Por Zeynep Tufekci

The New York Times

Columnista de Opinión

Desde que los científicos empezaron a hacer pruebas con patógenos peligrosos en los laboratorios, el mundo ha sufrido cuatro o cinco pandemias, según cómo se cuente. Una de ellas, la gripe rusa de 1977, fue provocada casi con toda seguridad por un error de investigación. Algunos científicos de Occidente sospecharon rápidamente que el extraño virus estuvo en el congelador de laboratorio durante un par de décadas, pero se mantuvieron casi en silencio por miedo a herir susceptibilidades.

Sin embargo, en 2020, cuando algunas personas empezaron a especular con la posibilidad de que un accidente de laboratorio hubiera sido la chispa que inició la pandemia de COVID-19, se les trató de chiflados y cascarrabias. Muchos funcionarios de salud pública y científicos destacados desecharon la idea como una teoría conspirativa, insistiendo en que el virus había surgido de animales que estaban en un mercado de mariscos localizado en Wuhan, China. Y cuando una organización sin fines de lucro llamada EcoHealth Alliance perdió una subvención porque planeaba realizar una arriesgada investigación sobre los virus de los murciélagos con el Instituto de Virología de Wuhan —un estudio que, de haberse realizado con normas de seguridad laxas, podría haber desencadenado la filtración de un peligroso patógeno en el mundo—, nada menos que 77 premios Nobel y 31 sociedades científicas se alinearon para defender a la organización.

Así pues, la investigación de Wuhan era totalmente segura, y la pandemia fue causada sin duda por transmisión natural: ciertamente parecía un consenso.

Sin embargo, posteriormente nos hemos enterado de que, para promover la apariencia de consenso, algunos funcionarios y científicos ocultaron o subestimaron hechos cruciales, engañaron al menos a un periodista, orquestaron campañas de voces supuestamente independientes e incluso compararon notas sobre cómo ocultar sus comunicaciones para evitar que el público se enterara de toda la historia. Y en cuanto a la investigación de ese laboratorio de Wuhan, los detalles que han salido a la luz desde entonces muestran que las precauciones de seguridad podrían haber sido aterradoramente laxas.

Cinco años después del inicio de la pandemia de la covid, es tentador pensar que todo esto es historia antigua. Hemos aprendido la lección sobre la seguridad en los laboratorios —y sobre la necesidad de ser francos con el público— y ahora podemos pasar a nuevas crisis, como el sarampión y la gripe aviar en evolución, ¿verdad?

Error. Si alguien necesita convencerse de que la próxima pandemia está a solo un accidente de distancia, debería leer un reciente artículo publicado en Cell, una prestigiosa revista científica. Los investigadores, muchos de los cuales trabajan o han trabajado en el Instituto de Virología de Wuhan (sí, la misma institución), describen la toma de muestras de virus encontrados en murciélagos (sí, el mismo animal) y la experimentación para ver si podrían infectar células humanas y suponer un riesgo de pandemia.

Parece el tipo de investigación que debería realizarse —si es que se realiza— con los protocolos de seguridad más estrictos, como Ian Lipkin y Ralph Baric comentaron en un reciente ensayo invitado. Pero si te desplazas hasta la página 19 del artículo de la revista y entrecierras los ojos, te enteras de que los científicos hicieron todo esto en lo que ellos llaman condiciones “BSL-2 plus”, una designación que no está estandarizada y que Baric y Lipkin dicen que es “insuficiente para trabajar con virus respiratorios potencialmente peligrosos”. Si un solo trabajador de laboratorio inhalara involuntariamente el virus y se infectara, no se sabe cuál podría ser el impacto en Wuhan, una ciudad de millones de habitantes, o en el mundo.

Uno pensaría que a estas alturas ya habríamos aprendido que no es buena idea comprobar posibles fugas de gas encendiendo un cerillo. Y uno esperaría que las prestigiosas revistas científicas hubieran aprendido a no recompensar una investigación tan arriesgada.

¿Por qué no hemos aprendido la lección? Quizá porque ahora es difícil admitir que esta investigación es arriesgada y tomar las medidas necesarias para mantenernos a salvo sin también admitir que siempre fue arriesgada. Y que quizás nos despistaron a propósito.

Tomemos el caso de EcoHealth, esa organización sin fines de lucro que muchos de los científicos saltaron a defender. Cuando Wuhan experimentó un brote de un nuevo coronavirus relacionado con los que se encuentran en los murciélagos y los investigadores pronto se dieron cuenta de que el patógeno tenía la misma característica genética rara que la EcoHealth Alliance y los investigadores de Wuhan habían propuesto insertar en los coronavirus de los murciélagos, cabría pensar que EcoHealth haría sonar la alarma a lo largo y ancho. Pero no fue así. Si no fuera por las solicitudes de registros públicos, las filtraciones y las citaciones, el mundo nunca se habría enterado de las inquietantes similitudes entre lo que fácilmente podría haber estado ocurriendo dentro del laboratorio y lo que se estaba propagando por la ciudad.

O tomemos la historia real que hay detrás de dos publicaciones muy influyentes que, bastante pronto en la pandemia, tacharon de infundada la teoría de la filtración del laboratorio.

La primera fue un artículo de marzo de 2020 en la revista Nature Medicine, escrito por cinco destacados científicos, en el que se declaraba que no era plausible ningún “escenario basado en el laboratorio” para el virus pandémico. Pero más tarde supimos, gracias a citaciones del Congreso de sus conversaciones de Slack, que aunque los científicos dijeron públicamente que el escenario era inverosímil, en privado muchos de sus autores consideraban que el escenario no solo era verosímil, sino probable. Uno de los autores de ese artículo, el biólogo evolutivo Kristian Andersen, escribió en los mensajes de Slack: “Es terriblemente probable que la versión de que esto se escapó de un laboratorio sea lo que haya sucedido porque ya estaban haciendo este tipo de trabajo y los datos moleculares son totalmente coherentes con ese escenario”.

Asustados, los autores pidieron consejo a Jeremy Farrar, ahora científico jefe de la Organización Mundial de la Salud. En su libro, Farrar revela que compró un teléfono desechable y organizó reuniones para ellos con funcionarios de alto rango, como Francis Collins, entonces director de los Institutos Nacionales de Salud, y Anthony Fauci. Los documentos obtenidos a través de solicitudes de registros públicos por la organización sin ánimo de lucro US Right to Know muestran que finalmente los científicos decidieron seguir adelante con un artículo sobre el tema.

Actuando entre bastidores, Farrar revisó su borrador y sugirió a los autores que descartaran de manera aún más directa la filtración del laboratorio. Ellos accedieron. Más tarde, Andersen declaró ante el Congreso que simplemente se había convencido de que una fuga de laboratorio, aunque teóricamente posible, no era plausible. Registros de chat posteriores obtenidos por el Congreso muestran a los autores principales del artículo discutiendo sobre cómo engañar a Donald McNeil Jr. quien reportaba sobre el origen de la pandemia para The New York Times, con el fin de despistarlo sobre la plausibilidad de una filtración de laboratorio.

La segunda publicación influyente que descartó la posibilidad de una fuga de laboratorio fue una carta publicada a principios de 2020 en The Lancet. La carta, que calificaba la idea de teoría conspirativa, parecía obra de un grupo de científicos independientes. Era cualquier cosa menos eso. Gracias a la solicitud de documentos públicos por parte de US Right to Know, la opinión pública supo más tarde que, entre bastidores, Peter Daszak, presidente de EcoHealth, había redactado y difundido la carta mientras elaboraba estrategias para ocultar su rastro y decía a los firmantes que “no será identificable como procedente de ninguna organización o persona”. The Lancet publicó posteriormente un apéndice en el que revelaba el conflicto de intereses de Daszak como colaborador del laboratorio de Wuhan, pero la revista no se retractó de la carta.

Y tuvieron ayuda. Gracias a más solicitudes de registros públicos y citaciones del Congreso, el público se enteró de que David Morens, asesor científico principal de Fauci en los Institutos Nacionales de Salud, escribió a Daszak que había aprendido a hacer “desaparecer correos electrónicos”, especialmente correos sobre el origen de la pandemia. “Todos somos lo bastante inteligentes para saber que nunca debemos tener armas humeantes, y si las tuviéramos no las pondríamos en los correos electrónicos y si las encontráramos las borraríamos”, escribió.

No es difícil imaginar cómo pudo empezar el intento de acallar el debate legítimo. Algunos de los defensores más ruidosos de la teoría de las filtraciones de laboratorio no solo hacían indagaciones sinceras; actuaban de pésima fe, utilizando el debate sobre los orígenes de la pandemia para atacar a la ciencia legítima y beneficiosa, para inflamar la opinión pública, para llamar la atención. Para los científicos y los funcionarios de salud pública, atrincherarse y vilipendiar a quien se atreviera a disentir podría haber parecido una estrategia de defensa razonable.

Por eso también puede resultar tentador para esos funcionarios o para las organizaciones a las que representan evitar examinar demasiado de cerca los errores que cometieron, las maneras en que, al intentar hacer un trabajo tan difícil, podrían haber ocultado información relevante e incluso engañado al público. Ese autoescrutinio es especialmente incómodo ahora, cuando un niño no vacunado ha muerto de sarampión y desde la cúpula del gobierno federal se están soltando tonterías antivacunas. Pero un esfuerzo torpe y equivocado como este no solo fracasó, sino que salió por la culata. Estas medias verdades y engaños estratégicos facilitaron que personas con los peores motivos parecieran dignas de confianza, al tiempo que desacreditaban a importantes instituciones en las que muchos trabajan seriamente por el interés público.

Después de que unos cuantos periodistas tenaces, una pequeña organización sin fines de lucro que tramitaba solicitudes de Libertad de Información y un grupo independiente de investigadores sacaran a la luz estos problemas, seguidos de una investigación del Congreso, el gobierno de Joe Biden finalmente prohibió a EcoHealth recibir subvenciones federales durante cinco años.

Es un comienzo. La CIA actualizó recientemente su evaluación de cómo empezó la pandemia de la covid, juzgando que una fuga de laboratorio fue el origen probable, aunque con un nivel de confianza bajo. El Departamento de Energía, que dirige laboratorios sofisticados, y el FBI llegaron a esa conclusión en 2023. Pero sin duda hay más preguntas que los gobiernos e investigadores de todo el mundo deben responder. ¿Por qué el público alemán ha tardado hasta ahora en enterarse de que, ya en 2020, su Servicio Federal de Inteligencia avaló el origen de una fuga de laboratorio con una probabilidad del 80 al 95 por ciento? ¿Qué más se nos sigue ocultando sobre la pandemia que hace media década cambió todas nuestras vidas?

A día de hoy, no hay ninguna evidencia científica sólida que descarte una filtración de laboratorio o que demuestre que el virus surgió del contacto entre humanos y animales en ese mercado de marisco. Los pocos trabajos citados sobre el origen del mercado fueron escritos por un pequeño grupo de autores que se repetían, incluidos quienes no dijeron al público la gravedad de sus dudas.

Solo una conversación sincera nos hará avanzar. Como cualquier campo con potencial para infligir daños a escala mundial, la investigación con patógenos peligrosos y potencialmente supertransmisibles no puede dejarse en manos de la autorregulación o de normas laxas y fáciles de esquivar, como ocurre ahora. El objetivo debe ser un tratado internacional que rija la bioseguridad, pero no tenemos que quedarnos congelados hasta que aparezca uno. Las principales revistas podrían negarse a publicar investigaciones que no se ajusten a las normas de seguridad, del mismo modo que rechazan las investigaciones que no se ajustan a las normas éticas. Los financiadores —ya sean universidades, empresas privadas u organismos públicos— pueden favorecer los estudios que utilicen métodos de investigación como pseudovirus inocuos y simulaciones por ordenador. Estas medidas por sí solas ayudarían a desincentivar este tipo de investigación peligrosa, aquí o en China. Si alguna investigación arriesgada es realmente insustituible, debería realizarse en las condiciones de seguridad más estrictas y lejos de las ciudades.

Puede que no sepamos exactamente cómo empezó la pandemia de la covid, pero si las actividades de investigación estuvieron implicadas, eso significaría que dos de las últimas cuatro o cinco pandemias fueron causadas por nuestros propios percances científicos. No hagamos una tercera.

The New York Times

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