Cuanto mal podría ser evitado
Víctor Corcoba Herrero
Multiplicamos los deseos, pero nos falta el ejercicio de la voluntad. Reproducimos nuestros afanes y desvelos, pero tampoco activamos el espíritu creativo.
Andamos necesitados de sosiego y apenas buscamos tiempo para alimentar de poemas el alma, que es lo que en verdad nos tranquiliza el corazón, llenándonos de paz interior. Deberíamos despojarnos, por tanto, de este corrupto ambiente, que nos ha hecho perder hasta nuestra propia conciencia, dejándonos sin aliento para continuar el abecedario de las pulsaciones y proseguir caminos nuevos.
Como tantas veces he dicho: ¡nos falta corazón y nos sobra coraza! Así no podemos innovar, dado que los cimientos existenciales son más poéticos que poderosos.
Por desgracia, nos puede el instinto dominador antes que la mano tendida. Rompemos vínculos, sin crear esperanza alguna de caminantes, tomando el pedestal de la soberbia como impulso, la ingratitud y la envidia como vitalidad, y, en realidad, todo esto nos enferma de desánimo, hasta dejarnos marchitos de dolor. La situación es bien clara, de agobio permanente y de necedad continua. Ciertamente, aumentan los muertos en vida porque han dejado de ser algo digno, afectados por el grave virus de la indiferencia y la exclusión. ¡Cuánto mal podría ser evitado!
El estigma social y la falta de cuidado entre semejantes continúan siendo los principales obstáculos, sobre todo en la búsqueda de asistencia para el germen de la desesperación, lo que pone de relieve la necesidad de campañas que nos conciencien en la escucha de la mente y en la sintonía entre similares. La intoxicación social es tan fuerte que, además, todo se confunde.
La falsedad gobierna al mundo. Cada día son más las personas que no se aguantan ni ellas mismas. Así pues, vivir, que es un depender y un compartir como especie pensante, se ha convertido en un triste morar de piedra en piedra. No acertamos a labrar horizonte alguno, nos endiosamos antes. Por otra parte, somos incapaces de implantar una convivencia armónica y de hermanarnos, fallamos en los principios y valores, en la recta razón que ha de ser y en el deber responsable. Por si fuera poco, caminamos ausentes e individualistas, levantando barreras y sembrando veneno.
Rompemos vínculos, sin crear esperanza alguna de caminantes, tomando el pedestal de la soberbia como impulso, y, en realidad, todo esto nos enferma de desánimo, hasta dejarnos marchitos de dolor.
Fruto de todo este aluvión de penurias son las múltiples contiendas que nos acorralan, ante el tremendo reinado de la malicia humana, que todo lo desequilibra, hasta el extremo que nuestra propio hábitat nos avisa continuamente del propio malestar de las hazañas humanas..