El país del desasosiego
Marino Beriguete
Estamos dejando de ser una sociedad para convertirnos en una multitud nerviosa, agobiada, incrédula. Vivimos atrapados en una rutina de sobresaltos. Se va la luz cuando más calor hace, los precios suben sin explicación lógica y las promesas del Estado se disuelven en escándalos. La ansiedad no es un síntoma: es la norma.
En los hospitales, la escena raya en lo inhumano. El enfermo espera una cama que nunca llega. Los medicamentos escasean. Y lo más grave: se ha roto el lazo de confianza entre médico y paciente. La corrupción —esa plaga institucionalizada— ha contaminado incluso la consulta médica. Ahora se duda del diagnóstico, se teme al bisturí, se sospecha de la receta. Y mientras tanto, el ciudadano sufre en silencio, sin atención ni esperanza, frente a un Estado que le da la espalda.
La justicia, que debería ser el último refugio, también ha caído en descrédito. Jueces que protegen intereses, fiscales que callan cuando deben actuar. Todo se compra, todo se acomoda, todo huele a pacto bajo la mesa. ¿Quién puede confiar en un país donde el delito se premia y el esfuerzo se castiga?
Los funcionarios públicos han perdido el pudor. Se comportan como señores feudales, creyéndose intocables, como si el poder fuese eterno y el cargo, hereditario. Se olvidaron de que el que roba, debe caer preso. De que todo poder es pasajero. De que gobernar no es acumular privilegios, sino servir, rendir cuentas, dar la cara.
Así, la ansiedad se vuelve estructura del país. Nadie duerme tranquilo. Nadie siente que lo protege la ley. La desesperanza es hoy más contagiosa que cualquier virus.
¿Qué hacer entonces? Limpiar. Cortar por lo sano. Sacar del Gobierno a los funcionarios que ensucian, a los que hacen ruido sin resolver nada. Recuperar la decencia, palabra en desuso, pero urgente. Volver a confiar, poco a poco, pero con firmeza.
No hay soluciones mágicas, pero sí decisiones necesarias. Y una de ellas —la más urgente— es empezar a decir cambie esos funcionarios. Porque un país no se reconstruye desde el miedo, sino desde el coraje.
Demuéstrame que estoy equivocado…
El Caribe

