La muerte de Charlie Kirk
Marino Beriguete
Me enteré de la muerte de Charlie Kirk a través de YouTube, como siempre ocurre con las tragedias: una notificación que no avisa nada y lo dice todo. Un francotirador joven, de esos que todavía deberían estar decidiendo si estudiar o trabajar, lo mató a distancia. En Colombia, así en meses pasados, caía el senador Miguel Uribe Turbay, otro tiro, otro eco. Dos muertes separadas por miles de kilómetros que parecían, en realidad, la misma bala.
Lo que me impresionó no fue el ruido seco del disparo, sino la sensación de que ya lo habíamos leído antes. El discurso de odio no necesita armas; ya es un arma. Llevamos años mascando rabia en debates que no parecen debates, sino juicios sumarísimos. Conservadores contra liberales, religiosos contra mujeres que abortan, ciudadanos contra haitianos. A cada uno le dan su enemigo de bolsillo para que lo odie en casa, en las redes, en las sobremesas. Hasta que un día alguien decide que odiar ya no basta.
No es política lo que mata, es la manera en que la contamos. Cuando un Estado se hunde en la corrupción, cuando los líderes prefieren encender fuegos antes que apagarlos, se crea un clima donde cualquiera siente que puede apretar un gatillo y resolver su malestar. Y no lo hace por un país entero, lo hace por sí mismo. Lo terrible es que lo personal, en estos tiempos, termina siendo colectivo.
En el distrito nacional también he escuchado los discursos. Contra el aborto, contra los inmigrantes, contra todo lo que alguien decide señalar como amenaza. A veces me pregunto cuánto falta para que uno de esos gritos se traduzca en sangre aquí. La política debería ser otra cosa, una manera de organizar lo común, pero la hemos convertido en un ring. Y en los rings siempre hay alguien que acaba tirado en la lona.
Ojalá en las próximas elecciones no tengamos que elegir entre el odio y la indiferencia. Ojalá volvamos a escuchar propuestas cívicas sin que suenen a utopía barata. Porque lo que se juega ya no es quién gobierna, sino quién consigue que las palabras dejen de ser balas.
Demuéstreme de que estoy equivocado.