El silencio cómplice frente al colapso haitiano

Por Manuel Jiménez V

Durante años, los dominicanos hemos sido sometidos a un chantaje sistemático y repetitivo, articulado por ciertos grupos y organismos internacionales que insisten en pintar a Haití como una víctima permanente y a la República Dominicana como un agresor despiadado.

Esta narrativa, construida sobre medias verdades y acusaciones sin pruebas, busca socavar las legítimas acciones que hemos tomado como nación soberana para proteger nuestra integridad territorial. Lo más preocupante es que no solo proviene del exterior; también encuentra eco en sectores haitianos y dominicanos que, de forma irresponsable, se prestan a este juego peligroso de distorsión.

La más reciente muestra de esta actitud se evidenció en un artículo publicado por Vatican News, órgano de comunicación del Vaticano, que aborda la situación migratoria en República Dominicana desde una óptica profundamente sesgada.

La autora del texto, sin haber pisado territorio dominicano ni verificar en el terreno los hechos que describe, lanza una serie de acusaciones alarmistas contra la política migratoria dominicana. Lo hace apoyándose en fuentes evidentemente predispuestas, sin el más mínimo esfuerzo de verificación ni equilibrio informativo.

Este tipo de publicaciones no solo son un agravio a la verdad, sino que también resultan contraproducentes, porque desinforman y fomentan una narrativa de victimización que exime a los verdaderos responsables de la tragedia haitiana: el liderazgo político, económico y social de Haití, que ha demostrado una histórica incapacidad para construir un mínimo de institucionalidad funcional.

Lo grave de esta publicación de Vatican News es que, lejos de aportar al entendimiento del drama haitiano o promover un enfoque constructivo, termina alineándose con una campaña internacional de desprestigio contra República Dominicana.

El presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano, monseñor Héctor Rafael Rodríguez, no tardó en manifestar su preocupación por el artículo, precisamente por la falta de pruebas que respalden las acusaciones allí contenidas. Su alarma es comprensible: no se puede permitir que se use la investidura moral de una institución como el Vaticano para difundir posiciones ideológicas disfrazadas de periodismo.

Llama poderosamente la atención que quienes se muestran tan indignados por las deportaciones de haitianos desde República Dominicana, guarden un silencio sepulcral ante decisiones mucho más severas tomadas por otras naciones.

Estados Unidos, por ejemplo, acaba de endurecer su política migratoria hacia Haití: no solo desbloqueó el estatus de protección temporal (TPS) que beneficiaba a unos 50 mil haitianos, sino que también ha prohibido el ingreso de nuevos solicitantes de asilo provenientes de ese país. ¿Dónde están las condenas internacionales a esa medida? ¿Por qué no aparecen los artículos editoriales cargados de indignación moral contra Washington?

Esta doble moral revela que el problema no es la protección de los haitianos, sino la presión selectiva sobre República Dominicana, convertida injustamente en el chivo expiatorio de una comunidad internacional que ha fracasado —por omisión o por conveniencia— en su responsabilidad con Haití.

La posición de nuestro país ha sido clara: no podemos ni debemos cargar con los costos de un Estado colapsado. La solución a la crisis haitiana no está ni puede estar en República Dominicana. Nuestro territorio, nuestros recursos y nuestra institucionalidad no están diseñados para asumir el rol de salvadores de una nación que necesita, urgentemente, reconstruirse desde dentro. Mientras tanto, la prolongación del caos en Haití sí nos afecta, y por eso actuamos conforme a derecho, protegiendo nuestras fronteras y nuestra soberanía.

A quienes hoy critican desde la comodidad de sus despachos internacionales, les hacemos un llamado: presionen al liderazgo haitiano para que enfrente su realidad con valentía y determinación. .Exijan a esa comunidad internacional pasiva que, por una vez, asuma su cuota de responsabilidad en una crisis que ya no puede seguir siendo ignorada.

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