Feria del Libro, un punto positivo para Abinader

Marino Beriguete

El domingo 5 de octubre concluyó en Santo Domingo la Feria Internacional del Libro, el acontecimiento cultural más importante del Caribe, dedicada este año al historiador Frank Moya Pons y a la literatura infantil. Terminar una feria es siempre un acto de balance: lo que queda no son los discursos oficiales, sino la impresión viva que se lleva el público. Y esta vez, el saldo fue sorprendentemente positivo, sobre todo en un país donde el escepticismo suele acompañar cualquier gestión cultural del Estado.

Participé en varias actividades y en todas encontré auditorios repletos. Hacía años que no veía una organización tan eficiente. Cada jornada ofrecía decenas de conferencias, lecturas y presentaciones, pero lo más admirable no fue la abundancia, sino el fervor del público: familias enteras recorriendo los pabellones, niños descubriendo los libros como quien abre un tesoro, jóvenes atentos, preguntando, discutiendo. En una sociedad donde la lectura compite con tantas pantallas y distracciones, ese entusiasmo es, por sí solo, una victoria.

Lo que más me sorprendió fue la madurez con que se manejó la feria. En este terreno, donde la gestión cultural suele ponerse a prueba, el ministro Roberto Ángeles demostró que no basta ocupar un cargo: hay que ejercerlo con inteligencia y sensibilidad y una buena gerencia pública. La cultura no se improvisa ni se administra como una aduana. Exige visión, respeto por los creadores y la convicción profunda de que los libros no son un lujo, sino una necesidad. Roberto y su equipo, esta vez, estuvieron a la altura.

El gobierno, tan criticado en otros frentes, halló en esta feria un punto luminoso. Durante diez días, miles de personas pudieron acercarse a los escritores, conversar con ellos, descubrir libros que de otro modo habrían pasado inadvertidos. Ese contacto directo entre autor y lector, tan natural en países de larga tradición lectora, aquí sigue siendo una rareza. Y quizá por eso mismo, cuando ocurre, adquiere un valor excepcional. Hay que cuidarlo, repetirlo, multiplicarlo.

Pero conviene hacer un llamado a los alcaldes de Santo Domingo. La feria no debería ser solo un asunto del Ministerio de Cultura, sino de toda la ciudad. Santo Domingo Este supera el millón de habitantes; el Distrito Nacional bordea el millón, y Santo Domingo Oeste se aproxima a esa cifra. En conjunto, más de tres millones de ciudadanos que merecen sentirse parte de esta fiesta del libro. ¿Por qué no utilizar el metro, los autobuses, el teleférico como vehículos de promoción a la feria del libro? ¿Por qué no establecer rutas gratuitas hacia la feria, para que incluso quienes viven en los barrios más alejados puedan asistir? La cultura, con presupuestos tan exiguos, no puede depender de la buena voluntad: necesita voluntad política y sentido de pertenencia.

Ojalá la experiencia no se limite a la capital ni a una cita anual. Que haya ferias regionales, en Santiago, La Vega, Barahona, San Cristóbal; en todo lugar donde el libro aún parece un objeto remoto. Solo así podremos formar ese ciudadano libre, crítico y responsable que el país necesita: que piensen por cuenta propia y no se deja arrastrar por la propaganda ni los discursos huecos.

Porque la verdadera obra de un gobierno no son solo los puentes ni las carreteras —tan útiles como transitorias—, sino el hombre y su pensamiento. Un país se mide por la solidez de sus instituciones, sí, pero también por la vitalidad de su cultura. Y en ese terreno, gracias a la Feria del Libro del 2025, el gobierno de Abinader puede apuntarse, con justicia, un punto positivo en su gestión.

Demuéstrame que estoy equivocado.

El Caribe

Comentarios
Difundelo