Estados Unidos revoca la visa de Petro tras su protesta en favor de Palestina: ‘Sus acciones son imprudentes e incendiarias»
Bogotá, 29 de septiembre de 2025 — El reciente episodio protagonizado por el presidente colombiano Gustavo Petro en Nueva York desató una fuerte crisis diplomática con Estados Unidos.
Lo que comenzó como una manifestación con tintes simbólicos frente a la sede de la ONU terminó con la anulación de su visa por parte del Departamento de Estado, una decisión que Washington justificó por “acciones imprudentes e incendiarias”. El diario El País de España ha resaltado que esta medida supone una novel escalada en los roces entre Colombia y la Casa Blanca.
Petro, megáfono y desafío en Manhattan
El 26 de septiembre, Gustavo Petro apareció frente a una multitud de simpatizantes pro palestinos, utilizando un megáfono para emitir consignas en favor de la causa palestina y pronunciar ataques hacia las políticas militares de Estados Unidos e Israel.
Lo hizo desde la plaza Dag Hammarskjöld, en las inmediaciones de la sede diplomática de la ONU en Nueva York, acompañado incluso por el músico y activista Roger Waters, cofundador de Pink Floyd.
Esa jornada se convirtió en una pieza clave dentro de una narrativa más amplia: el presidente colombiano llamó directamente a soldados estadounidenses a desobedecer órdenes que, afirmó, implicaban disparar contra la humanidad.
“Que no se obedezcan las voces que ordenan disparar contra la humanidad”, dijo Petro en sus mensajes públicos. Al poco tiempo, la reacción de Washington no se hizo esperar.
Horas después de la movilización, el Departamento de Estado comunicó, mediante un mensaje en su cuenta de X, la cancelación de la visa de Petro. La razón oficial: “instar a los soldados a desobedecer órdenes e incitar a la violencia”.
En Colombia, el presidente replicó con una serie de publicaciones en redes sociales donde defendía su derecho a manifestarse ante la ONU y relativizaba la sanción: “No necesito su visa”, afirmó con determinación.
Visa cancelada, pero ciudadanía compartida
Esa frase, lejos de ser retórica vacía, encierra una ambivalencia deliberada. Petro es también ciudadano italiano, con lo cual podría ingresar a Estados Unidos bajo el programa de exención de visados (ESTA), utilizado por millones de europeos.
Pese a ello, dejó claro que no tiene interés en volver “hasta que sea invitado por su pueblo”. “Puedo conocer el mundo viajando por mi propio país”, sentenció.
La decisión de cancelar visados como sanción no es inédita para la Casa Blanca; sin embargo, el caso de Petro posee particular singularidad. América Latina ya ha visto a decenas de dirigentes públicos privados del derecho de entrar a Estados Unidos: algunos por violaciones de derechos humanos, otros por corrupción o alianzas criminales.
Ahora, con el poder de las redes sociales, ese elemento coercitivo diplomático experimenta una ampliación: se apunta a discursos y no sólo acciones estatales.
“El sueño americano” bajo revisión
La pregunta que Petro plantea es legítima: ¿por qué debería considerarse castigo el hecho de que se le impida viajar a Estados Unidos? La respuesta primaria es evidente: millones de personas mantienen vínculos familiares, económicos o simbólicos con ese país.
Estados Unidos, hasta hace poco, conservaba una capacidad de atracción global como motor de Occidente. Pero esa hegemonía simbólica ha sido reclamada por discursos alternativos.
En este punto emerge un choque entre dos visiones del llamado “sueño americano”. Mientras el trumpismo —representado en su sello Make America Great Again (MAGA)— busca redefinir el ideal nacionalista y excluyente, el soft power cultural que desbordaba fronteras ha entrado en crisis.
Un tuit reciente de la Casa Blanca decía: “Si quieres cambiar el mundo, debes tener el coraje de ser un outsider. Trabaja duro. Cree en el sueño americano”. Pero hoy esa aspiración se traba en su propia contradicción. Porque para muchos dentro y fuera de EE. UU., Estados Unidos nunca ha estado tan lejos de representar ese ideal.
Choques recurrentes: antecedentes y crisis diplomática en enero
No es la primera vez que Petro y Washington cruzan líneas. Ya en enero de 2025 hubo un enfrentamiento de alto voltaje, cuando Petro rechazó el aterrizaje de dos vuelos militares estadounidenses con colombianos deportados.
Trump reaccionó con amenazas: imponer aranceles del 25 % a productos colombianos, restricciones de visado y sanciones varias. Pero al final Colombia cedió, aceptó las deportaciones y evitó que se desatara una escalada económica y diplomática mayor.
Ese antecedente sirve para contextualizar este otro episodio: la relación Bogotá‑Washington ya viene marcada por tensión estructural, disputas migratorias, recelo político y desacuerdos sobre soberanía.
La diplomacia del megáfono: riesgos del lenguaje y del gesto
No obstante, la legitimidad de algunos de los reclamos de Petro —como su defensa de los migrantes o su denuncia de intervenciones militares— se ve empañada cuando su discurso se convierte en exagerado, radical o incluso temerario.
Sus arengas —por momentos desmesuradas— contrastan con el estilo más mesurado y estratégico que han desplegado otros gobernantes progresistas latinoamericanos frente a interlocutores agresivos, como la ex jefa de Gobierno de Ciudad de México Claudia Sheinbaum.
Ese desbalance discursivo le juega en contra: quien invoca la sobriedad en nombre de la justicia no puede sentirse cómodo con frases explosivas en la plaza. El efecto político se multiplica en la era de lo viral. Una palabra mal calibrada puede desencadenar una crisis diplomática con consecuencias reales.
Hacia un nuevo foco de disputa global
Con la cancelación de su visa, Petro aporta otro episodio a una lógica cada vez más frecuente: la utilización del estatus migratorio como herramienta de presión diplomática.
Ya no basta con sanciones económicas, vetos comerciales o instrucciones políticas. Hoy los visados, las redes sociales, las declaraciones públicas y las amenazas simbólicas se integran en un mismo tablero de confrontación.
En esa contienda, el “sueño americano” se reconfigura y empieza a verse menos como una promesa universal y más como una fortaleza cercada. Lo que se disputa ahora es el poder narrativo: quién define qué significa aspirar, desplazarse y soñar en el siglo XXI.
Gustavo Petro, con sus próximos 10 meses al mando, parece dispuesto a usar ese megáfono para mover piezas globales. Pero también ha de medir los riesgos: el poder simbólico del discurso no puede sostenerse sin un soporte estratégico. En un escenario donde las fronteras no son solo físicas, la batalla por la voz es la batalla por la legitimidad.
Fuente: El País, España