economía regional, la crisis en América Latina seguirá creciendo y, con ella, el flujo de migrantes hacia el norte.

Si Estados Unidos realmente quiere estabilidad en su frontera sur y mantener su influencia en la región, debe abandonar su enfoque punitivo y apostar por el desarrollo económico y la cooperación. De lo contrario, lo que se avecina es un período de tensiones, confrontaciones y, al final, un mayor costo para ambas partes.

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