Trump acusó a Obama de traición. Esto no se puede ignorar

Por Jeffrey Toobin

The New York Times

Toobin es colaborador de Opinión y autor de The Pardon: The Politics of Presidential Mercy.

El presidente Donald Trump cree que el presidente Barack Obama cometió traición, un delito que podría castigarse con la pena de muerte. En busca de una distracción de sus problemas políticos del momento, Trump intenta reavivar la controversia, que tiene casi una década, sobre la implicación rusa en las elecciones de 2016.

Trump se equivoca en los hechos y en la ley, y su acusación sensacionalista solo sirve para demostrar cuánto ha degradado el discurso político contemporáneo.

Trump denunció a Obama después de que Tulsi Gabbard, directora de Inteligencia Nacional, pidiera al Departamento de Justicia que investigara si los funcionarios de inteligencia del gobierno de Obama habían falsificado pruebas de los esfuerzos hechos por los rusos para influir en las elecciones de 2016. Cuando en una sesión de preguntas en el Despacho Oval se planteó la pregunta de quién debería estar en la mira de la investigación, Trump dijo: “Sería el presidente Obama. Él lo empezó… Esto fue traición. Esto fue todo lo que se les ocurra. Trataron de robarse las elecciones. Trataron de ofuscar las elecciones. Hicieron cosas que nadie ha imaginado jamás, ni siquiera en otros países”. Trump también mencionó al expresidente Joe Biden, al exdirector del FBI James Comey, al exdirector de Inteligencia Nacional James Clapper y al exdirector de la CIA John Brennan como otros posibles acusados.

El historial de comentarios intempestivos de Trump le ha dado una especie de perversa inmunidad; cuanto más escandalosa es su declaración, más rápidamente suele ser descartada. Pero Trump no merece este privilegio de hablador. No solo es el presidente, sino que, lo que es más importante, es el supervisor de un Departamento de Justicia inusualmente complaciente, y esa condena casual hacia su predecesor es tan significativa como escalofriante.

De hecho, Trump se aseguró de que la investigación sobre la supuesta traición cobrara vida propia rápidamente. La fiscala general Pam Bondi anunció que una “fuerza de ataque” del Departamento de Justicia investigaría las acusaciones contra Obama y los demás, y un par de senadores republicanos, Lindsey Graham y John Cornyn, han pedido que se nombre a un fiscal especial para dirigir la investigación.

La traición es el único delito definido en la Constitución, y ahí se establece, en la parte relevante, como brindar “ayuda y consuelo” a nuestros enemigos. Regurgitando una afirmación que Trump y sus aliados han hecho durante años, Gabbard dijo que el presidente Obama, después de que Hillary Clinton fuera derrotada por Trump en las elecciones de 2016, “ordenó la creación de una evaluación de la comunidad de inteligencia que sabían que era falsa”.

En concreto, Gabbard mencionó los temas de discusión que se prepararon para Clapper en 2016 y que afirmaban que “los adversarios extranjeros no utilizaron ciberataques contra la infraestructura electoral para alterar el resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos”. A la luz de esto, dijo en redes sociales, el gobierno de Obama estaba “promoviendo la MENTIRA de que Vladimir Putin y el gobierno ruso ayudaron al presidente Trump a ganar las elecciones de 2016”.

Pero ni el presidente Obama ni sus subordinados dijeron que, para ayudar a la campaña de Trump, los rusos atacaron la infraestructura electoral, alteraron resultados de votación ni nada por el estilo. Más bien, como han establecido múltiples investigaciones, los hackers rusos atacaron la campaña de Hillary Clinton robando y difundiendo sus correos electrónicos. (Nadie sabía esto mejor que el propio Trump, quien mencionó con frecuencia esos correos durante sus mítines de campaña).

Todas las investigaciones sobre la campaña de 2016, incluyendo la del Comité de Inteligencia del Senado en 2018, llegaron a la misma conclusión. “Encontramos pruebas irrefutables de la intromisión rusa”, dijo el entonces senador Marco Rubio, quien ahora es, por supuesto, el secretario de Estado de Trump. En otras palabras, la conclusión del gobierno de Obama, lejos de ser un delito, y mucho menos una traición, era una simple constatación de hechos.

Un portavoz de Obama calificó la acusación de Trump como “ridícula, un débil intento de distracción”. Pero la acusación sirve tanto a las necesidades políticas de Bondi como a las de Trump. Es posible que la fiscala general esté especialmente ansiosa por complacer a su jefe, porque su posición con él es precaria.

Ella creó una crisis política para Trump al gestionar mal las revelaciones sobre Jeffrey Epstein, el difunto pederasta y amigo del presidente. (En respuesta a las exigencias de los teóricos de la conspiración del partido de Trump, la fiscala general, con cierta algarabía, primero difundió una serie de documentos supuestamente secretos que ya eran públicos; luego dijo, en esencia, que no había nada más que ver; y después cambió de opinión y solicitó, sin éxito, la publicación de las transcripciones del gran jurado sobre el caso). ¿Qué mejor manera tiene Bondi de ayudar al presidente a desviar el tema de los archivos Epstein que iniciar una investigación por traición contra Obama?

Lo absurdo de esta investigación también destaca por el hecho de que Obama casi con certeza es inmune a la acusación, gracias a Trump y a la Corte Suprema. En su decisión del año pasado en el caso de Trump contra Estados Unidos, el tribunal sostuvo que existía la presunción de que los expresidentes no podían ser procesados por acciones “oficiales” realizadas durante su mandato. La preparación y difusión de las conclusiones de los hallazgos de inteligencia sin duda son funciones oficiales de la presidencia y, en consecuencia, no podrían ser usadas como base para presentar cargos penales.

Pero señalar esto parece casi injusto para Obama; da la idea de que solo escaparía a la acusación por el lamentable tecnicismo establecido por la Corte Suprema en el caso Trump. La razón más importante es más sencilla: Obama no cometió ningún delito.

A lo largo de los años, Trump ha dicho tantas cosas escandalosas que resulta tentador descartar también esta con las excusas de siempre: por ejemplo, que el mandatario debe ser tomado en serio, pero no literalmente, o que esto no era más que “Trump siendo Trump”. Pero el hecho es que el presidente de Estados Unidos dijo que un predecesor cometió un delito por el que podría ser ejecutado.

Aunque ahora se ha iniciado una investigación formal, un proceso penal y una condena siguen siendo poco probables. Pero el hecho de que un presidente que puso en marcha el proceso judicial mencione siquiera esa posibilidad sugiere que el país ha entrado en una era sin precedentes de malevolencia y represalias.

The New York Times

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