De la ventaja a la desventaja comparativa: el nuevo pulso económico de Estados Unidos
Juan Temístocles Montás
Hace unos días escuche a Marcelo Ebrard, secretario de economía de México y principal negociador con Estados Unidos sobre los aranceles impuestos por Trump a su país, decir en una entrevista televisada que en el comercio internacional estamos pasando de una situación regida por las ventajas comparativas de un país a otra comandada por las desventajas comparativas.
La teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, expuesta actualmente por Paul Krugman y Maurice Obstfeld en su libro “Economía Internacional: Teoría y Política” (2001), explica que los países intercambian por necesidad y por conveniencia. O sea, importan lo que les es difícil o caro producir y exportan aquellos productos para los que son más productivos. El comercio basado en esta lógica promueve la eficiencia global, la interdependencia económica y, en teoría, el desarrollo mutuo.
Durante más de dos siglos, la teoría de la ventaja comparativa fue uno de los pilares del comercio internacional. Sin embargo, tal y como explicó el secretario Ebrard, este principio está siendo erosionado de manera acelerada por las políticas proteccionistas de Trump, y todo conduce a establecer que estamos pasando de un mundo movido por la lógica de la ventaja comparativa a otro donde se promueven decisiones comerciales que ignoran —e incluso contradicen— esa lógica. En su lugar, emerge un nuevo paradigma donde no importa si un país es aliado o enemigo, sino si ese país se somete a las condiciones que impone Estados Unidos para acceder a su mercado.
Esta situación no puede entenderse sin tomar en cuenta las profundas transformaciones que se han producido en el mundo en los últimos 34 años. Al término de la Guerra Fría, Estados Unidos, además de ser la economía más grande del mundo, ya que representaba el 22% del PIB mundial (en paridad de poder adquisitivo, PPA); tenía una capacidad militar sin rival: presencia en más de 70 países y más de 800 bases militares alrededor del mundo; dominaba el sistema financiero internacional: el dólar estadounidense, establecido como moneda de reserva global; dictaba normas comerciales, y garantizaba el acceso a su mercado como ancla del sistema. Pero el ascenso de nuevas potencias —especialmente China— y la consolidación de bloques como la Unión Europea han reducido ese peso relativo. En 2024, la participación de Estados Unidos en el PIB global —medido en PPA— había caído por debajo del 15%.
China, que apenas representaba el 3.6% del PIB global en 1990, hoy supera el 19% y lidera sectores estratégicos como manufactura avanzada (baterías para autos eléctricos, energías renovables, robóticas industrial, etc.), inteligencia artificial, finanzas digitales y pagos electrónicos, autos eléctricos, etc. La Unión Europea, aunque enfrenta desafíos internos, tiene un PIB global similar al de Estados Unidos y sigue siendo un bloque de enorme peso regulatorio y comercial.
Ante este nuevo escenario, Estados Unidos, bajo la dirección de Trump, ha tomado la decisión de redefinir su poder no desde la eficiencia, sino desde la coerción económica. Las políticas arancelarias impulsadas por Trump expresan claramente esta nueva doctrina. Se imponen aranceles no para proteger sectores ineficientes, sino para obligar a empresas y gobiernos extranjeros a relocalizar inversiones, alinear sus decisiones con los intereses de Washington o pagar un costo político por acceder al mercado estadounidense. En esta lógica, se desecha la ventaja comparativa: ya no importa si otro país puede producir más barato; importa el interés estadounidense de mantener su hegemonía.
Estamos ante una renuncia de Estados Unidos a los principios básicos del libre comercio buscando recuperar control industrial, reducir dependencia de rivales estratégicos y condicionar el acceso a su mercado. No se trata de una política aislada o improvisada, sino de una respuesta estructural al avance de potencias rivales —especialmente China— y a la fragmentación del orden internacional que Estados Unidos ha liderado desde 1945.
Puede sostenerse que, la era de la ventaja comparativa ha terminado. Ahora la política manda sobre la economía, y el comercio se ha convertido en campo de disputa entre potencias.
Nota: Al hacer comparaciones internacionales entre países, se prefiere utilizar el PIB en PPA en lugar del PIB nominal. El PIB nominal se distorsionado por las tasas de cambio. La PPA corrige las diferencias en el costo de vida.