50 años después

Carmen Imbert Brugal

Cuando la prescripción amenazaba comenzó el reclamo. Más allá de las flores era necesario enfrentar la impunidad. La tardía sentencia condenatoria no fue suficiente expiación. Demasiado empedrado el camino. Muchos camaradas dejaron de asistir a las audiencias, quedaron firmes los de siempre.

El consabido qué hubiera dicho hoy, es improcedente, Orlando Martínez Howley, mientras estuvo, dijo, actuó, demostró coraje suficiente en aquel momento de conculcación de derechos, de pugnas entre los generales de la ignominia, con grupos ahítos de sangre y poder, con civiles santificando el horror.

Pervive la generación que quiso imitarlo y no pudo. Sus contemporáneos son octogenarios, entrañables amigos partieron anhelando el abrazo imposible. Son tantas las endechas publicadas desde aquel 17 de marzo del año 1975 que basta reescribirlas para no olvidar que en la calle José Contreras “el susto” ordenado se convirtió en asesinato. Orlando, sin aspavientos, sabía cuál era el precio de su bravura. Multinacionales, políticos, militares, empresarios, embajadas, estaban en sus artículos. El generalato fue azuzado, la archiconocida columna del 25.02.75, colmó la copa, devino en inapelable la decisión funesta.

Para entender el momento, no es agravio decir que el temible general Nivar Seijas le entregó el arma que portaba el día fatal. Tampoco deshonra afirmar que Gómez Bergés, vecino de Orlando y canciller de la República, le advirtió que estaba planificada su muerte.

No enturbia el arrojo, la responsabilidad y la constante denuncia del director ejecutivo de la revista “Ahora”, autor de la columna más leída de entonces, “Microscopio”, expresar que Joaquín Balaguer lo admiraba.

Font-Bernard afirmó, en una entrevista publicada en este periódico, que la víctima le regaló a Balaguer el libro Juan Salvador Gaviota. “Yo estaba presente cuando Balaguer le advirtió que se cuidara. Le dijo: “Joven, usted es muy talentoso, no se arriesgue”.

Hace ocho años cuando del asesinato se cumplían 42 años, en este espacio escribí: “Queda el Orlando real, comprometido, ese que no pueden imitar los oportunistas. Orlando denunciante y valiente. Lejos de la intolerancia y la hipocresía. El Orlando de Carlos Dore, ese de la amistad irrenunciable y perenne. El Orlando callado y tierno, mirando el mar, compartiendo con Soledad Álvarez el insondable rumor de los caracoles. El Orlando de Cuchi Elías, vibrando con las cuerdas de cítaras y guitarras. El hijo de doña Adriana y don Mariano, atado con ternura en el corazón de José Israel Cuello. El comunista, cosmopolita y sensible. El asesinato del periodista, con o sin sentencia, con o sin página blanco es una lección para unos y otros. Para los legendarios abusadores y para los que pretenden imitarlo desde la mentira. Comparar épocas, para simular audacia, es villanía. Orlando fue abandonado por la soberbia de algunos colegas que se desgañitan usando su nombre, pero no le creyeron cuando les confesó las amenazas en su contra”.

50 años después vale la nostalgia, también la rabia. Hoy retumbará en la memoria la Elegía de Miguel Hernández, también el eco del homenaje a Orlando, escrito por Soledad Álvarez repitiendo que el dolor no cabe en la Historia ni en el poema tanto heroísmo inútil.

Hoy

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