A 63 años de la gesta
Eduardo García Michel
En apenas horas se cumplen 63 años del día en que el tirano Rafael Leónidas cayó ensangrentado sobre el pavimento en la carretera que conduce de Santo Domingo a San Cristóbal y expiró en medio de súplicas frenéticas de que le perdonaran la vida.
No consta por escrito si la ropa íntima que portaba en aquel momento histórico reflejaba el ocre color de la orina que se eyecta involuntaria ante acontecimientos que causan terror y miedo; el mismo terror y miedo proyectado sobre el pueblo dominicano que fue carta de presentación de su cruenta dictadura.
La autopsia realizada ignoró ese detalle indecoroso: al «jefe» no podía ocurrirle algo así, tan representativo de la debilidad humana. Había que tapar tal anomalía y cuidar su imagen hasta el final.
Pero, según los testigos del acontecimiento, si fuera por los gritos y quejidos que profirió aquella noche, mucho debió de haber sido el líquido que se derramó desde sus riñones en lateral a sus testículos, manchando el uniforme que portaba.
Aquello fue una expresión más de lo inútil que resultan las condecoraciones y homenajes en afán de proyectar imágenes de hombres excepcionales, en el fondo simples mortales sujetos a la expresión descarnada de la miseria humana.
El fogonazo redentor de aquella noche del 30 de mayo de 1961 rompió las cadenas que oprimían al pueblo dominicano. Desde entonces, con altibajos, se ha vivido en libertad, en democracia, dentro de un largo proceso que parece acercarse a su perfeccionamiento.
El hecho sigue despertando pasiones. No cesan de escribirse ensayos, cuentos, narraciones y novelas que tratan de explicar el fenómeno sociológico de un pueblo amante de la libertad como el dominicano que, no obstante, permaneció adormecido, aherrojado durante los 31 largos años en que fue sometido al abuso autoritario.
No ha sido el único. Países de elevada educación se postraron en distintas épocas ante las botas de líderes carismáticos que los convirtieron en esclavos de sus consignas y pasiones, verbigracia Alemania con Hitler o la Unión Soviética con Stalin.
Todavía hoy, naciones de menor nivel educativo que las mencionadas permanecen congeladas en el tiempo, desprovistas de opciones de superación, sin poder manifestarse ni expresar sus deseos, condenadas a depender de la voluntad de un sistema o de un individuo.
A 63 años de aquel acontecimiento es de celebrar que el país haya avanzado en la consagración de sus valores democráticos. Uno de los hitos perturbadores, la reelección, parece encaminado a dejar de ser materia de tensiones.
Y eso evitará comportamientos indeseables desde la cúpula del poder, al igual que facilitará encaminar las reformas institucionales, económicas y sociales que lleven a la sociedad al desarrollo, no solo al crecimiento. Así se espera que se haga.
La ocasión es propicia para recordar que el ambiente de libertades de que disfrutamos en gran medida se debe a la intrepidez y sacrificio de la veintena de patriotas que integraron la gesta del 30 de Mayo: unos tejieron el movimiento, completaron el engranaje y lo prepararon para ejecutar el magnicidio y establecer un sistema democrático; otros participaron en el acto del ajusticiamiento. Cada cual cumplió su cometido, salvo que el azar intervino, modificó los planes y condicionó el destino.
Hoy quiero destacar algo que apenas se conoce, pero que da noción de la altura moral de su persona: a pesar de la lejanía del hecho histórico uno de los integrantes de la gesta sigue siendo parte del quehacer cotidiano de nuestra colectividad.
Se trata de Miguel Ángel Bissie Romero, navarro y español de origen, dominicano por adopción. Por medio de su amistad con Antonio de la Maza Vásquez se hizo solidario del sufrimiento del pueblo dominicano y expuso su vida en defensa de sus libertades: asumió la responsabilidad de recortar dos escopetas, fabricar placas falsas, guardar en su casa los fusiles, armas y municiones (todas se utilizaron en el ajusticiamiento) y distribuirlas en casa de Antonio de la Maza Vásquez en cada ocasión (tres veces) en que el grupo se dirigía hacia la avenida en busca de culminar el magnicidio.
Encarcelado y salvajemente torturado, salvó su vida milagrosamente. Acaba de cumplir 90 años en medio de la sencillez y humildad que lo caracterizan, sin ínfulas ni pretensiones, y su salud ya no es la misma de cuando ocurrió aquella epopeya.
Al mencionarlo rindo honor a su valentía y participación en el acontecimiento histórico. Me inclino reverente ante Miguel Ángel Bissie Romero, único símbolo viviente de la gesta, relicario de integridad, honestidad y elevados ideales que recuerdan la pureza de un Quijote.
En este nuevo aniversario rindo tributo a todos los integrantes del complot que tumbó al «jefe» y abrió espacio al disfrute de las libertades y al ejercicio democrático. ¡Loor al 30 de Mayo!
Al mencionarlo rindo honor a su valentía y participación en el acontecimiento histórico. Me inclino reverente ante Miguel Ángel Bissie Romero, único símbolo viviente de la gesta, relicario de integridad, honestidad y elevados ideales que recuerdan la pureza de un Quijote.
Diario Libre