Entre el lodo y la incertidumbre: Baní enfrenta devastación tras la crecida de la cañada
Bani, R.D. 27 oct. — En el corazón del municipio de Baní, provincia Peravia, el sector 30 de Mayo vive una catástrofe silenciosa, marcada por el llanto de quienes lo perdieron todo y la espera de auxilio por parte de las autoridades.
Tras las intensas lluvias provocadas por el huracán Huracán Melissa, la crecida repentina de la cañada que atraviesa la comunidad arrasó viviendas, ajuares y la estabilidad de decenas de familias. Como se denunció en un trabajo publicado por Diario Libre, “moradores del sector 30 de Mayo … trabajan entre el lodo y los escombros sacando los ajuares dañados de sus viviendas” tras el desastre.
Acompañada de su hijo de diez años y de su nieta de siete meses, la señora Yane Montilla Peña, de 37 años, nunca imaginó que, aquel viernes por la tarde, la furia del agua se presentaría sin previo aviso y se llevaría su casa entera.
“Se me fue la casa, no pude recuperar nada, porque no me dio tiempo y me quedé sin nada. Me tuvieron que dar hasta ropa”, relató con la voz entrecortada, aún temblando por la experiencia. A su lado, su padre, que depende de una silla de ruedas, fue rescatado por vecinos solidarios quienes, pese a también haber sufrido daños, no dudaron en socorrerla.
No muy lejos de allí, el señor Carlos Antonio Presinal, de 53 años, concentra en una frase la desolación de muchos: “La gente está dándome ropa porque se me fue todo”. El agua entró sin aviso y se llevó todo lo que tenía. No tienen dónde dormir ni qué comer.
El testimonio de Odalis Rodríguez, de 36 años, ofrece un retrato dramático de la escena: “El agua me llegaba al cuello” y, para evitar que su nieto de cinco meses se ahogara, tuvo que cargarlo sobre su cabeza. “La leche, todo, no tiene pampers ni nada.
Se llenó y se perdió todo: la compra, el dinero, todo”. Según relataron los comunitarios, el desbordamiento ocurrió pasadas las 2:00 p.m., como consecuencia de las lluvias del huracán Melissa.

La señora Karina Lara y su esposo Yansel Montero, residentes desde hace dos años en el lugar, apenas lograron salir con vida: “Cuando queríamos salir no pudimos. Cuando empujamos la puerta nos tumbó el agua, tuvimos que romper por aquí atrás (una pared) para poder salir”, explicó Karina.
Yansel añade: “Yo me estaba ahogando, la nevera me salvó y los amigos de mi esposo me sacaron por ahí”. Perdieron todos sus ajuares y además temen que una de las paredes de su casa colapse.
Del mismo modo, Daysi Arias, que había salido a trabajar a Santo Domingo unos días antes, regresó el sábado por la mañana para encontrar su hogar cubierto de lodo: “Cuando yo llegué… tengo los nervios… Todo se echó a perder”, dijo al borde de las lágrimas. Muchas familias aseguraron que jamás habían visto algo similar: Altagracia Arias, de 63 años, afirmó: “No fue igual, ahora fue más fuerte. Cuando eso pasó la otra vez no se subió ni el agua aquí, ahora acabó con todo”.
Los hermanos Santa Núñez y Luis Emilio Núñez, con más de 30 años residiendo en la zona, también constataron la diferencia: “Había pasado, pero no tanto así, se había metido, pero no había dañado tantas cosas, ahora está todo echado a perder”.
Para Marilyn Núñez, la tragedia se resume en pocas palabras: “Los niños no tienen ropa… eso parecía un brazo de mar”. Su esposo añadió que hacía más de 15 años que la cañada no causaba estragos como éste.
El señor José del Carmen, de 63 años, junto a su esposa, perdió todo lo que tenía: “Mire la muestra, eso fue un desacato. Había pasado unas cuantas veces, pero no así como ahora. El agua pasó y me tumbó esa pared. Me llevó el tanque de gas, la estufa, todo. Y sin fuerza para comprar”.
Estas personas —y muchas otras— perdieron ajuares, electrodomésticos, ropa y alimentos que quedaron bajo el lodo. Muchos apenas lograron salir con lo que llevaban puesto, mientras el agua se llevaba pertenencias y recuerdos.
Para Greisy, residente de tres años en el sector, la fe y la esperanza son lo único que le queda mientras rescata lo poco que puede entre los escombros: “Aquí dándole gracias a Dios porque, aunque no tengamos nada estamos vivos, por lo menos tengo mi esposo y mi hijo vivo, que eso era lo que yo quería, aunque se dañó mi cama, mi nevera, todo se dañó”. Y para Iris Villalona y su hija Karla, ambas lo perdieron todo: “Primera vez que se mete así esa cañada, primera vez en mi vida. Tuvimos que romper la pared atrás para que el agua pueda salir”, contó Iris.
En el sector, más de 20 casas quedaron totalmente anegadas, dejando a decenas de familias sin hogar ni pertenencias. Las vecinas Carmen Díaz y Nidia Arias lo resumen: “Amiga, no tenemos nada, se nos fue todo, aquí no quedó nada, cama y todo. Aquí no quedó nada”.

Mientras tanto, el ambiente en Baní se torna de tensión mezclada con urgencia. Como lo señalaba otra nota de Diario Libre: “Una calma tensa se respira en Baní ante el temor de que río y cañadas se desborden otra vez”. Las alertas estaban activadas y las expectativas de rescate y prevención aún eran insuficientes frente al estado de vulnerabilidad.
Más allá del impacto humano inmediato, la situación en la provincia Peravia es crítica. Las lluvias de Melissa no sólo causaron inundaciones en el sector 30 de Mayo, sino que equipos de la Defensa Civil rescataron 56 familias atrapadas por la crecida del río Baní o desbordamientos de cañadas en otras comunidades de Peravia. Otras zonas como La Colina, El Llano, Mamagina, El Sombrero, La Raqueta, El Carretón y Nizao fueron impactadas simultáneamente.
En la calle Los Feos, en el sector Pueblo Nuevo, dos viviendas fueron destruidas por un deslizamiento de tierra. Aunque no se reportaron pérdidas humanas, los daños materiales son significativos y evidencian la necesidad de intervenciones urgentes.
El director provincial de la Defensa Civil solicitó al Ministerio de Obras Públicas intervenir la carretera Baní–Caldera debido a la acumulación de agua que dificulta el tránsito durante los aguaceros. Además, alertó que comunidades como La Gina, El Recodo y Las Yayitas permanecen incomunicadas por la crecida del río Baní.
La tragedia en Baní —y en general en el sur del país— pone al descubierto una serie de deficiencias estructurales de larga data: falta de limpieza de cañadas, ausencia de barreras de contención actualizadas, viviendas en zonas de alto riesgo y un sistema de alerta y respuesta que, a juicio de los residentes, llega tarde.
Las lluvias no respetan horarios, y el agua golpea con rapidez, como lo supieron quienes vivieron momentos de angustia cargando bebés sobre sus cabezas para evitar lo peor.
Mayor cuidado debe ponerse en el manejo de cuencas urbanas y rurales, en especial cuando el suelo ya se encuentra saturado, como lo han advertido los servicios meteorológicos. En el caso de Baní, el fenómeno amplificó la vulnerabilidad existente. Como afirmó una de las habitantes: “No fue igual, ahora fue más fuerte”.
La prioridad inmediata es brindar albergue, comida, ropa, servicios sanitarios y agua potable a quienes lo perdieron todo. Pero más allá de la emergencia, se impone un plan de reconstrucción con miras a la resiliencia: estabilización de márgenes de ríos y cañadas, reasentamiento de familias en zonas seguras, educación comunitaria en gestión de riesgos y limpieza permanente de cauces.
En esta línea, las instituciones de socorro y los gobiernos locales tienen un reto formidable. Ya se reportaron desplazamientos masivos, incomunicación de comunidades y daños en infraestructuras clave. Los testimonios de Baní son solo una parte visible de un drama más amplio en la región sur del país.
Mientras tanto, los vecinos del sector 30 de Mayo se aferran unos a otros, compartiendo lo poco que les queda. La solidaridad emerge en medio del lodo, de los escombros, de las camas perdidas, de los recuerdos arrastrados. Pero la solidaridad no basta sin un auxilio estructural y una acción inmediata. “Que se apiaden de uno y aunque sea una cama le den a uno”, dice un vecino, con la voz cargada de esperanza y de impotencia.

