Los rostros presidenciables (1)

Marino Beriguete

Y a están. Los vemos, los oímos, los nombramos. Ya tocará analizarlos uno por uno. Medirlos por lo que hacen, por lo que dicen, por lo que callan. Por lo que arrastran y lo que prometen. Son los presidenciables. Y aunque algunos se hagan los locos, todos lo saben: la carrera empezó. Solo falta el disparo.

Se vienen meses intensos. Una pelea larga. No porque las ideas estén claras —todavía no lo están—, sino porque el ambiente ya está caliente. La gente está harta, pero no del todo. Quiere cambio, pero no sabe cuál. Mira a los de siempre con rabia, pero también con resignación. Sabe que vienen promesas. Y sospecha, con razón, que muchas no se cumplirán.

Esto no es un análisis más. Es una invitación. Un reto. Un intento, quizás ingenuo, de que esta campaña no sea el mismo circo de siempre. Que sea limpia. No blanda. No light. No edulcorada. Limpia.

Una campaña sin insultos disfrazados de indirectas. Sin puñaladas en forma de gráficas. Sin trolls pagados con dinero público. Sin fake news recicladas en cuentas falsas. Que se diga lo que hay que decir, pero con ideas. Con argumentos. Con altura. Sin bajezas.

Que no conviertan el debate en un lodazal. Que no jueguen al miedo, a la xenofobia, al prejuicio fácil. Que no compren aplausos ni lealtades. Que no repartan funditas para llenar urnas. Que no exploten la desesperación de la gente.

Y, sobre todo, que se rodeen bien. Que se asesoren con gente que sepa. No con gurús de cursillo en Miami. No con los que manipulan encuestas pero no entienden al país. No con estrategas de PowerPoint.

Que busquen asesores con criterio. Con estudios de verdad, no diplomados exprés. Que hayan hecho campañas con contenido, no solo jingles. Que sepan leer al país más allá del algoritmo.

Porque un asesor no es un tipo que te dice qué subir a Instagram. Es alguien que evita que hagas el ridículo hablando de inflación. Que te obliga a prepararte. A leer. A pensar. A decir algo más que “el país que soñamos”. Este país, tan jodido como hermoso, lo necesita.

Necesita una contienda electoral que no sea una guerra sucia. Que deje más esperanza que cinismo. Que no use la mentira como arma ni el escándalo como estrategia. Necesita que Raquel Peña diga si viene a continuar o a cambiar. Que David Collado se quite la sonrisa y muestre si tiene sustancia. Que Yayo Sanz Lovatón hable menos como técnico y más como líder. Que Guido Gómez Mazara entienda que no basta con gritar. Que Carolina Mejía decida si va a jugar o solo va a mirar.

Que Leonel Fernández deje de hablar desde el pasado. Que Omar Fernández demuestre si tiene algo más que apellido y marketing. Que Francisco Javier García explique por qué debería volver. Que Juan Ariel Jiménez salga del Excel. Que Domínguez Brito baje del púlpito y construya visión. Que Abel Martínez deje de hablarle solo a Santiago.

Y que los independientes se lo tomen en serio. Que entiendan que no basta con ser “distintos”. Que hay que saber cómo. Que hay que tener estructura. Que hay que pasar del posteo a la propuesta.

La gente va a votar. Con rabia, con miedo, con dudas. Pero va a votar. Y merece más que slogans bonitos y caras retocadas. Merece una discusión política de verdad. Honesta. Cruda si hace falta. Pero con ideas.

Con visión. Con dirección. Sí, suena idealista. Pero no es pedir tanto. No se trata de que todos se abracen ni que esto sea un concurso de buenos modales. Se trata de que el país pueda elegir entre opciones reales. No entre copias maquilladas del mismo vacío.

Nos vemos el próximo lunes con el primer análisis: Raquel Peña.

El Caribe

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