Una gran enseñanza de Jesús
Por Euri Cabral
En estos tiempos, las palabras y las expresiones verbales de los seres humanos se han estado vulgarizando y perdiendo su calidad y esencia. Vivimos en una época donde los palabras hirientes, absurdas, llenas de odio y rencor, de mentiras, de falsos testimonios, vacías de contenido y propiciadoras de la violencia, están determinando el accionar de muchas personas. Y en las nuevas formas de comunicación que predominan, como las redes sociales y en los artistas que más influyen, es costumbre que su popularidad se base en la vulgaridad y en formas incorrectas y lesivas de su lenguaje.
Eso es muy peligroso para el presente y el futuro de la nación. Desde los tiempos bíblicos de Jesús, allá en el pueblo de Israel, viene dándose esa situación y en todo momento se han producido fuerte discusiones en torno a qué contamina más al hombre y a la mujer, si lo que sale de su boca o lo que entra a ella. Sobre esa situación, Jesús nos da una gran enseñanza que está contenida en el capítulo 15 de Mateo, la cual tiene hoy más validez que nunca.
Veamos el contexto de esa enseñanza. En la época de la llegada de Jesús existían en Israel los llamados fariseos, que eran quienes tenían el control oficial de la religión y del respeto a las leyes. Ellos eran la representación de la autoridad religiosa de entonces y muchos se preguntan por qué Jesús no se apoyó en los fariseos para desarrollar su trabajo evangelizador. Al estudiar la vida de Jesús la respuesta a esa pregunta es simple: los fariseos veían la forma de la fe, la envoltura de Dios y no su contenido, es decir que perdían de vista lo esencial que, como muy bien dijo Jesús, es invisible a los ojos humanos.
Eso es lo que explica por qué Jesús usó como discípulos a doce hombres «comunes y corrientes» de Israel, que no tenían títulos religiosos, que no eran parte de la estructura de dominio de Israel, que no eran gente de alcurnia ni de influencia en la sociedad de entonces. Jesús usó a doce hombres sencillos, pescadores, cobradores de impuestos, trabajadores de la calle, y a ellos los transformó y les dió la honra de convertirse en «pescadores de hombres y transformadores de la humanidad para alcanzar el camino de la vida eterna».
En una ocasión los fariseo cuestionaron la autoridad de Jesús por un hecho que violaba la tradición hebrea. Estando Jesús junto a una multitud de personas que lo aclamaban y tocaban el borde sus vestiduras para buscar sanación, se le acercó un grupo de fariseos para llamarle la atención porque sus discípulos estaban violando la tradición «pues no se lavan las manos cuando comen el pan» (Mateo 15:2).
En ese momento, Jesús levantó su voz ante la multitud y dijo: «Oíd y entended: no es lo que entra a la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre». (Mateo 15:10-11). Y para ser más preciso le explicó a sus discípulos lo siguiente: «No entendéis que todo lo que entra a la boca va al estómago y luego se elimina?. Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias»(Mateo 15:17-19).
Debemos tener mucho cuidado de lo que sale de nuestros labios en contra de los demás, porque lo que sale de nuestra boca viene directo de nuestros corazones y expresa nuestros verdaderos sentimientos. Nunca siembres odio con tus palabras porque eso es lo que tienes en tu corazón. Llena tus palabras de amor y tu corazón estará pletórico de sanidad y de buenos sentimientos. Debemos tener siempre presente esa gran enseñanza de Jesús, que dice: «…de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34).
El autor es Economista y Comunicador
euricabral07@jcastillov