Cómo el uso excesivo de la inteligencia artificial afecta tu memoria, creatividad y pensamiento crítico: riesgos y hallazgos científicos

 Santo Domingo, 11 de julio de 2025- ¿La IA está hackeando tu cerebro? La ciencia sugiere que sí

La inteligencia artificial generativa, como ChatGPT, ha llegado para revolucionar la forma en que aprendemos, trabajamos y pensamos. Pero, ¿qué pasa cuando la usamos tanto que ya ni recordamos qué habíamos escrito? Spoiler: tu cerebro se toma vacaciones y ni siquiera te avisa.

Un reciente estudio del MIT Media Lab reveló datos preocupantes (y bastante alucinantes): los usuarios que emplearon ChatGPT experimentaron una reducción de hasta un 55 % en la conectividad neural, especialmente en áreas clave para el pensamiento crítico y la memoria. Básicamente, tu cerebro se apaga como un celular con batería al 1 %.

Memoria en crisis: ¿Dónde dejé mi idea?

El análisis con escáneres EEG mostró que los usuarios sin IA mantenían 79 conexiones en la Banda Alfa (asociada a la creatividad), mientras que los que usaron ChatGPT se quedaron con solo 42. Y en la Banda Theta, vital para la memoria de trabajo, la diferencia fue aún más dramática (65 frente a 29).

Más chocante aún: el 83.3 % de quienes usaron IA no pudo recordar ni una frase de los textos que acababan de producir. Esto implica que la IA no solo te ayuda a escribir rápido, sino que también se roba tu capacidad de recordar lo que acabas de pensar.

El estudio también presentó el concepto de «deuda cognitiva», que describe cómo la dependencia de la IA reduce progresivamente la habilidad de aprender y razonar por cuenta propia. Es como si tu cerebro dijera: «¿Para qué pienso si la IA ya me lo da masticado?».

Cuando todo llega resuelto, se debilita la «carga cognitiva germinal», ese esfuerzo mental necesario para realmente interiorizar y analizar información. Resultado: menos pensamiento crítico y más copiar-pegar. Aunque los usuarios completaron tareas un 60 % más rápido, el esfuerzo mental se redujo en un 32 %, quedando al final con conocimientos superficiales y poca capacidad de análisis profundo.

Los ensayos generados con IA tienden a ser menos originales y más uniformes, según se evidenció en el estudio. Los participantes no solo reportaron sentir menos «propiedad» sobre sus textos, sino que además las ideas eran menos innovadoras y se exploraban menos caminos posibles.

¿Por qué? Porque los modelos de IA brillan para el pensamiento convergente (resolver tareas específicas), pero son un lastre para el pensamiento divergente, que requiere explorar, experimentar y equivocarse. Y adivina: ahí es donde nace la creatividad real.

La IA acelera el acceso a información fáctica, pero también puede saltar procesos clave del aprendizaje, como analizar, evaluar y crear, según la taxonomía revisada de Bloom. Y eso no es poca cosa: si no procesas la información, no la conviertes en conocimiento.

Además, la «pereza metacognitiva» se vuelve tendencia. La confianza excesiva en la IA nos hace sobrestimar lo que sabemos y evita que nos cuestionemos. Como diría John Dewey, la reflexión surge de la duda y la perplejidad; pero si la IA nos da todo «masticado», ese motor se apaga.

El estudio advierte que los cerebros en desarrollo son especialmente vulnerables. La dependencia temprana de la IA podría entorpecer la formación de habilidades cognitivas esenciales, algo así como construir un edificio sin cimientos.

Los modelos de IA están entrenados con datos que pueden incluir sesgos, perpetuar estereotipos y presentar visiones parciales. La falta de transparencia en su entrenamiento complica aún más el panorama, haciendo que la información parezca confiable cuando podría no serlo.

¿Hay esperanza?

¡Claro! La IA no tiene por qué ser el villano de la película. Un uso equilibrado y consciente puede potenciar la organización y el aprendizaje. El secreto está en usarla como herramienta, no como muleta. La idea es que la IA amplíe nuestras capacidades, no las sustituya.

La IA es fascinante, poderosa y revolucionaria. Pero si la usamos sin control, puede convertirnos en meros espectadores pasivos de nuestro propio aprendizaje. La clave está en no dejar que piense por ti, sino con ti. Porque si dejamos de ejercitar el cerebro, acabaremos confiando tanto en la IA que un día no sabremos ni cómo se escribe «cognitivo» sin preguntarle.

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