En la defensa de nuestro fuero nacional
Camelia Michel
Nuestro país es un microcosmos con una dinámica particular. Siempre al alcance de las manos más diversas, tuvimos que luchar por definir un perfil nacional que muchas fuerzas externas e internas quisieron arrebatarnos, hasta la llegada de la generación de los febreristas.
Esos jóvenes, inteligentes, visionarios, astutos, luchadores, supieron crear un proyecto de país para una comunidad de destino donde se mezclaron gente de múltiples razas y continentes, con una historia y una cultura común, llena de riquezas y peculiaridades.
Un proyecto de nación republicana y liberal en el que se aceptaba la diversidad, pero con un sentido de unidad y compromiso colectivo y apego a la ley. Un proyecto capaz de hacer del vapuleado pueblo dominicano su propio soberano.
Las luchas posteriores para defender ese sueño demostraron que, en cierta forma, nuestro destino se parecía bastante al de Sísifo, ese personaje de la mitología griega condenado eternamente a subir una enorme roca hasta la cima de una colina, la cual rodaba por la pendiente antes de que él alcanzase completamente la meta.
Cíclicamente algo sucede que nos parece obligar a comenzar de nuevo, a revisar y cimentar nuestro proyecto de país: la ambición de los imperios que incidieron en el proceso de colonización; el surgimiento del imperio haitiano, siempre dispuesto a considerarnos «la provincia del este de la isla»; los intentos anexionistas de algunos de nuestros caudillos; las constantes incursiones de nuestros vecinos con la intención de hacernos claudicar.
Posteriormente tuvimos que enfrentar dos intervenciones de los EEUU en el S.XX, y ahora esto, en pleno siglo XXI, que nos persigue y acosa dentro y fuera del país: llámelo proyecto de globalización y destrucción de fronteras. Nómbrelo intento de resolver la perenne crisis del otrora Imperio Haitiano, llámelo intento de fusión, como le dé la gana.
Repito: barájelo como quiera, pero hoy, en el Día Internacional de la Mujer, solo se me ocurre decir a cada dominicana, a cada dominicano, que si no somos capaces de vernos en el espejo de la juventud febrerista, la más revolucionaria y generosa que ha parido nuestra historia; si no somos capaces de unirnos sin distingos sociales ni de género, como hicieron esos muchachos, tendremos que bajar de nuevo hasta el pie de la montaña con la monstruosa piedra en nuestros hombros del fracaso de Haití, y ya probablemente no tendremos la posibilidad de subir por la cuesta de la dignidad e Independencia Nacional.
¡Que la vida y sacrificio de Rosa y Juan Pablo Duarte; de Francisco del Rosario y María Trinidad Sánchez, y de todos los trinitarios y mujeres que los apoyaron no haya transcurrido en vano! Hombres y mujeres nos necesitamos hoy más que nunca en esta tierra de Dios y de nuestros amores.
La mayor conquista de género es la que se hace trabajando hombro con hombro, cabeza con cabeza, alma con alma en la defensa de nuestro fuero nacional, mil veces mutilado y puesto en peligro por la más depredadora clase dirigente que ha conocido nuestra historia, y por el más cínico y diabólico monstruo que son los intereses internacionales que lanzan sus últimos y mal intencionados cartuchos en la intrincada cuestión domínico-haitiana.