Del fantasma del comunismo al fantasma de la nueva derecha: el miedo como instrumento político
Por Temístocles Montás
Cuando en 1848 Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista, lo iniciaron con una frase: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo.” Con esas palabras, anunciaban la emergencia de una fuerza subversiva que desafiaba los cimientos del orden capitalista. Usar la metáfora del “fantasma” expresaba una amenaza ideológica y política que, aunque intangible, provocaba miedo en los poderosos y fascinación en los oprimidos. Advertía que una nueva conciencia social comenzaba a recorrer el continente, prefigurando las grandes transformaciones del siglo XIX y buena parte del XX.
Hoy, en pleno siglo XXI, puede sostenerse que un nuevo fantasma —antípoda— recorre el mundo: el de la nueva derecha. Este nuevo espectro no pretende abolir el orden existente, sino reconfigurarlo mediante la regresión identitaria, el populismo autoritario y la emoción política. Antonella Marty, politóloga argentina, en su reciente libro La nueva derecha: Qué es, qué defiende y por qué representa una amenaza para nuestras democracias (2025), sostiene que esta corriente no constituye una ideología estructurada, sino una coalición de mitos, emociones y resentimientos que explota el malestar social contemporáneo.
Este nuevo fantasma se expresa a través de rostros distintos en cada contexto. Trump en Estados Unidos, Bukele en El Salvador, Milei en Argentina, Meloni en Italia, Vox en España, Bolsonaro en Brasil, Le Pen en Francia, Orbán en Hungría, etc.; pero comparte un mismo lenguaje: la rebelión contra las élites, la exaltación del líder fuerte, el uso instrumental de la religión y la promesa de restaurar un orden perdido. Se alimenta de la frustración social, del miedo al cambio y del resentimiento hacia las instituciones representativas, la prensa libre o la diversidad cultural.
El Manifiesto Comunista situaba la historia como una lucha entre clases sociales; la nueva derecha traslada ese conflicto al terreno cultural e identitario. El enemigo ya no es el capitalista, sino el “progresista”, el “globalista”, el “feminista” o el “inmigrante”. Donde Marx veía una contradicción económica, esta corriente crea una batalla moral y simbólica.
Mientras la derecha clásica se estructura en torno a un cuerpo ideológico coherente basado en el liberalismo político, el respeto a las instituciones y la primacía del Estado de derecho, la nueva derecha carece de una doctrina racional estable. Su identidad se define por emociones políticas: la nostalgia, el resentimiento y la rabia contra las élites.
Asimismo, la derecha clásica defendía la autonomía entre lo político y lo religioso, respetando el pluralismo moral. La nueva derecha, en cambio, fusiona religión y política para legitimar una moral pública homogénea. Como advierte Marty, “cuando la política se hace dogma, la libertad muere”.
En 1848, el miedo era de las élites ante el avance del comunismo. Hoy, el miedo se ha convertido en la herramienta política de la nueva derecha: miedo al otro, al inmigrante, al feminismo, a la pérdida de identidad nacional. El fantasma ya no amenaza al poder, sino que lo utiliza para consolidarse. Se trata de una inversión histórica del miedo como instrumento de dominación.
El comunismo simbolizaba una aspiración emancipadora; la nueva derecha, una reacción regresiva. Ambos emergen en momentos de crisis civilizatoria, pero con sentidos opuestos: uno miraba hacia el futuro, el otro hacia el pasado. El primero pretendía liberar; el segundo, contener. En términos históricos, el fantasma contemporáneo no anuncia una revolución social, sino una contrarrevolución cultural. Afirmar que “hoy el fantasma que recorre el mundo es el de la nueva derecha” es reconocer que vivimos una época donde la emoción ha desplazado a la razón y la nostalgia al progreso.
El avance de la nueva derecha representa una amenaza sistémica para las democracias liberales contemporáneas. Su estrategia consiste en debilitar los fundamentos de la democracia, la tolerancia, la verdad, la empatía y el respeto a las minorías, mientras conserva las apariencias electorales. Socava la confianza en las instituciones, erosiona la verdad pública, legitima el autoritarismo emocional y promueve una regresión cívica donde el pluralismo y la deliberación se sustituyen por la obediencia al líder y la polarización constante.
Ante este nuevo escenario, caracterizado por la polarización y la desinformación, insistir en el fortalecimiento de la cultura democrática —educar en el pensamiento crítico, proteger la prensa libre y cultivar el respeto al disenso- constituye una tarea esencial de quienes creen en la libertad, la justicia y la dignidad del ser humano.

