Guerra en las calles
Ruddy L. González
Salir a conducir un vehículo por las calles de la capital –no conozco la experiencia en otras ciudades del país- es entrar a un campo de batalla. Hay que ir preparado, por lo menos mentalmente, a pelear con motoristas, choferes del transporte público, conductores privados agresivos que irrespetan el derecho de los demás, con la ‘autoridad’.
Los motoristas no respetan semáforos en rojo, vías contrarias, uso de carriles. Circulan en zig-zag entre los vehículos, los que rayan las carrocerías, rompen los retrovisores, insultan y amenazan a los conductores como si se tratara de enemigos. Conductores de vehículos privados ‘bloquean’ las intersecciones violentando el derecho de los demás, y quien ose protestar por el abuso puede ganarse una amenaza, hasta pistola en manos, y/o una desconsideración en público. Los choferes del ‘concho’, especialmente de las temidas ‘voladoras’, son el terror de avenidas y algunas calles –que cruzan para evadir semáforos y ‘tapones’- por su irrespeto a las leyes y las mínimas reglas de urbanidad y educación. Los franqueadores de Digesett –que con el apoyo, cual orden superior, de los agentes en las esquinas- paralizan el tránsito por el tiempo que les da la gana para que ‘pase’ el vehículo de algún funcionario –con la esposa, los niños que van a colegio, la amante o el servicio que va al super- no importándoles el tiempo y derecho de los demás. Un escenario dantesco, de selva de asfalto, de realidad, en que se convierte la circulación vehicular cotidiana en nuestra ciudad. (la semana próxima les prometo analizar ‘la joya de la corona’ de este desorden: los Digesetts).