El nuevo macartismo
Bernardo Vega
Durante mi adolescencia viví los efectos del macartismo en los Estados Unidos, un fenómeno auspiciado por el senador Joseph M. McCarthy, quien, dado el peligro comunista representado entonces por la Unión Soviética, acusó a cientos de personas de ser comunistas, elaborando para ese propósito “listas negras”, una verdadera cacería de brujas que incluyó a diplomáticos, directores de cine, escritores, comentaristas y artistas como Bertolt Brecht. Este último tuvo que irse a vivir a Europa. Cientos de personas perdieron sus empleos en el gobierno federal, algunas hasta se suicidaron. También los perdieron en el sector privado.
Nuestro dictador, Rafael Leónidas Trujillo se unió a esa ola describiéndose a sí mismo como el principal enemigo del comunismo en América Latina. Un embajador norteamericano en Ciudad Trujillo, empresario republicano de New York, contribuyente a ese partido, describió al dictador: “Trujillo es un auténtico genio, quien piensa y trabaja mayormente a favor de los mejores intereses de su pueblo”. Todos los enemigos del jefe fueron descritos como comunistas, cuando poquísimos lo eran.
Ahora, bajo Donald Trump y los republicanos ha surgido un movimiento algo parecido, pero como ya el comunismo no es un peligro a los que se ataca es a los “liberales”, sobre todo aquellos vinculados al partido demócrata. El presidente Trump antes de saberse quién había matado a Charlie Kirk dijo que el asesino había sido un ultra liberal. Los Estados Unidos se ha polarizado entre republicanos conservadores y demócratas liberales. Ha devenido hasta en algo ideológico considerando como “woke” a todos aquellos que defienden la homosexualidad, el lesbianismo y el cambio de género. Los líderes políticos extranjeros liberales son mal vistos y los de derecha, como Viktor Orbán, jefe de Estado de Hungría, se convierten en aliados del gobierno norteamericano de Trump. Los ataques incluyen no solamente a universidades liberales como la de Harvard, sino también oficinas de abogados de prestigio e instituciones como la Fundación Ford y los organismos asistenciales promovidos por George Soros. El gobierno de Trump ha sometido a la justicia a los principales periódicos de ese país y presiona con negar permisos federales a estaciones de radio y televisión. La libertad de expresión corre serios peligros en ese país. Lula es malo y Bolsonaro es bueno. Macron es malo y Marine le Pen es buena.
Afortunadamente en el nuestro es prácticamente imposible determinar qué partido político es liberal y cuál es conservador. Los partidos comunistas son una reliquia y los ultraconservadores sacan pocos votos y cuentan con pocos congresistas. Leonel Fernández cuando fue presidente privatizó a las tres empresas estatales distribuidoras de electricidad, así como a las principales generadoras, Itabo y Haina. Danilo Medina, en contraste, auspició una gran empresa estatal eléctrica, las Catalinas, cuando pudo haber auspiciado un proyecto privado. Luis Abinader no ha privatizado a ninguna y mantiene operando a las estatales con la ineficiencia que les caracteriza, como el caso de las tres distribuidoras de electricidad. Tal vez la única situación en que se notan diferencias ideológicas es cuando se plantea cómo tratar la mano de obra haitiana que trabaja entre nosotros.
Lo que más se discute, lamentablemente, es determinar en cuál de los tres principales partidos ha habido, o hay, más corrupción.
Hoy