La peor estrategia mercadológica de un periódico

Francisco S. Cruz

Todos sabemos que el mundo análogo murió hace rato, aunque a algunos no nos quede de otra que sobrevivir y ver como oficios, profesiones y valores ético-morales, indispensables para una sociedad abierta o democrática, ya son cuasi muecas o piezas de museo. Sin embargo, esa realidad, en países subdesarrollados, no puede absorber, a pesar del indetenible avance científico-tecnológico, los pocos periódicos impresos que aún quedan -sin importar la opción del clic digital o de redes sociales (hoy el periódico, verdad o mentira, de mayor lectoría o chatarra-nadería)-, pues, de alguna forma, se cierra una brecha ciudadana-democrática o pulmón cívico; y no importa que la estrategia consista, como todo al principio, en un registro “gratuito”, el enganche-cebo de un título; o líneas de un párrafo a medias en procura de futuros clientes-ensayo para el fin último: vender o monetizar. Y más cuando sabemos que, a pesar del declive (fenómeno global), aún se agencian publicidad estatal-privada.

Cierto que los periódicos, en cualquier modalidad, son empresas y como tal están obligados a actualizarse e insertarse en el mercado, pero, en nuestra opinión, deberían explorar, y más en países subdesarrollados, otras vías que los hagan sostenibles y rentables sin privar al ciudadano común, pocos o mucho, que se quedó análogo o que tienes pocas opciones de informarse con un mínimo de veracidad, algo que solo un medio profesional, riguroso y apegado a una deontología periodística inquebrantable puede garantizar. Y no me digan que no pueden dejar esa ventana abierta, cuando sabemos que aún son creíbles e indispensables para gobiernos y sectores fácticos que les conceden publicidad estatal y privada….; además de otras colindancias exclusivas de dueños, gerentes y directores de medios tradicionales (al respecto, los hay hasta gratuitos-impresos) que, quiérase que no, suerte de privilegios -¿o acaso, cualquier ciudadano tiene acceso expedito a un presidente o ministro?- que no necesariamente beneficia a cualquiera de ellos sino, muchas veces, a allegados, amigos, familiares o incluso (y es lo más….), un reclamo-denuncia a favor de una región o ciudad. Y ello no implica, como hemos visto o constatado, una claudicación del medio o de sus ejecutivos-dueños ante el poder).

Entonces, desde esa perspectiva que observamos el fenómeno, y entendiendo que los periódicos son empresas, insistimos que la vía de procurar vender o monetizar, a corto o mediano plazo, no siempre hará más independiente a un medio, pues, aunque se quiera negar, no deja de ser un cierre o quiebre en la divulgación de información pública tradicional que al final, en un país subdesarrollado, significa un portazo a una democracia que aún necesita más certeza sobre lo que trasciende e impacta las vidas de sus ciudadanos. En otras palabras, información pública que no debe llegar mutilada o fragmentada al gran público, pues estaríamos a merced de noticias chatarras, redes sociales o plataformas digitales de “refritos” -fake news, “mercado persa”, delincuentes cibernéticos, desaprensivos “comunicadores” o “influencers“ de la peor laya (en fin, mercenarios o sicarios de la información a través de un “periodismo” de mudanza y acarreo).

Finalmente, quisiéramos abogar; o más bien hacer un llamado a los actores decisorios de los medios tradicionales (dueños, directores, gerentes-ejecutivos y periodistas éticos-comprometidos) para que reflexionen un poco sobre algo que está en su derecho -el procurar rentabilidad-, pero que no obvien que en esa búsqueda o estrategia mercadológica, a pesar de algunos ensayos exitosos (básicamente, en países desarrollados y tradición de lectura), se podrían llevar de encuentro una ventana-voz muy valiosa en una democracia: la de informar como una labor ciudadana-altruista apegada a la veracidad y confiabilidad.

El Caribe

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