El error del gobierno con Leonardo Aguilera

Marino Beriguete

El gobierno acaba de nombrar a su encuestador de confianza en un cargo público. Y ahí, en el momento exacto en que cruza la puerta con su nuevo nombramiento bajo el brazo, las encuestas que durante años fueron referencia pierden el único ingrediente que las hacía útiles: la credibilidad. Porque un encuestador puede equivocarse, puede acertar, puede hasta inventarse un margen de error que le permita respirar. Pero lo que no puede hacer es mudarse al poder y seguir pretendiendo habla desde fuera.

Leonardo Aguilera era, hasta ayer, el hombre que le ponía números al ánimo de la gente en el Cibao. Sus gráficos no eran un oráculo, pero se acercaban lo suficiente para que políticos, periodistas y ciudadanos le prestaran atención. Había algo de deporte nacional en esperar sus resultados, en mirar quién subía, quién bajaba, quién estaba a un paso de quedarse sin oxígeno en la carrera. Ahora, con su segundo nombramiento en el Banco del Estado, ese juego se acabó.

No es que Aguilera no tenga capacidad para dirigir un banco. La tiene, y de sobra. Lo extraño es que el presidente haya decidido pagar ese precio: silenciar una voz que, aunque era suya, parecía independiente. Lo que hacía creíble al encuestador no eran los números en sí, sino la distancia con el poder. Distancia fingida, discutida, criticada, pero distancia al fin. Y esa distancia acaba de ser demolida de un segundo plumazo.

¿Quién recogerá ahora el testigo? ¿Quién dirá, con cifras en la mano, lo que piensa la gente en Santiago y en todo el Cibao? Porque las encuestas no son solamente porcentajes. Son termómetros. Y sin termómetro lo único que queda es el del propio gobierno, ese que nunca marca fiebre, aunque el paciente esté ardiendo.

La decisión del jefe del Estado no es un escándalo; es un error. No porque Aguilera vaya a ser un mal banquero, sino porque el país pierde un referente en un momento en que sobran los voceros oficiales y escasean las voces externas con algo de crédito. En resumen: hemos ganado un banquero, pero hemos perdido un cronista de la opinión pública. Y esa pérdida, por más técnica que sea la gestión en el banco, es irremplazable.

Lo triste no es que Aguilera cambie de oficina. Lo triste es que, con él, se jubilan también sus encuestas. Y las encuestas, cuando se callan, hacen más ruido que cualquier discurso presidencial.

El Caribe

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