Bad Bunny, el nuevo termómetro de la economía dominicana
Elías Wessin Chávez
Todo un éxito las presentaciones de Bad Bunny en la República Dominicana.
¡¡Rotundo, inapelable, avallasador!!
Un éxito tan grande que uno no sabe si estamos hablando de un concierto o de una auditoría del FMI: el país entero salió evaluado, y aparentemente… ¡estamos ricos!
Porque, claro, la entrada más barata costaba 3,400 pesos + consumo en y post espectáculo,… sin contar que el “bajo costo” solo aplicaba si estabas dispuesto a ver al «Conejo Malo» del tamaño de una hormiga con complejo de DJ.
Si querías distinguirle la barba, ya ibas por los 15 mil; si querías diferenciar a los bailarines de los hologramas, 25 mil; y si soñabas con gritar “¡Benditoooo!” a dos metros, estabas hipotecando un riñón.
Pero nada: sold out. Dos días. Una multitud feliz como si el Banco Central hubiese anunciado que la inflación bajó porque él así lo decidió.
Y lo más bello es que, al otro día, la mayoría de esos mismos asistentes reaparecieron en redes denunciando el costo de la vida, la carestía, la gasolina, la comida, el fin de los tiempos y la inminente caída de la civilización occidental.
Uno no sabe si reír o llorar. O pedir un préstamo para hacer ambas cosas.
El éxito de Bad Bunny en RD no solo fue musical: fue un estudio sociológico disfrazado de reguetón.
Un espejo que nos dice, con ritmo urbano y luces láser, lo que no queremos admitir:
que en este país estamos rotos… pero no tanto; quebrados… pero selectivamente; pobres… pero con prioridades artísticas.
Aquí se puede estar en austeridad económica, pero nunca en austeridad emocional: siempre habrá para el perreo.
Al final, como diría un mexicano-dominicano sabio, filósofo y probablemente fan del Conejo:
“¡Ándale, ándale, manito… que na’ e’ na’!”
Y tiene razón. Porque no estamos mal. ¡No! Estamos finísimos. Lo que está mal es admitirlo.

