Najayo: Relato de una visita reveladora
Ricardo Nieves
Como un buzo ciego, sumergido en profundidades y dudas, más dominado por las expectativas del escenario que por la confianza que pudieran inspirar mis palabras -acompañado de mi amigo Miguel Medina-, llegué al Centro de Corrección y Rehabilitación Najayo-Hombres. Invitado por sor María Celina Messens (Pastoral Penitenciaria) y Roberto Hernández Basilio (Dirección de Prisiones), dialogué con decenas de internos que, tras completar sus condenas, emprenderán el desafiante y empinado sendero de la reinserción social.
Zambullido en aquel mar de miradas -diversas en ángulos, dispares en medidas-, abstraído por el instante, reflexioné junto a quienes, pese a mi azorada personalidad, jamás apartaron la vista. Miradas furtivas, temerosas, distraídas, humildes, desconfiadas, esquivas, resilientes, dolidas, esperanzadas…De entrada, advertí que casi todas respondían al mismo patrón y extracción social.
La cárcel, a lo sumo, es un oleaje biográfico: una marejada de millares de vidas atoradas entre los muros -siempre selectivos- del sistema penal, las caídas personales y la adversidad social.
Sabrá Dios por cuáles sentimientos, que fluían a raudales, contuve, súbitamente, mi titubeo emocional. Despacio, las palabras fluyeron entrelazadas con la quietud congelada de los internos y del personal correccional.
Escarbando verbos penetrantes y avispados adjetivos, compartimos anécdotas, errores, olvidos, caídas y levantadas, historias truncadas, testimonios diluidos, que igual pertenecían a padres, esposos, hijos, hermanos, sobrinos, amigos, vecinos…hoy privados de libertad.
Entre otras manifestaciones del comportamiento, el delito exterioriza una condición en la que el infractor, generando una fatalidad ontológica, termina signado por el espectro de su propio hundimiento, mientras la víctima padece las consecuencias (inmerecidas) del sufrimiento. Esa transformación del mundo exterior/interior, desarticula el eje de la convivencia y fisura, trágicamente, la armonía social.
Pero en el umbral ingente del drama carcelario, el espíritu académico resbala, reconoce que el delito carece de hipótesis convincentes: la dogmática penal enmudece, tornando la academia insustancial, insuficiente.
A contracorriente de ello, evoqué los cimientos de la criminología moderna. Los caracteres atávicos y antropológicos del “delincuente nato” de Lombroso, el “germen criminal” de Lacassagne, “la sociología criminal” de Ferri y el “delito natural” de Garofalo. Retablos intelectuales y pensadores legendarios: la desvertebrada crítica de Marx, el enfoque psicoanalítico (y fragmentado) de Freud, la perspectiva norteamericana del etiquetamiento (labeling approach), la nueva defensa social de Ancel, los ruedos funcionalistas de Merton y Parsons, la revolución incompleta de la criminología crítica iberoamericana de Baratta, De Castro, Del Olmo, Bergalli y el sempiterno Zaffaroni…Abjuré del funcionalismo radical de Jakobs, transfigurado en peligrosidad neopunitivista y situado en las antípodas del garantismo judicial.
Porque la cárcel encierra otra dimensión, remonta corrientes y teorías, desborda caudales de cualquier naturaleza y reflexión. Acoger a quienes –con voluntad- abrieron una historia dolorosa, tampoco cierra con el epílogo de una página condenatoria. Entre las brumas de cada biografía, la narrativa es dura de asimilar y demasiado cruda para ser admitida.
Latitudes y experiencias individuales aparte, el delito desnuda un malestar sistémico -como enfermedad- cuyas zonas circundantes resultan borrosas, mal delimitadas y oscuras.
¿Quién, en esencia, define las grietas del dolor punitivo y razona sobre los desgarros de la desviación social? La criminología evidencia incompetencia; el derecho punitivo, como derivación colateral, revela debilidad manifiesta.
La cárcel profana y corrompe, raras veces puede restaurar. La posmodernidad derrota, una por una, las teorías criminológicas al tiempo que ensombrece al aparato punitivo estatal. Espantoso cuadrante de fácil acceso y difícil retorno social, que comporta una triple exclusión existencial: personal, familiar y laboral. El dolor del ofendido arrastra una desgracia generacional; el silencio impuesto al encarcelado deviene persistente, brutal.
La prisión levanta una muralla física y psicológica; los barrotes que aprisionan adentro permanecerán fuera del penal. Entrar como salir: ambos episodios heredan el síndrome de la “prisionización marginal”. La sombra persigue al sujeto, quien, contra mil obstáculos, deberá reconstruirse, solo, el incierto proceso de otra oportunidad…
Desorientado, sin respuesta, yugulado por la mácula de la celda, tras haber perdido su libertad, intenta reincorporarse a la vida y recuperar los pedazos de su quebrada dignidad.
Nuestro sistema penitenciario –paráfrasis de Beccaria- “es vecino del infierno: donde perece lo bueno que queda del espíritu humano y reencarna el aguijón de la maldad.”
La reinserción social de muchos condenados es posible si dejamos de tratarlos como células cancerígenas y empezamos a reconducirlos desde la libertad…
Listín Diario