Redes sociales y gobiernos: entre la libertad y la metralla digital
La nueva plaza pública del siglo XXI

Las redes sociales han dejado de ser simples canales de interacción para convertirse en verdaderos campos de batalla de la opinión pública. Lo que antes se gritaba en una esquina o se murmuraba en el colmado, hoy se vocifera en X (antes Twitter), se baila en TikTok o se dramatiza en un video de YouTube. La libertad de expresión ha encontrado su paraíso digital… pero también su infierno.
Lo paradójico es que esta libertad —tan amplia que a veces se confunde con licencia para decir cualquier disparate— es asumida por muchos como una verdad absoluta. Y ahí radica el problema: que una frase malintencionada, una imagen manipulada o un dato sacado de contexto se comparten con la misma seriedad con la que se leería una ley.
Cuando la ficción manda más que la Constitución

El presidente del Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones, Guido Gómez Mazara, lanzó una cifra digna de escándalo: más del 67 % de la información que circula en redes sociales es falsa. Y, para variar, gran parte de ella está dirigida contra los gobiernos. No se trata de un fenómeno local ni nuevo, pero sí cada vez más peligroso por su volumen, velocidad y capacidad de manipulación.
Antes, una mentira necesitaba una imprenta, un pasquín, una esquina oscura. Hoy basta un celular y una conexión. ¿Cómo se defiende un gobierno de miles de memes diarios, de videos virales que se editan con la destreza de Hollywood y de campañas que apelan al estómago, no al cerebro?
Protestas 2.0: sin líderes, sin control, con Wi-Fi

Un nuevo fenómeno recorre el mundo: protestas juveniles sin líderes visibles, sin partidos detrás, sin estructuras tradicionales. Se convocan por redes, se dispersan por redes y se inmortalizan con un hashtag. Lo vimos en Marruecos, lo estamos viendo en Europa del Este, Asia, Medio Oriente… y ahora la ola llegó con fuerza a América Latina.
En Lima, en Quito, en Ciudad de México: los jóvenes de la generación Z han tomado las calles. Y no para cantar ni para bailar. Lo hacen para gritar, para exigir, para reclamar. En Perú, la presión callejera derivó en la destitución de la presidenta Dina Boluarte. Su sucesor, cuya legitimidad aún parece frágil, enfrenta protestas incluso más intensas.
En México, la cosa va subiendo de tono. El asesinato de un popular alcalde encendió la mecha de un malestar contenido. El pasado fin de semana, miles de jóvenes salieron a protestar contra las políticas de la presidenta Claudia Sheinbaum. Y como ya es costumbre, la respuesta no se hizo esperar: un tsunami de memes, parodias y ataques virales sobre su manejo del caso, muchos de ellos centrados en su tradicional conferencia de prensa “la mañanera”, convertida ya en fuente inagotable de material satírico.
Lo que preocupa no es que protesten, sino cómo y por qué

Lo verdaderamente alarmante de estas manifestaciones no es su número ni siquiera su intensidad. Es su carácter descentralizado. No hay líderes visibles, ni voceros, ni estructuras formales. ¿A quién se le responde? ¿Con quién se negocia? ¿Quién garantiza que una protesta pacífica no se transforme, en segundos, en una revuelta violenta?
El combustible de esta indignación colectiva no es la ideología, sino el sentimiento de exclusión. No se trata de que los jóvenes se sientan fuera de las decisiones políticas: es que se sienten víctimas permanentes de un sistema que no los ve, no los escucha, y sobre todo, no les promete nada.
Un clic de distancia del caos
Las redes sociales han democratizado la voz… pero también el ruido. Han empoderado a los ciudadanos, pero también a los desinformadores. Y mientras los gobiernos siguen creyendo que pueden controlarlas con comunicados y conferencias, la realidad les explota en la cara en forma de tuit, historia o video viral.
El nuevo poder no está en los despachos ni en los partidos. Está en los pulgares que se deslizan sobre una pantalla, compartiendo, comentando, cancelando. Si los gobiernos no comprenden eso pronto, el próximo trending topic podría no solo tumbar reputaciones… sino regímenes enteros.

