¿Cumbres en picada?

Un amigo, medio en broma y medio en serio, se preguntaba si las cumbres están en crisis. No por el clima, sino por la pertinencia. Y a juzgar por lo que hemos visto —la posposición de la Cumbre de las Américas y la famélica participación en la IV Cumbre CELAC-UE que arranca este domingo en Santa Marta, Colombia, la respuesta parece un rotundo “sí”, con firma y huella digital.

Lo más alarmante no es la cancelación de una cumbre, sino el desinterés con que ahora se reciben estos encuentros que, décadas atrás, se vivían como auténticos rituales diplomáticos. Antes, los presidentes se disputaban el podio, sedientos de aplaudir la globalización, denunciar el bipartidismo geopolítico y cantar loas a la multipolaridad como si fuera el nuevo evangelio del siglo XXI. Hoy, esos discursos están empolvados, y la multipolaridad se ha reducido a bloques que apenas se saludan.

En lugar de avanzar hacia un mundo más abierto, estamos viendo cómo el libre comercio es reemplazado por una guerra de aranceles aplicada a capricho —cortesía de la administración Trump II—, y cómo la diplomacia se torna un espectáculo unilateral, sin coordinación, sin consenso, sin ganas.

 Lo curioso es que, según el FMI, la CEPAL y el Banco Mundial, estas políticas agresivas no han producido el colapso económico global que se temía. Pero sí han sembrado una semilla de incertidumbre que crece con fuerza en las relaciones multilaterales.

Multipolaridad: ¿un club de tres?

La verdad incómoda es que el mundo camina —o más bien, se tropieza— hacia una polarización cada vez más marcada, donde las decisiones globales se cocinan entre tres cocineros: Estados Unidos, China y Rusia. Todos los demás están sentados en la mesa, sí, pero con el babero puesto y sin cuchara propia.

En este contexto de guerras, invasiones y crisis humanitarias, la geopolítica se ha convertido en un campo minado. La invasión rusa a Ucrania ha estancado a Europa y dividido a medio mundo.

El conflicto en Gaza —donde las bombas reemplazan al diálogo— ha sido enfrentado con la misma ineptitud institucional que caracteriza a Naciones Unidas. Y la situación en Haití… bueno, esa es la joya de la corona del fracaso regional: décadas de misiones, fondos y resoluciones que no han servido ni para garantizar agua potable en Puerto Príncipe.

El sistema multilateral está en ruinas, y organismos como la ONU y la OEA parecen decorados obsoletos, buenos solo para tomar fotos grupales. Las cumbres, entonces, son solo el espejo roto de esta inoperancia global.

El caso dominicano: Cumbre fallida y diplomacia improvisada

Y ahí entra el caso dominicano. La posposición de la Cumbre de las Américas no solo es una vergüenza diplomática; es también una clase maestra sobre cómo no manejar una crisis internacional. Dominicana no es la culpable exclusiva del naufragio, pero sí se metió al agua con los bolsillos llenos de piedras.

Todo empezó con un comunicado, innecesario y torpe, en el que el gobierno dominicano anunciaba —como si fuera el sheriff del hemisferio— que Venezuela, Nicaragua y Cuba no serían invitados. Un anuncio que, aunque reflejaba la postura de Estados Unidos, fue asumido en solitario, como si la OEA no tuviera voz ni voto en el evento.

¿El resultado? México y Colombia, que no son exactamente pesos pluma en la región, dijeron “no vamos”, y otros tantos se sumaron en silencio.

Al final, el evento quedó tan vacío que hasta los camareros se preguntaban si había sido cancelado. Se comenta que al menos nueve o diez jefes de Estado ya habían rechazado asistir antes del escándalo. Es decir: el problema no era solo político, sino también logístico, simbólico, representativo. Y claro, surge la pregunta de oro: ¿iba a asistir Trump? Porque si el nuevo emperador del norte no se dignaba a aparecer, ¿qué sentido tenía la cumbre?

Santa Marta y la CELAC-UE: entre selfies progresistas y bancas vacías

Y mientras Dominicana remendaba su traje diplomático, en Santa Marta arrancaba otra cumbre para el olvido: la IV CELAC-UE, el encuentro biregional que debía fortalecer los lazos entre América Latina, el Caribe y Europa, termina siendo una reunión entre amigos, sin quorum ni contenido.

Según la cancillería colombiana, de los 60 jefes de Estado y de gobierno que integran los dos bloques, apenas 12 confirmaron su asistencia. ¿Doce? Ni para un picoteo privado. Lo peor es que el evento fue organizado con bombos y platillos por el gobierno de Gustavo Petro, quien sigue jugando al Che Guevara tropical, enfrentando a Estados Unidos como si tuviera cómo sostener ese pulso.

Allí estaban, muy sonrientes para la foto, los progresistas de moda: Lula, Boric, Sánchez y el propio Petro. Pero en el fondo, todos sabían que estaban fritos. El impacto de esa cumbre será mínimo, si es que no nulo. Porque cuando no están los actores clave, los discursos solo resuenan en el eco vacío de un salón sin interlocutores.

¿Y ahora qué? ¿La COP30 al rescate?

Con este panorama desolador, la comunidad internacional mira hacia la COP30 en Belém do Pará, Brasil, como quien espera que la última velita salve el cumpleaños. Una cumbre climática con ambiciones verdes pero con la misma falta de representación real. ¿Podrá Lula reanimar el cadáver del multilateralismo?

Tal vez. Pero si los líderes regionales siguen comportándose como estrellas de reality show, peleando en redes y evadiendo responsabilidades, lo más probable es que esta también termine siendo otro episodio de ese triste espectáculo que llamamos diplomacia latinoamericana.

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